El mejor (Relato/negro)
Conseguir, ese era el
objetivo que ambicionaban mis ojos mientras temblaban mis manos antes de
adentrarme en la panza de las oficinas. Entre el linde de la
desesperación y la locura, alejado de raciocinios dentro de sus maternas
lógicas. Expuesto a los extremismos con meta borrascosas.
Me costó dar el primer
paso, el importante que imposibilita la vuelta atrás, quedando a la espera
de no sé qué plantado en la ancha acera concurrida. Tipos con una vida más o
menos sólida mientras mis segundos conformaban minutos fantasmas, horas
inertes, años invisibles rodeados por auténtica podredumbre.
Soy consciente de
que las excusas no valen, no valieron y no valdrán.
Me encontré con estampa
cotidiana que no merma de anteriores, varias mujeres de mediana edad en grata
conversa esperando su turno para acceder a la caja, un joven ojeando las
ofertas hipotecarias sentado en uno de los pocos sillones y el equipo de
atraco, los empleados de la mentira laborando entre sonrisas y buenas formas.
Yo iba a convertirme en la nota discordante que recuerda la veracidad del
contratiempo real, alejado de sus vidas de fuegos artificiales con cóctel repipi en el club
de los elegidos.
― ¡Señoras y señores!
Por motivos ajenos a la empresa y debido al infructuoso cambio de las
cotizaciones en bolsa. La entidad se ve forzada a cubrir las deudas pendientes con
sus acreedores, es decir, conmigo…
Me miraron como siempre
miran, mofas y gestos atrevidos, descarados. Incluso señalando con el dedo
pese a estar observándoles. Cierto que mi aparición se alejaba de la ortodoxia,
pero a diferencia de la competencia me gusta saber con quién trato antes de entrar
en materia. Y aquella ensayada intrusión funcionaba a las mil maravillas
escatimando valioso tiempo. Sin hierro, sin amenaza, enseñaron en un suspiro
sus verdaderas almas.
―Será
mejor que regrese al circo de donde ha salido. ¡Jodido el canoso!
Es así desde siempre,
una bobada desenmascara avizorando amenazas. Prepotencias… Ahora sé quiénes son
sin que ellos atisben nada de mí a excepción de la pequeña treta... Peón
avanzado, alfil acechando y dama a punto de entrar en escena. Mi momento
favorito.
―Les presento a la
verdad.―Suave escapa de mi cintura para mostrar su fulgor plateado, belleza
gélida que congela almas.
― ¡Dios mío!―Imperó la
cordura en las clientas.
―Cierto que no suele
hablar demasiado, que sin mi mano se convierte en objeto de culto. Que no
engaña o disfraza intención cuando ruge fuego escupiendo represalia. Supongo
que con ella… La cosa cambia, ¿verdad?
Desde que aparece mi
socia hasta que llega el antídoto a golpe de sirena restan diez minutos, tiempo
suficiente para desvalijar hasta las pocas moscas que pululan por el local en
busca de un préstamo de mierda.
―No quiero oír el
chisme de la caja.―Son como ganado y así mismo los conduje al rincón, junto a
la puerta del “manda más”.―Me
conformo con los cuartos que tienes ahí, mochuelo. Llena la bolsa.
―Sí señor.
No hay dogma para este
oficio, días o incluso semanas de preparación intentando vislumbrar cualquier
posibilidad que pudiera irrumpir dentro de los siete minutos de máximo riesgo.
Y entendedme bien, el riesgo nunca está dentro de las oficinas, el riesgo
siempre espera afuera o entra de la misma manera que entré aún sin presentación
previa. Puede que por eso nunca se debe dudar ejecutando implacable lo que
dicte el instinto tras el arduo entrenamiento. Aunque ese presentimiento te
empuje apretar el gatillo. No soy un asesino, ellos tampoco. Pero de
encontrarnos reaccionaremos de la misma forma, son las reglas no escritas.
Destinos fúnebres que pretenden borrar locuras en mentes expuestas a la hecatombe,
al paro, a las colas en los comedores sociales.
Agarro aire antes de
emprender la huida, siempre disfruto pleno de él por si fuera la última
oportunidad de llenar hasta los topes mis pulmones. Enfundo a la verdad en mi
cinto, avizoro la cámara de seguridad situada encima de la puerta y salgo a
paso tranquilo, concentrado, a sabiendas que entro de lleno en el verdadero
reto.
Parece increíble pero
la calle sigue su curso a paso enloquecido, no hay sirenas ni polis armados
hasta los dientes. Cinco trancos me conducen al asfaltado, diez más me regalan
el comodín del auto. Girar la llave completa el fin del inminente restando el
constante. Pronto llegarán los ciegos uniformados, lo hacen después de asegurar
todas las vías de escape, son tan monótonos como predecibles.
Un chasquido me alerta rescatando rápidamente de mi cinto a mi socia, esto no debería estar pasando.
―Eres muy bueno, viejo.
Creo que no existe nadie con tu don.―Me habla desde el asiento de atrás, no
quiere matarme, busca otra cosa.―Ahora entiendo porque prefieres trabajar solo.
―Tengo que salir de
aquí, dentro de minuto y medio esto se plagará de policía.
―Lo sé. Dame la bolsa.
Monta su endiablada y
acaricia mi nuca, este oficio no tiene dogmas. Lo preparas todo durante
semanas, controlando los efectivos policiales más cercanos, los horarios de los
trabajadores, las carreteras comarcales, locales e incluso las sendas que
mueren a pies de cultivos. Marcas los tiempos, que harás si te sorprende la
bofia, si se rebota cualquier empleado. Pero nunca esperas que alguien del gremio
espere para hacerse con tu esfuerzo. Si le doy la bolsa me eliminará, exactamente
lo mismo si hago lo contrario.
―No lo volveré a
repetir, dame la bolsa.
Debes obedecer al
instinto, es la única arma fiel que casi nunca se equivoca… Y eso mismo
intenté. Quiero decir, eso mismo intento.
"Apunto con su plateada
pegando el cañón sobre el asiento con la esperanza de hacer blanco aun sabedor
de las dificultades."
―Tranquilo, te daré el
premio. Al fin y al cabo quedan muchos bancos por expoliar, ¿verdad?
"Y apretó el gatillo
varias veces alertando a los transeúntes que se apartaron del carro. Fue
entonces cual mal fario cuando llegaron las sirenas, los malditos policías que
no tardaron en cercarle…"
―Puta miseria. No puede
salir bien, no saldrá bien.
"Su agresor, malherido,
encontró las fuerzas necesarias para levantar tembloroso su endiablada a la par
que hacía lo propio el viejo zorro desde el asiento del conductor, con la
notable diferencia que no mostró hierro más bien palmas, rindiéndose ante la
evidencia. Pero como bien sabía, su oficio no sigue dogmas."
― ¡¡¡Baje el arma!!!
― Estoy desarmado…
"Descargaron las prisas
y las calmas, los recelos, las ansiedades, malos humos, impotencias… Todo lo
que albergaban en el cuarto oscuro de sus almas acribillando al mejor de los
mejores por culpa del carroñero… Una historia que enseña el débil hilo que
separa lo esperado de la cruda realidad. Este oficio no tiene dogmas y no alberga
supervivientes pues carece de esperanzas."
®Dadelhos
Pérez (La ranura de la puerta)