REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 5º, “El maldito Galo.”
El paraíso de las serradas, permanecía cercado por inhóspito
terreno yermo realzando todavía más lo bello hasta alcanzar el
estatus de divino. Una región apartada de la capital del reino donde
los leñadores (la mayoría de los residentes) compartían su diario
con excéntricos venidos de los cuatro puntos cardinales al cobijo
arboleda, que junto a los numerosos afluentes paridos en el alto
montaña, otorgaba calidad de vida. El hambre sólo se conocía a
través de las historias cantadas de varios juglares, los cuales, sin
más pretensión que conseguir una jarra atiborrada de hidromiel,
recitaban viejas hazañas que cruzaron aceros aunque en las entrañas
de otras tierras más dadas al enfrentamiento, por culpa de la ya
citada hambruna.
En el llano de la alta montaña, donde hondeaban banderas y
estandartes reales, erigía almena que pronto vislumbraban los osados
que buscaban refugio atravesando las arenosas pobladas de rocas y
secos yerbajos. El bastión que guarnecía la afamada columna del
miedo conocida en el reino por su valentía heroica en la guerra
divina. Aunque de aquellas glorias acontecidas en albores oscuros,
ahogadas en millones de lluvias, solo queda el recitar de los locos
armados con laúd y la nostalgia desmesurada de los mandos militares
que gobernaban la guarnición.
Varias chozas construidas con madera encina, bordeaban la ascendente
senda hasta casi las mismas puertas de la muralla; piedra vieja en
gris atrayente cuando los rayos del astro rebotaban en ellas
produciendo falso fulgor ante mirada cualquiera.
Caída la tarde bajo su antítesis crepúsculo, el vigía alertó al
sargento tras avistar un nutrido grupo de jinetes con estandarte
real. Minutos después, catorce guerreros entraron en la cantina
aldea buscando jarra de hidromiel o cualquier bebida a posteriori de
amarrar sus corceles exhaustos en el abrevadero repleto de la
cristalina, donde pronto metieron los hocicos desesperados.
Los adentros mostraban humildad, bancos de fabricación más que
rústica junto a tablas donde se podían ver miles de astillas
esperando mano incauta. Pero aquello resultaba mucho mejor que el
secano acrecentado por los incansables vientos que lo azotaban
formando remolinos de arena, secando paladares, diezmando la fuerza
de los poderosos corceles. Ya lo canta el loco juglar: cuando a la
serrada cabalga pura sangre o corcel, llega rocino patoso y
escuálido.
—Bienvenidos a mi humilde establecimiento, señores.—Saludó
complaciente el calvo obeso más conocido como “la hiena”,
contando los ducados que iba a ganar con los forasteros.—Tengo la
mejor hidromiel de la comarca...
—¡No hay otro establecimiento a trescientas leguas a la
redonda!—Interrumpió el único cliente del antro desde lo profundo
del local.
—Sirva a mi tropa, tabernero. ¿Quién es ese?
—No le hagáis caso, señor. Es el “galo”, no recuerdo
bien su nombre. Lleva desde esta mañana bebiendo hidromiel mientras
espera a “la flaca”, la única bagasa del poblado.
—Un gabacho.—Murmuró examinando la espalda del sentado entre
sombras crepúsculo.
Khor, afamado guerrero instruido en el monasterio del Albo
y capitán de la guardia del Conde Tizno Tizón, caminó sin
soltar la empuñadura de su acero envainado hasta quedar plantado
tras el melenudo, el cual, bebía con dificultades de la jarra al
estar gobernado por los diabólicos efectos del hidromiel. Vestía de
negro con insignia cruzada en los hombros del rojo sangre, un
distintivo que conocía bien de sus años como mercenario.
—Tu columna fue destruida en la batalla del “Senna”,
gabacho. Yo estuve allí, lo recuerdo bien.
—Vos... Vos sois un puerco sarasa que a cuatro patas suplica pitón,
cruzado.
—Si miraseis, comprobaríais quien os habla midiendo palabras. En
estos tiempos un estornudo puede costarte la vida.
—No necesito miraros, no me gustan los cruzados pese a portar
cruces escarlatas en mi guerrera. Ahora, a no ser que tengáis pechos
y cueva delantera del amor, dejadme beber tranquilo. Marchad con
vuestras putas carroñeras.
—¿Cómo os llamáis?
Aterrizó brusca la jarra desparramando licor sobre la tabla en neta
muestra de enfado, mientras el capitán sonrió vanagloriado ante el
reaccionar del enorme bebido.
—¿Acaso intentáis cortejarme?
—Más quisierais, sólo quiero saber el nombre de mi próxima
víctima.
—¿Víctima? No son horas para que trabaje la “embelesada”,
descansa en su alcoba tranquila y no la pienso despertar.—Acariciando
su envainado sable que nadaba sobre la piscina hidromiel de la
mesa.—Por eso sólo usaré mis manos, cruzado. Me llamo, “Rigodón
el galo.”
No medió segundo el gigante forzudo, abandonando su asiento para
plantarse frente al impávido capitán acercando su pecho a su cara.
Tan exagerada era su alzada, que podría pasar por una de esas
mitológicas monstruosidades paganas del viejo mundo...
—Por fin llegó la hora de danzar, sarasa.—Soltó mofa entre
dientes.—No se os ocurra poneros a cuatro patas, no soportaría tal
visión infernal. ¿Qué tal a primera sangre?
—No juego a medias tortas, gabacho. ¿Qué tal a muerte?
—Me parece más que apropiado, damisela con cola enana.
—¡Señores! Les pido que depongan actitud.—Suplicó el “hiena”
interponiéndose entre el capitán y el gigante.—Les invito a una
ronda de hidromiel especial, es toda una delicia; con un sólo trago
alcanza la divinidad corpórea, sin herejías, nunca osaría insultar
u ofender al padre celestial y a su hijo crucificado para...
—Crucificado y punto, hiena. Aceptaré cuatro jarras de esa
tentación que bien conoce mi paladar y mi espada, la misma que lleva
horas esperando envainar en “la flaca.”—Retrocediendo
parco tranco para reverenciar tras decir descarado.—Siempre que la
dama con cola enana y trasero dilatado lo desee. Madame.
Los soldados del capitán desenvainaron con pretensiones letales
mientras su jefe levantó ambos brazos ordenando que guardaran acero.
—Bailaremos más tarde, gabacho. Primero he de liquidar el asunto
que nos trajo al serrado. Después del capitán os tocará a vos.—Y
marcharon de la tasca cruzando la muralla hasta los adentros de la
guarnición.
—Me temo que Khor, no vino para distraerse.—Comentó
Rigodón al tabernero.
—¿Le conocéis?
—Nos conocemos, Hiena; aunque mis barbas y este cabello descuidado
me hicieron pasar desapercibido.
Khor, ascendió la escalinata angosta del edificio de armas
para entrevistarse con su manda más de la guarnición. Debía
entregar la orden al anciano comandante de sangre azul conocido por
su adicción al actual monarca, que lo nombró Duque del Serrado
cuando alcanzo el trono.
Las paredes destilaban humedades en la piedra vista de la escalinata
mermando a las enlucidas y bien ornadas por estandartes y armas
variadas cuando alcanzó la capitanía (o sala de armas) donde
esperaba el Duque mirando la arboleda conífera desde una de las
tronas. De pie, inmóvil frente a la penumbra visión del afuera
desde el adentro caldeado e iluminado por poderosa hoguera, mantenía
los brazos cruzados acariciándose la nutrida barba encanecida y en
sepulcro silencio.
—El capitán Khor, de la guardia real, señor.—Anunció
uno de sus soldados desde la puerta de la sala gobernación.
—Que entre.
Enorme mesa descansaba en un rincón de la sala, alfombra ostentosa
cubría el suelo exceptuando el espacio frente al llar. Escudos
colgados en las paredes y dos viejas armaduras completas velando la
entrada que superó Khor.
—Excelencia, traigo mandato real.
—Espero que sean órdenes de guerra, Capitán.—Presa de la
nostalgia guerrera, caminó hasta llegar a la altura del recién
llegado.—Aún recuerdo a vuestro padre, un valeroso guerrero con el
que compartí aventuras. Sí, sin duda un gran soldado. Por cierto,
¿dónde está destinado?
—Lamentablemente murió víctima de extraña fiebre hace dos
inviernos, señor.—Cediendo la orden lacrada a su superior.—Aunque
os guardaba gran afecto, siempre narraba benevolencias de vos, Duque.
—¡De fiebre! Un guerrero sólo debería encontrarse con la parca
en campo de batalla. Siento profundamente su pérdida, espero que
vuestra madre esté bien atendida. Aunque supongo que así será,
Capitán. De vos únicamente me llegan glorias, dicen que sois el
mejor espadachín de los reinos conocidos. Espero, si no os importa,
batirme con su merced en mero entrenamiento, sin aceros, ¡ya sabe!
Con esas espadas de madera. Soy un anciano oxidado aunque fui el
mejor esgrimiendo la espada en mis mejores tiempos. Bien lo sabía
vuestro padre.—Agarrando y destripando la orden donde descansaba el
sello del monarca.—¿Assin? ¿Qué traición puede haber
cometido? Lleva bajo mi mando tres primaveras demostrando lealtad a
la corona así como destreza en cualquier arma, capacidad de mando y
adicción completa al régimen.
—Sólo cumplo órdenes, excelencia. Como soldado no oso
discutirlas.
—Hacéis bien. En cuanto al Capitán Assin, está destinado
al norte, a una hora a caballo, bajo las órdenes de la guerrera
Adelha. Una amazona con mente gélida y diestra en el manejo
del hierro que recluté no hace demasiado ante la falta de tropa,
ante la carencia de efectivos pese a las nulas amenazas en esta
frontera. Deberéis esperar al alba, joven Khor, la senda que
cruza el denso bosque está plagada de lobos sedientos, el único
enemigo que osa enfrentarse a la columna Miedo por mera
necesidad. El serrado es vergel cercado por desierto, un paraíso
donde cohabitamos con las bestias obligadas a permanecer en las
montañas fértiles. Podríamos recorrer cada palmo de las arboledas
ascendiendo laderas hasta la guarida de los inteligentes cuadrúpedos,
pero extinguirlos extinguiría la única diversión de la zona,
exceptuando la asquerosa calidad del hidromiel del posadero. Sin
mencionar el cuerpo alquiler de la flaca, conocedora de pecas,
lunares y cicatrices de toda la guarnición. También nos vendría
bien un burdel repleto de féminas, obesas globosas y maduras, mi
gran debilidad. Aunque no quiero aburriros, Capitán. Tenéis a
vuestra disposición las caballerizas para pasar la noche. Lamento no
poder ofrecerle aposentos adecuados a su nivel, por desgracia también
necesitamos albañiles u oro en su defecto, ya que los leñadores no
aceptan ducados del reino.
Apunto de culminar su golpe fatal enviando a Khor para eliminar al
hijo del Marqués, amanece resistencia en la lejana guarnición del
Serrado. Se acerca la guerra resonando tambores junto a las trompetas
apocalipsis... No te pierdas el capítulo 6º donde la insurrección
encuentra hábiles e inteligentes adversos en la inevitable contienda
que está a punto de estallar.
Por cierto, podrías regalarme un minuto de tu tiempo pinchando en la
publicidad de abajo. Lo sé, soy un rato pesado con esta cantinela,
pero es gratis para ti y me vendría bien.
Gracias por leer y espero disfrutaras de mi humilde literatura.
Recuerda que sonreír una vez al día como mínimo, es la mejor
medicina que existe. Sé feliz siempre, ¿de acuerdo? Un cordial
saludo.
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