martes, 29 de enero de 2019

El último adiós.

Entre las rías de tierra, escoltadas por los setos bien peinados que lindan con el nutrido césped donde habitan los auténticos dueños del parque. Rememoró las centésimas eternas en el recuerdo que regresa, cual resaca dispuesta a constatar la veracidad de un mensaje nítido, aquel rezo de amores verdaderos en los adentros mortificados por la pérdida hallada. Sí, rescatada del recuerdo citado cuando el destino es vago y cuesta encontrar una buena bocanada de puro entusiasmo, oxígeno, en su juego simple desde lo complicado del ostracismo. Esa herencia a dedo impuesto o a décadas sufridas, superadas.

-Aquí fuimos aventureros, piratas o magos con poderes inimaginables.
Sí, el juego de la vida en el parque del barrio.

Y de los aromas inherentes al edén, pulmón de la urbe, con sus visiones en bucle mental del mucho antes del hoy desolado; de la piel plagada por las taras de la constancia vital que lo aparca bajo mínimos. 
Sus cabellos plateados. Su principio de finales en los albores de la valorización sin peros ni abogado defensor, solo fiscal cascarrabias. En lo que resta y suma sujeto al intervalo presente que ancla gozoso allá, en lo ya experimentado. Lo que queda cual divinidad concluyente de su verdadera esencia. Se sentó en el banco, a la sombra del bananero, frente a la fuente centenaria. Rescatando un sobre sellado del bolsillo más cercano al corazón, la habitación del alma.
Y sí, es cierto, fue suspiro nervioso el telonero emocional previo al episodio vencido aún no cerrado, lejos de los océanos derramados por las ventanas de su alma en los tiempos de luto todavía vigentes. Eternos, dolorosos e injustos.

Miró a la nada durante segundos, a la espera de cualquier eventualidad sin apreciar interrupciones.
Y con la soltura torpe de octogenario repleto de anhelo cual única maleta en su trayectoria final, abrió la carta para leer...

"...Papá, te quiero mucho."

-Yo también, hijo. Yo también. Te echo de menos.

Doy fe del dolor ajeno instaurado en la cotidianidad de quien no lo supera, ni lo pretende.
Un viejo muerto en vida, vivo en su mundo interior.
Un humano en el cuadriculado tablero de la vida aun aferrado al onírico de lo que fue hasta los restos que lo olviden para olvidarse de la tragedia.

Dadelhos Pérez.
(Pedacitos invisibles de lo que somos)

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