LA HECHICERA (micro/misterio)
Su nula fe la dejó al otro lado de la
puerta, cosas que provoca la desesperación revenida por la catástrofe. Había
oído hablar de la curandera caribeña, hermosura en la cúspide de su juventud
capaz de comunicarse con cualquier plano. Al menos eso decía el atrayente
cartel que vio en el pequeño escaparate de la cafetería.
El interior de aquel apartamento
habilitado cual consulta, desinflaba cualquier esperanza al no andar por el
glamour, más bien todo lo contrario; aunque una vez aterrizado se propuso
llegar hasta el final, pedir a la hermosa que le contactara con su mujer e hijo
fallecidos meses atrás en el fatídico accidente de tráfico, el inicio de su
pequeño y gran infierno.
Como siempre, quedó el último para
entrar en consulta cediendo su turno a todo aquel que entrara por la puerta,
sin decir nada, sentado, abstraído y dudando de todo, de nada, en las mareas de
la perdición, el epicentro angustia que bien aprovecharon el resto de clientela
ignorándolo.
―Creo que
ya pasaron todos, maestra.―Soltó la oronda desde los adentros de
la sala de magias.
―Asegúrese
bien.
Tras el pequeño equívoco, entró cabizbajo sin pronunciar palabra,
pasando al lado de la obesa que ni siquiera fue capaz de mirarle. Sufría desmedida
indiferencia por parte de casi todos sus iguales desde que comenzó abandonarse,
harapiento, falto de higiene y siempre evitando conversaciones de cualquier
tipo. Encerrado en su tormento que alimentaba con silencios aderezados por
millones de pensamientos decrépitos. Precipitado al desastre y en busca de
aliento pese arriesgarse a caer víctima de engaños, en realidad, cualquier cosa
le valía.
―Siéntese, señor.
Cruces, imágenes sagradas, extraños símbolos y redonda mesa. Todo
seguía el guion esperado por cualquier adicto a eso de la magia. Sin embargo,
la tez atrayente de la joven hechicera, aquella mirada esmeralda que conjuntaba
cual paraíso perfecto con su tez (…) Viva
imagen divina, ninfa, diosa (…)
―Disculpe a Mercedes, es más que despistada. No se lo tenga en
cuenta, señor. A propósito, me llamo María. Soy originaria de Caracas,
Venezuela.
―Un hermoso país. Veo que cambió la mentira europea por el
auténtico cielo.
―No cambié nada, señor. Sólo agarré un avión cruzando el enorme
charco. Siempre que puedo regreso a mi casa para ver a los míos. Lo más importante
que tiene uno en este mundo es la familia, ¿no cree?
―Dicen que puedes contactar con cualquier plano, ¿es verdad?
―Sólo con dos, siento decepcionarle. El de los vivos y el otro.
―Entonces estoy en el lugar indicado.
― ¿En qué puedo ayudarle?
La maldita pregunta que inicia revivir recuerdo de lo que le es
imposible olvidar, pero sacarlo del coleto frente a desconocida (…) Apretó
puños buscando aliento valentía para confesar la hecatombe que seguía devorando
su alma.
―Fue en una tarde soleada mientras regresábamos tras visitar a mis
suegros, viven en una de esas granjas de la ribera, ya sabe, rodeados de
naturaleza, árboles frutales; un lugar perfecto… Sólo recuerdo las luces del
enorme camión cargado de vigas, ese maldito destello que me obligó a frenar
súbito sin poder evitar la colisión (…) La carga cayó atravesando el
parabrisas, puede que perdiera el conocimiento en ese instante, no lo sé. Lo
cierto es que recuerdo cómo marchaban las ambulancias llevándose a mi familia,
intentando mantener su parco hilo de vida, sin éxito…
― ¿No le llevaron a usted al hospital?
―Por muy raro que le parezca, el destino se conjuró en mi contra
saliendo indemne de la catástrofe. Mi tormento, experimentando las pérdidas,
impotente, las horas en el hospital, solo, pensando, llorando (…) incluso
rezando por la vida de…
―Quiere contactar con ellos, ¿verdad? ―Visualizando afirmación
silencio.―Las almas como usted son la rareza que da sentido a la existencia. No
creyentes que se ven absorbidos por realidades, esas mismas que negaban
mientras la comodidad de sus días presentaba confort. Una gota puede decantar
la balanza aunque no se preste atención (…) ¿Cómo se llama?
―Noelia y José.
―Me refiero a usted.
―Sergio.
―Siento no poder ayudarle como usted esperaba, señor. Puedo
contactar con el más allá, con cualquier alma que pertenezca al reino de los
muertos (…)
―Entonces puede hablar con mi familia.
―Podría hacerlo sin ninguna dificultad si supiese donde viven o
dispusiese de su número telefónico (…) Mi poder sólo alcanza el otro lado, comunicándome
con los fallecidos como estoy haciendo ahora mismo con usted…
® Dadelhos Pérez (la ranura de la puerta) 2016
SALAS
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