El día de Adela
Los amaneceres de la Valencia modernista,
siempre dejan resquicio vital en aquellos y aquellas prestos a saborearlo a
pesar del tráfico; de los gorrillas ejerciendo labor en su insistencia
aparcamiento para solicitar monto liberado de factura, en negro, ese negro
idéntico a sus vidas podredumbre del sustento limosna; de los que hacen tarde y
siguen corriendo, persiguiendo las varillas del reloj y sus constantes vitales,
mientras pasa la realidad que nunca alcanzan por no hallarla o siquiera
reconocerla, ignorada; de los ahogados en pasmosa tranquilidad, esperanzados en
cambios malavenidos por su inmovilismo petrificado, viviendo encerrados en el
ideal somnoliento de su sueño despierto, el de las 24 horas; de los jóvenes que
descubren pasiones que los convierten en eruditos por andar en el regazo cual
aprendices, y esos otros incapaces de leer novela aun valientes a la hora de
explicarte la trama inventada en el acto, mostrando miedos convertidos en
corazas inexpugnables. Ardua ensalada que en esencia es simple, tanto, que
explicarla sería como converger todos los estados padecidos a lo largo de la
vida por individuo jubilado, en un segundo. Somos por lo que fuimos que nos
conduce inexorablemente a lo que seremos, para dejar de serlo.
Al menos pensaba así,
sentada en el asiento clonado del metro henchido, dantesca confluencia de
hormiguero humano que emprendía por las necesidades impuestas a manos de la
sociedad no siempre justa, al igual que los propios individuos. Adela, con los cascos cual barrera del
ambiente asfixia, eludía la constante convertida en rutina al son acaramelado
de la voz incombustible del gran Freddy
Mercury y su legendaria banda. Clavando mirada en el océano letra de nueva
novela escogida para jugar con su paciente de cumplida penitencia cual viejo
durmiente, allá en el universo diferente del mirador de corte románico, paz que
inunda con sinceridad verdadera aun siempre interpretada; cosas de humanos
humanizados, entrega nada caprichosa con tan pocos pros frente a ingentes
contras.
Bajó en la estación de Jesús robotizada por la repetición
ejercida durante años, para salir del subsuelo y colarse en la cafetería de
siempre, no sin antes saludar al vendedor de cupones y su inseparable labrador,
can inteligente que no sabía hablar, lo único que le faltaba, pero escribía
mejor que cualquier prosista de millón tirado en promoción ungida con medias
verdades, según rezaba su propietario, el del perro, por supuesto.
―Dame un cupón que
toque, todos los días me vendes el que no toca.
―La simpática Adela, sabes que siempre los toco antes
de venderlos, por tanto, todos los he tocado y te han tocado, claro está, al
unísono de cuando los tocaste.
― ¿Unísono?
―Es una nueva palabreja
que me enseñó Charlie y significa
unánime. Últimamente está escribiendo mucho, creo que pronto terminará la
novela, éxito asegurado.
―No tienes remedio.
Llevas diciendo que el perro escribe desde que te conozco y todavía no ha
terminado el libro.
―Es el gobierno, anda
impidiendo que un simple perro vierta la opinión que tiene sobre el hombre.
Están aterrorizados por lo que pueda decir, aunque Charlie no es estilográfica viperina, ácida o dada al
enfrentamiento. Los canes no se parecen en nada a nosotros. Su nobleza no es de
pega a diferencia de los diversos trajes ocasionales que disfrazan personalidad
según le interese al terco de turno. Somos el único animal que asesina soltando
un rico y entrañable te quiero con tonalidad acaramelada, que rima con
traidoras cuchilladas sin dejar de repetir mentira, redundo en excusas frente a
su barbarie.
― ¿Y sobre qué escribe?
―Mujer, es indiscutible.
Escribe temas que preocupan a los perros, parece mentira que seas vidente; ¿es
qué no ves que es un can? Compone novelas eróticas que cuentan historias de
amores perrunos, furtivos encuentros amagados al amparo intimidad de cualquier
utilitario tras orinar rueda, un acto amoroso siempre que dancen después sus
colas. También terror, “la rebelión de
los gatos”. Aunque ésta le cuesta sacarla adelante por culpa de las
pesadillas, cuando se acuesta comienza a llorar moviendo pavoroso las patas. No
lo veo, es evidente, pero con el sonido tengo suficiente para saber lo que
hace. Recuerda que soy una especie de superhéroe invidente con ultra desarrollados
sentidos que dejan al mariquita del hombre araña a la altura del betún… Toma,
este cupón seguro que toca, al menos lo toqué y te tocó cuando lo tocaste al
cogerlo.
―Anda, déjalo. Eres
incorregible. ¿Ya tomaste café?
―Antes de que saliera el
sol.
Compartió elixir
hirviendo con varias compañeras de trabajo, las de siempre, circundando la mesa
más engullida en las tripas del rectangular establecimiento dirigido por la
francesa; la misma que tras pulular cual mochilera a lo largo y ancho de España, se estableció en la capital del Turia gracias a la generosidad de sus
acaudalados padres. Desde que abrió la coqueta cafetería quedaban todas las
mañanas laborales allí, sumando el fin de semana aun en horas más relajadas,
por llamarlo al modo poco elitista del grupo de mujeres, para atracar la barra
devorando aquellos riquísimos cruasán estilo bocadillo con salsa mahonesa junto
a bebidas gaseosas con ingente cantidad de azúcar. Puede que fuera motivo que
las empujaba después a emprender fragosa caminata visitando todos los
escaparates de la ciudad, otra manera diferente de hacer ejercicio, de castigar
la cartera o claudicar frente al consumismo, todo depende del cristal con que
se mire.
― ¿Visteis las noticias
ayer?
―No, ¿pasó algo?
―Siempre pasa, esta
sociedad está enferma; cuando levanta un poco la cabeza viene cualquier pirado
y la vuelve a liar.― Soltó Andrea, la
fatalista del grupo, sorbiendo ergo del cortado descafeinado servido en taza,
nunca en vaso. ―Me da igual toda esa gilipollez de igualdad, fraternidad y no
sé qué coño más. Nos hinchan de bobadas para con el de afuera mientras
descargan basura encima de nosotros. Pagamos y pagamos para volver a pagar; y
nuestros políticos inventan e inventan para solicitar más cantidad sin
solucionar la jodida plaga que nos mortifica.
― ¿Qué ha pasado?
―Adela, la niña que sigue siendo niña. A este paso no te darán la
jubilación, a ver si maduramos un poco.― Regresando en su crónico pesimismo al
caliente tiquismiquis servido en taza.
―Detuvieron a otro
radical religioso que preparaba un atentado en Madrid. No dejan de salir locos disparando al personal en nombre de
otros locos que dicen hablar con su Dios, cuando están haciendo negocio. No sé
hacia dónde camina el mundo, pero algo tendría que hacer el gobierno. ― Aclaró Rosa consternada.
―Es culpa del cague que
tiene Europa desde la segunda guerra
mundial. La única solución es volver a los protectorados, no hay otra. Meter a
nuestros ejércitos en su casa y erradicar de raíz el problema. Dejando grueso
controlando sus países y a la mínima, plomo.
―Porque te conozco bien,
Andrea, si no pensaría que eres nazi, de verdad.―Acometió Adela.
―Puede que nos viniera
bien un Hitler, aunque sea sólo por
un mes. Creo que incluso con una semana tendría suficiente para solucionar la
papeleta.
―Estás como un cencerro.
¿Cómo puedes decir esa barbaridad? Dictadores asesinos, radicales irracionales
y toda esa gentuza que sobrevive en eterno enfrentamiento, nada. Europa debe actuar priorizando los
valores del bienestar, humanidad; dignificando a las personas sin caer en la
trampa de éstos.
―Inocente Adela, todo lo oye y todo se lo cree. Lo
bueno de su terrorismo es que resulta inerte, solo bombo y platillo. Puede que
maten a cuarenta saliendo en cualquier plaza de cualquier ciudad occidental
liándose a tiros hasta caer abatidos. Nosotros enviamos cuatro bombardeos y nos
cargamos quinientos de golpe y sin bajas. Por estadística, ganamos la guerra.―Insustancial,
equivocada, estúpidamente racista.
No dio para más la
conversación al tener que partir hacia el sagrado trabajo. Andrea se sentó en el asiento copiloto encendiendo pitillo y
colocando ambas piernas sobre el salpicadero, pese a vestir falda ancha a media
rodilla. Extravagancia que le permitía Rosa,
propietaria y conductora del vehículo, a sabiendas de la personalidad pueril de
la atractiva de cabello castaño.
Entretanto, Adela aprovechó para dar su
acostumbrada cabezada en el asiento de atrás, mientras sonaban notas
romanticonas de la emisora pastel que siempre escuchaban de camino a la
obligación que las obligaba…
― ¿Por qué te ríes? No
es para tanto, mujer. Sabes, me encanta esa carita tuya cuando la felicidad
brota, eres belleza se mire por donde se mire.
―Siempre tan adulador.
Si no te conociera pensaría que intentas ligar conmigo. Por si acaso, te aclaro
que soy mujer difícil.
―Menos mal que
utilizaste ese término y no complicada. Puesto que nada complicado existe a tu
lado aun siendo difícil de olvidar, olvidarte…― Besando mejilla tierno.―El
perdón es inocuo sin pecado; por eso estoy perdonado frente al hecho de pecar por amor cual enamorado. Y ése
no consta en la lista. Eso sí, siempre y cuando no quiebre mi ciega creencia en
ti.
―Eres un tesoro. Pero
quiero anillo, declaración de rodillas y una boda por todo lo alto.
―No hay problema…―Resonó
dejando eco eternizado.
― ¡Adela coño, despierta!
Ojos abriera con paladar
miel y fresco recuerdo del ayer inmediato, conmemorando amor ultrajado por el
destino enemigo que la condenó a soportar otra pérdida aun sin tambalear
existencia gracias a su enorme fortaleza.
―Odio dejar a medias un
buen sueño.―Fastidiada frente a la inquisidora mirada de Andrea.
―No te quejes, al menos
tienes al recién despertado que ni caga, ni se mea encima. Mientras otras vamos
limpiando mierda a destajo. Menuda caca de trabajo, si al menos fueran
treintañeros de gimnasio con entrepierna, pierna y salidos. Pero nada, sólo ese
medicucho comecocos con músculos Superman
y polla a lo muñeco diabólico, para encontrarla hay que usar gafas de realidad
virtual que adornen lo inexistente y pinzas caza pelos para poder capturarla. A
qué mala hora me enrollé con el adefesio, lo tengo cada dos por tres
revoloteando con la lengua fuera, claro, es lo más largo que tiene. No hay
manera, y eso que le dije que se operase alargando y engordando el tema, pero
nada. Ni orgasmo, ni puta tranquilidad.
―Algún día pagarás tus
locuras, Andrea, deberías cambiar de
vida…
―Corta el rollo que
llegamos tarde.
Tras cambiarse y fichar,
accedió al moderno elevador reservado para el personal del centro, pulsando el
quinto y último piso donde esperaban los pocos pacientes aquejados de extraños
males, lugar dedicado más a la investigación que a la cura, aun sin abandonar
la esencia sanadora del reconocido hospitalario.
Obraba como siempre,
víctima de rutinas, mirando en el enorme espejo si apareció alguna tara durante
el traslado, asegurándose de llevar encima la lectura para la tarde compartida
más que laborada con su amigo y paciente en la quietud del jardín. Hasta que
sonaba chivato y se abrían las puertas de la nave espacial mostrando diferente
universo.
Distinguir cambios no
resultaba galimatías indescifrable en las entrañas hueso de la quinta planta,
por norma, nadie pululaba en aquellas horas por el solitario corredor. Solo su
compañera que esperaba relevo en la sala de enfermeras o sentada tras el
mostrador ojeando cualquier revista, aderezando la lectura con el undécimo café
de la noche. Sin embargo encontró barahúnda, médicos de arriba abajo copiando pollo
sin cabeza y sus compañeras persiguiendo a los doctores.
― ¿Qué ha pasado?
―Malas noticias, Adela; don Andrés Cárdenas está otra vez comatoso, se lo llevaron a cuidados
intensivos a primera hora.
― ¡Dios mío!
―Al parecer ha sufrido
una embolia, no estoy segura pero reviste gravedad. Don Mateo no alberga ninguna esperanza, es cuestión de tiempo.―
Sentenció la oronda y siempre cordial jefa de enfermeras.― Si quieres, puedes
revisar sus cosas, están en una caja junto a la cafetera. Pensé que querrías
hacerlo por la complicidad que existe entre vosotros. Además, han traído un
nuevo paciente, un joven moribundo del hospital provincial, de ahí esta
vorágine incomprensible, al parecer es un tipo importante. No sé qué decirte, Adela. Lo siento.
―Gracias, bajaré a verle
en cuanto me lo permita el trabajo.
Alboroto que se tornó
sordo frente apenamiento que rugía lamento en el interno descolocado de la
joven, mientras sostenía entre sus manos la lectura de aquella tarde que no
llegaría jamás, recordando los gestos infantiles del octogenario presto al
mimo, con sus preguntas inocentes que le cedían cierta ingenuidad rota por
frases sesudas exentas de complicado lenguaje, siempre bajo aura calle,
simplona en el vasto universo que componía la personalidad de quien estaba
convencido de ser Remilgado López,
mera fantasía para el resto realista, realidad aplastante para el fantasioso
que veía ensoñación irracional en el todo que lo circundó desde que despertara,
hasta volver a las penumbras cual último acto en el escenario vida.
Entró buscando la caja
con faz pálida tanto como alma secuestrada por la aflicción, saludando al resto
del equipo que permanecía alrededor de la mesa discutiendo acerca del novedoso
durmiente. Para cazarla y perderse en las soledades del baño de mujeres donde
se sentó en la taza retrete con boca cerrada, al igual que la abatible
intimidad de seguridad llavín. Descansando el teléfono móvil sobre el artefacto
metálico donde reside el rollo de papel higiénico, para destapar la esencia que
descifraba los pocos meses de aquel que llegara más allá. Su amigo confeso o
alma gemela.
Encontró varios libros,
regalo de la única persona que formaba parte del universo soledad, ella misma.
Cinco sobres debidamente cerrados y sellados en la profundidad vana del cartón.
Hojas sueltas con composiciones del que llegó a conquistar los cielos
literarios con historias que siguen fascinando a miles de personas, escritas a
mano, a la vieja usanza.
Agarró una de tantas
dentro de su caótico estado emocional, resbalando primera lágrima que animó en
desolado deprimo a otras tantas, cuando leyera la frase inicial cual entradilla
adicción al resto oda. Escueta maravilla capaz de regalar vida en la muerta
letra azul de rudimentario bolígrafo, bella en su estética dentro del pletórico
mensaje esperanza, al son tétrico de su párrafo final que dejaba entrever que
no esperaba absolutamente nada de nadie, ni siquiera de él mismo.
Alguien entró en el baño
interrumpiendo su lectura de forma brusca, asustándola dentro de la normalidad
pese a permanecer en la intimidad pasador de la solitaria taza retrete cual
trono de las penas. Pasos hacia la hilera de lavabos y eco corriente agua,
silencio leve, de nuevo pisadas para sorprender con voz que no debiera estar en
las entrañas del baño de mujeres, impresionándola de primeras, petrificada…
―Fue una buena partida,
sin duda. Confieso que en ocasiones me vi en desventaja aun siendo el
propietario del tablero y las fichas, así como de las normas del juego.―Grave
tono masculino.―Sé que anidó todas sus esperanzas en ti, todos suelen buscar en
ajeno su salvavidas, es algo común. Incluso tú lo harás llegado el momento.
― ¡No puede estar en el
servicio de mujeres!
Miró por debajo de la
puerta descubriendo pantalones noche embutidos dentro de botas camperas
manchadas de barro. Regresando al trono, colocando la caja de nuevo entre sus
piernas como si fuera muralla infranqueable capaz de detener al lobo, al
cazador, al estúpido bromista, a quien diantres fuera aquel extraño con
tonalidad inquietante.
―Bobadas, normas que no
acompañan la realidad de este segundo que crees certero, o el otro parejo que
descarado distorsiona el primero, las dos caras de la misma moneda. ¿No quieres
conocer la verdad? ―Tentó emanando risa musitada cuan rugido leve capaz de
congelar el infierno o derretir glaciales.
Guardó todo de nuevo en
la caja, apresurada, para abrir la puerta en volandas de cierto enfado, no
soportaba las bromas de mal gusto, nunca las soportó. Estaba convencida que se
trataba de los malditos niñatos intentando impresionarla una vez más, a pesar
de las excéntricas vestimentas del inquietante que atisbó desde el bajo de la
abatible. Puede que Carlos, el
festero adicto a cualquier sintético modo de diversión que la rondaba a la
mínima oportunidad, buscando tórrido encuentro carnal sin límites o barreras.
En síntesis, un gilipollas integral que pensaba con la polla en su afán
delirio. Tanto es así, que recapacitar o discernir se traducía para él en
masturbarse convulsivo. Un crack, sin lugar a dudas.
Pero al salir no
encontró más que la puerta de acceso cerrándose ralentizada, como si alguien
hubiese acabado de marchar. Fue entonces cuando encaró el lavabo más cercano al
secador eléctrico que descansaba colgado a media pared, dejando correr el agua
para refrescar su hermoso rostro con afán de despejarse, repeinándose sin
apartar atención del espejo, su propio reflejo, que dejó de imitarla bajando
las manos, adquiriendo vida propia con terrorífica mueca mofa ante el
desconcierto de la dulce Adela.
― ¿Qué es verdad,
aquello que descubren tus ojos o lo que siempre supo tu alma? ―Le preguntó su
idéntico desde el otro lado.
Retrocedió espantada,
cayendo de envés al suelo en su afán torpe de escapar del imposible,
arrastrándose veloz a cuatro patas, reculando sin apartar mirada de la rareza
hasta pegar su espalda en una de tantas abatibles de los retretes. El reflejo
apoyó palmas en el cristal al unísono que su psicótico rostro, pegando nariz
que deformó súbita debido a la presión ejercida, e inundando de vaho el espejo
desde el otro lado con su agitado respirar.
― ¡Dios santo!
―Vaya, el viejo Remilgado se alió con una creyente.
Buena estrategia teniendo en cuenta su incredulidad. Aunque supongo que el
remedio llegó algo tarde, disfruta de esas hermosas horas agonía a la espera de
que le susurre aquello de… Jaque mate.
No dio crédito a aquella
versión de sí misma con voz masculina. Ojos inyectados en luminaria tímida
rojiza que contrastaba con el sintético brillo de su piel plagada por
cicatrices horrendas, junto a lo que parecían viejos estigmas provocados por el
fuego. Pelo blanco, canoso, largo y suelto; nariz aguileña y pronunciada,
barbilla puntiaguda. Metamorfosis que se completó en un santiamén sin que fuera
capaz de percibirla.
― ¿Qué coño eres?
―Volvemos de nuevo al
principio, esto empieza a ser infumable. Te diré lo mismo que le dije al resto
con la esperanza de que cumplas informando debidamente al siguiente… Yo, soy
tú…
―Debo de seguir dormida
en el coche, todo esto es fruto de una pesadilla…― Interrumpida.
― ¡¿Qué diferencia hay,
cabrona?!
Estalló en mil pedazos
formando lluvia diamante aun siendo muerte cristal, para pasar al otro lado
cual desvarío empecinado en no terminar, jaleando espanto, interrumpiendo la
luz artificial del baño que carraspeó asustada, copiando a la anulada
treintañera que solo alcanzó a cubrirse la cara.
―Es un viejo tema que
cantaban cuando crepúsculo mandaba, arrebatando la chispa vida por gélida
oscuridad…
― ¿Qué?
―… Fuere el grupo dueño
de la creencia que olvidó su credo dando espalda al creador, ambicionando el
trigo ajeno…
Prácticamente arrastraba
los pies caminando hacia ella, desintegrándose el blanco uniforme idéntico al
original, para enseñar ropas enlutadas con botas camperas…
―… Condenaron inocentes
tras infringirles torturas en el sótano de la ermita. Y Madre despertó gracias a los lobos que aullaron enervados frente al
pecado, el pecado del credo falso, la muerte sembrada en la aldea. La misma que
acabaría… Maldita… El perdón es inocuo sin pecado, así comenzó, creciendo
arboleda dominada por jauría legendaria entre las serradas montañas presidio…A
pie del poblado ultrajado.―Arrodillado frente a frente, concluyó.― Dime Adela: ¿Eres creyente?
Dantesco rostro del
miedo matriz, ese que los infantes son capaces de advertir entre las sombras de
la noche, o los canes descubren quedando absortos sin apartar atención de lo
que para el resto adulto es la nada. Atisbando como surcaba densa gota
blanquecina de sudor desde la frente cadáver, esquivando las grutas cicatrices
para acelerar por el tabique nasal hasta la misma punta precipicio. Lenta se
descolgaba al unísono de la exagerada respiración del monstruo, hasta saltar en
busca del pavimento donde eclosionó en mil pedazos, muerta entre la necrópolis
de cristales occisos que constituyeron el espejo ejecutado.
―Esto no puede estar
pasando, es imposible.―Balbuceó sobrepasada aun sin doblar rodilla.
―No me has contestado,
niña. Puede que necesites refrescar tu engarrotada memoria. Recordar el
anteayer, esos días iluminados que precipitaron al abismo en un mísero segundo.
Ya sabes lo que dicen de la miseria, le basta una centésima donde todos
levanten hombros mirando hacia otro lado para perpetuarse.―Dedos exagerados
posaron en la coronilla de la mujer.―Bienvenida a casa.
Abrió los ojos
descubriendo que se encontraba en la parada del bus, debajo de su casa, junto a
dos mujeres de mediana edad que discutían pequeñeces acrecentadas por
insaciables egos dentro de sus insulsas rutinas.
No circulaba ningún
utilitario ni pudo advertir el torrente habitual de los azarosos transeúntes
yendo y viniendo. Tan sólo el rojizo autobús cruzando el puente, desviándose
hacia su posición con ritmo ralentizado hasta parar súbito abriendo las
puestas.
Las superficiales se
apresuraron al embarque sentándose en las entrañas metálicas del vehículo al
son que ella observaba sin mover pestaña. Indiferente.
― ¡Señorita!―Insistió
varias veces el conductor hasta llamar su atención.―Usted también está en la
lista, ¿a qué espera?
― ¿Qué lista?
―No tengo tiempo para
explicaciones, solo soy el conductor.
―Entonces, dedíquese a
conducir.
Cerró accesos
conquistando seco eco el ambiente enrarecido (...) El autobús partió siguiendo
el cauce del río jardín hasta alcanzar el puente custodio, advirtiendo
intenciones con el intermitente para de repente estallar formando inmensa bola
de fuego en el centro exacto del viaducto.
“…Un segundo escaso nos
concede esas décadas existencia, para regresar sin previo aviso y cobrar
deuda…”
La onda expansiva arrasó
con todos los cristales; los de las ventanas de los enormes edificios; de los
vehículos estacionados, escaparates. Formando lluvia de amasijos durante parco
segundo infierno sin que afectara demasiado a la impasible Adela, que actuaba como si nada hubiese pasado hasta reaccionar tan
irracional como errática, caminando por la cuadriculada acera hasta el portal,
sacar llaves, abrir abatible y desaparecer en los adentros del edificio con
fachada verdosa y entrañas indiferencia, albeando en la incoherencia de su
habitación intimidad. Sentándose ergo frente al escritorio donde solía pasar
horas enganchada a la ensoñación gracias a la lectura, para rescatar del montón
virgen de folios, elegido, lápiz del vaso contenedor de semejantes. Y escribir
mil veces la misma frase aun no siendo capaz de descifrar aquellos caracteres.
― ¿Qué coño estoy
escribiendo? No consigo ver con claridad la letra, mi propia letra.―Musitara
observándose desde la distancia.
―Aquello cambiante que
golpeó día y se eternizó durante noches.―La voz del monstruo en la visión
imaginada.―Para quedar poso recurrente en sueños alabanza con Romeo cortejando a Julieta. Besos y caricias que jamás fructificaron desde el segundo
en las panzas del autocar sentencia. No te alteres, niña; nadie suele recordar
el epicentro de la barbarie. Él, tampoco…
Cuando apartó sus
dantescos dedos despertó con extraño sabor de boca, reseca, percibiendo olor a
chamusquina entre sudores. Miró al frente descubriendo la puerta con pasador
echado, y más abajo, la caja con las pertenencias del octogenario. Sentada en
la taza del retrete, agarrando el escrito que comenzó a leer entre lágrimas
recuerdo, sumida en aflicción.
― ¡Santo Dios! Esto me
supera.
Escapó de su escondite
comprobando que el baño seguía como siempre, sin extraños sobrenaturales;
cuatro retretes con clones puertas de tono blancuzco e idénticos lavabos
descansando bajo único espejo que moría a pocos centímetros del secador
eléctrico, junto a la abatible de acceso. Solitaria lumbrera en lo más profundo
del habitáculo y poco más. Ni espejos desintegrados, ni monstruos metamorfoseando
de perfil psicópata a estatus infernal. Todo en relativa calma teniendo en
cuenta que se trataba de servicios hospitalarios sitos en la planta más dada a
la visita de la Parca, por tanto,
entre aquellas cuatro paredes permanecían latentes cientos de lloros silencio,
infinidad de depresivos por tristezas infranqueables frente a despedidas que
cuestan zanjar incluso décadas, toda una vida para hacerlas efectivas.
Puso la caja sobre el
secador mecánico abriendo el plateado grifo en serie, dejando brotar el líquido
vital sin valorar el extraño sueño, diferente o novedoso, dependiendo del
cristal con que se mire. Nunca antes soportó tal despropósito anidado por zombis atravesando espejos, dotados de
buena oratoria aun enigmática. Ni siquiera en sus adolescentes años cuando
toleraba aquella adicción por los tétricos filmes de terror.
Escapó del servicio para tropezar de bruces
con el transitado pasillo en la realidad que la esperaba. Dos uniformados
permanecían custodiando la última habitación, al final del corredor, en sus
entrañas. La misma donde pasó Remilgado
sus últimos meses y ahora ocupaba el nuevo paciente que revolucionó con su
llegada el quehacer cotidiano de la planta.
Durante unos segundos,
petrificada en el centro corredor, observó aquellos policías. Sobre todo las
armas que portaban a parte de las habituales reglamentarias; más que escolta
parecía estado de guerra a juzgar por las recortadas que empuñaban ambos,
encarados hacia ella como si esperaran agresión, una auténtica locura. Estampa
novedosa en la vieja planta de los dormidos, o como la apodaba el personal, el
arado comatoso donde se alimenta la Parca…
® Dadelhos Pérez