AQUELLA
CIÉNAGA por dadelhos pérez
Hay historias que narran sobre cuentos
que rezan, pero ninguna se equipara aquella arcaica (que quiere decir
vieja) como relatara dicharachero mi buen abuelo mientras se
balanceaba en mecedora desteñida, aun sin riña, al saltar la mano
de pintura violeta por cumplir tantos años como el padre de mi papá.
De recuerdos se acordaba cuando el cuento contaba tildando de heroína
a simple rata de agua o de marjal.
Lo sé, no es que fuera animal querido
por todos para historia amena y con moraleja para nada escudriñada,
siendo más codiciado el ratón saltarín, la rana de charca, el
perro fiel, el gato cruel o su primo independiente, pues por norma
corriente suelen protagonizar las leyendas. Ya sabéis, esas fábulas
que confabulan en tretas marañas para terminar cual almuerzo
familiar en soleado domingo frente a playa veraniega, como ejemplo
nada rebuscado.
Dicho lo expuesto sin más pretexto
que atar atenciones para con el cuento o historieta, comienzo igual
que comenzara mi buen abuelo y su ir y venir sentado, por supuesto al
son pausado y chirriante de la vieja mecedora… Puesto…
Érase una vez que fuere aun siendo,
una rata de pelo esbelto y cola pelada que nadaba y nadaba en el
humeral de la zona. Ni la rana campeona o el pescado de aguas dulces,
y me refiero al más veloz, podían competir frente al airoso
correteo acuático de la acuática amante del queso, cual buen
roedor.
Mundo imposible con parla de animal y
raciocinio amoldado al arado de la convivencia, existía en el
universo pequeño de aquella comunidad, claro está, circundada por
completo al vital y líquido elemento que subsistencia otorgaba,
desde simple respirar de los peces pescados que con creces burlaban
el anzuelo del humano dominguero, o como pelado divertimento del que
ya os hablé. Nadar y nadar durante rato grande y parar para bucear
pequeño, ya que la rata acuática todavía no sabía respirar como
el pez, aunque a éste le ocurría lo mismo pero a la inversa,
teniendo como referencia el líquido vital cual linde del diferente
respirar entre mamífero y pescado. Pero esperad, pues lo tranquilo
es momentáneo igual que momento gastado, liquidado, consumido o
esperado por aún no llegar (seguro que hay más tipos de momentos
pero ahora no los llego a recordar) Entonces…
Mañana diferente en alba copiada de
la anterior, iluminó igual que iluminara el humeral natura cual casa
de los cientos que vivían en él. Tan amable presentara el día que
todo lo cambió, que los rayos del astro colaron por rendijas en la
casa enana de madera donde vivía la heroína nadadora, esa de cola
pelada y cabello frondoso de gris color con mechas escarlata, al ser
doña y no don, que solía engalanarse acudiendo a la peluquería
propiedad de la mofeta que gozaba de enorme reputación en su
quehacer estilista, aun con vista, al soltar pedo silencioso y de
putrefacto olor cuando se irritaba frente a esos y esas con mucha
cara que intentaban no pagar.
Levantó con salto vida, sin esperanza
pues nada esperó o esperaba, caminando a dos patas hasta la cocina
tras atravesar el diminuto salón y agarrar una cuarta de queso
tierno que sustrajo de la granja del humano ganadero, el mismo
dominguero que anzuelo lanzaba y los peces burlaban cada siete días,
siendo exacto con esmerada exactitud.
No se sentaba en el taburete diminuto
frente a la mesa a la par, pues el deseo de nadar la empujaba a tomar
de pie el desayuno. Bocado tranquilo primero, luego, seguido, un par
frenéticos, mastica y mastica para después tragar y…
Dentellada paralizó súbita en la
garganta que atraganta, y espanta y espanta buscando el vaso de agua
que solía dejar preparado al sufrir cada mañana el mismo espanto,
el cual calmaba con trago divino de la divina que desatascaba su
ansiedad para luego zambullirse en el humeral y nadar rato grande,
parar, buceando pequeño por el tema de respirar.
Y así mismo ocurrió superando mal
trago para salir de la casa y descubrir lo que nunca creyera pese a
mirar con ojos platos, con los prismáticos, a través del cristal de
la ventana, sentada y de pie, acurrucada, entre los dedos de las
zarpas y nada de nada. Nada, con todas sus poses espectaculares vio
lo que fuera pues fuera lo que es, ni más, ni menos… Refunfuñara…
— ¿Dónde diantres está el agua?—
Alucinada tanto como preocupada al no estar lo que ayer por la tarde
estaba y no lo soñó.
Bajó tres escalones hasta plantarse
en el desértico acuífero que ya no existía, sólo barro o arcilla
de atrayente color palidecido y los juncos, esos viejos amigos que
les encanta vivir en la líquida y jugar con el viento porque rectos,
impasibles e iguales formaban todos esperando la caricia del aire, y
cuando llegaba, danzaban coreografía cual pieza perfecta del ballet
natura aun sin música celestial. Tan graciosos resultaban que la
rata los admiraba desde el porche de su casa tras su asidua sesión
de natación.
—Anoche, bajaba y bajaba más de lo
habitual, doña rata. — Comentó el junco mayor— Quedando
disecado el marjal cuando la luna generala imperaba con más fuerza
en su reino oscuro, claro está, no del todo al coexistir con los
guiños estrella y su propio corpóreo plata.
—Puede que se desviara por alguna
razón o que alguna vaca se la bebiera disecada, tras zamparse las
toneladas que se zampan en el prado sin árboles y cercado con vallas
de color, ¿viste alguna anoche metiendo el hocico en el humeral?
—Seguro que alguna bebió, estimada
campeona de la zambullida, pero por mucho que bebiera no alberga
tanta tripa para la ingente reina de nuestra humilde comunidad. Habrá
que investigar que diantres pasó para que tanta cristalina se
evaporara en noche despejada y sin ruidos.
Sonaron cánticos de grillos
alguaciles en extraño día mal augurio llamando a todo el reino
animal, entiéndase la comunidad del agua, en asamblea urgente
presidida por la rana fulgurante, aunque se llamaba Ancas,
por ser la más vieja del lugar y por lo tanto calzaba experiencia
que entrega sabiduría, la misma que compartía con sus convecinos
que aterrados acudieron a la piedra enorme desde donde se solían
lanzar a la cristalina los diferentes nadadores y nadadoras o
viceversa, ya que el orden no altera lo expuesto…
—Crisis nos golpea al despertarnos
en secano que horas antes no fue—Comenzó discurso exaltado pues
exaltada tanto como asustada estaba la veterana Ancas
en incomprensible contradicción—Formaremos
grupo de investigación mientras el resto se recluirá en la charca
del prado, la del dominguero humano, hasta que logremos averiguar el
extravío de la límpida intentándola recuperar. ¿Alguna pregunta?
— ¿De preguntar?—Con su aguda voz
interpeló el saltamontes Trotes.
—Por supuesto, del
preguntar—Contestó la sabía de piel resplandeciente.
— ¿De preguntar lo que sea o sólo
sobre el elemento vital?—Insistió el insecto.
— Lo que sea también vale— Con
monumental paciencia, sin ciencia y avizorando leve.
— ¿Puedo formar parte del
contingente de investigación?
— Puedes.
— ¿Puedes de poder?
— De poder puedes y deja de liar la
liada que lías liando con cuestión que no cuestiona, Trotes.
Irás con nuestra campeona riachuelo arriba hasta descubrir el enigma
que hace peligrar la comunidad. Y si fuere posible, liberar la
cristalina o convencedla para que regrese tanto ella como nuestros
hermanos peces. Y al resto, recoged los flotadores cintura y
manguitos, las gafas de buceo, la goma del pelo, peines y toallas de
río o de playa; pues en hora escasa, partimos a la charca humana más
allá de las vallas. Esquivando a las vacas e intentando no llamar la
atención del viejo perro Negrito.
Ya sabéis cómo se las gasta cuando atisba enano animal ya que solo
piensa en jugar, lamiendo y lamiendo, moviendo rabo, ladrando y
volviendo a ladrar, sin contar con su insistencia de correr tras palo
lanzado y traerlo a la vera para que se vuelva a lanzar, cosa
imposible por nuestro pequeño tamaño que no comprende el saleroso
can.
Trotes
se puso sombrero esperando en el borde riachuelo a la afamada rata,
que por llegar, llegara luciendo gafas de sol en oscuro tono zarco
(que es azul) para partir ambos siguiendo el serpenteante constante e
inclinado ascendente del disecado que cruzaba olvidadas tierras, al
menos para estos dos que nunca salieron de la ciénaga.
Arboleda coníferas (pinos variados
repletos de piñas temporada) matorrales con espinas y espinas
zarzamora aun sin mora madura en zarza. Rocas y piedras, baches,
ramajes e infinidad de obstáculos que la rata esquivaba veloz y el
saltamontes saltaba, puesto era el mejor saltador de la región.
— ¡Un momento momentáneo, que
pista vislumbro en la base riachuelo! — Agarrando su verde cara con
las cuatro patas mientras se sostenía con las serradas, ventajas de
saltamontes.
— ¿Algún pescado rezagado que nos
pueda explicar?— Esperanzada preguntara ella.
— No, no es pez porque agua no hay.
— Dijera con su voz atontada.
— ¿Alguna nota escrita por la
anguila?— Insistente insistiera, insistiendo.
— Tampoco, buena amiga, aunque mire
y mire no hallo animal. — Redundara repetido.
— ¿Entonces?
— Tú ven y mira, además; ¿de qué
sirve explicar si con tus ojos puedes vislumbrar?, a no ser que esas
raras gafas de sol te impidan ver la pista descarada que descansa
entre las piedras y el fango, sin agua, gritando motivos del desmán
desconocido. Anda ven.
—Andando voy.
— ¿Hacia aquí?
— Hacia ti, llegando—Colocándose
a su lado.
Increíble creído al tener enfrente
cierto referente que luz podría arrojar, cuatro guijarros
circundaban un pedazo de plástico colorado, teniendo en cuenta el
peligro que conlleva para los nadadores acuáticos aunque ese no era
el caso, claro está.
—Puede que sea el motivo, ingente
cantidad del colorado atascando en cualquier punto río
arriba—Discernió la rata lista mientras carcajeó el saltamontes—
¿Qué te hizo gracia de nuestra desgracia, Trotes?
—Sólo cumplo con lo demandado, cómo
dijiste río arriba, me puse sobre dos patas para reír lo más
arriba que pude. Aunque no entiendo demasiado bien de qué servirá.
Después de la tontuna del
experimentado saltador, imperó la aventura al acelerar pasó para
llegar al alto donde lo imposible volviera a sorprender. Boca
estrecha del riachuelo que a consciencia regeneraba la cristalina de
la ciénaga, su hogar, atiborrada de plásticos varios, algún
neumático de sidecar, troncos; también muebles y enseres típicos
de los pintorescos monos pelados que visten extraño, siempre tapando
piel.
—Menudo desbarajuste en la boca más
escueta que conduce conduciendo el elixir vital a la ciénaga.
—No te preocupes Trotes,
esto lo vamos a solucionar.
Voces a lo lejos o a lo profundo, no
sabría precisar; clamaron clementes ayuda inminente desde el lado
anegado por la atascada, asomándose en saliente roca grisácea la
acuática nadadora. Mirara detenida tras quitarse las gafas zarcas
vislumbrando la tragedia que atrapaba a sus hermanos de carreras, los
veloces peces de agua dulce, aun sin azúcar, que atrapados entre
ingente basurero intentaban escapar.
— ¡Son ellos y están todos!
— ¿Los reyes magos de navidad, sus
pajes y los regalos?
— No. Nuestros hermanos, Trote.
— ¿No me digas que han venido mis
familiares de la estepa?
— Deja de inventar y mira, están
todos. Los perezosos colorados, los listos ingenieros, los verdes
rápidos y los lentos incoloros. Asidos entre el desperdicio que tiró
algún animal…
— ¿Animal por serlo o por
ejercerlo?
— Por ejercerlo al serlo todos los
que hay.
— ¿Quién hay, no te entiendo?
— Mejor no perdamos el tiempo y
rescatemos a los pescados de su horrible mal. Sin paciencia aun con
ciencia como nos enseñaron en la escuela. Roeré y roeré el
atascado desde la parte seca a ver si retomando la corriente se
pueden soltar…
Nerviosismo reinara en alta montaña
desde donde se podía divisar el pueblo teja vieja, cuatro casas
blancas por la cal aplicada aterrizada la primavera, y al lado,
escupiendo humo negro por chimenea inmensa, una fábrica de muebles
de madera.
La rata acuática entró en el cauce
seco con tremenda presteza, esquivando filos roca, alguna vara
suelta, arbustos del verde oscuro y algún que otro u otro que algún
dispar, que cuando pisó, resbaló leve retomando equilibrio con el
gran atino heredado por su agilidad. Y frente al enorme taponamiento
de plástico maloliente, agarró aire y saltó enérgica agarrándose
para comenzar a roer.
— ¿Y yo que hago?— Nervioso él.
— No puedo hablar y roer al mismo
tiempo, busca una rama e intenta liberar algún pescado para que me
ayude a roer desde el otro lado.
— Los pescados no roen, sabionda.
Nadan, abren y cierran la boca para volver a nadar: Apropósito, ¿qué
más hacen los peces aparte de lo que mencioné?
— ¿Morir atorados en plástico?
—Retórica ella.
— ¿Morir de muerte? — Pesado él.
—De muerte de morirse, Trote.
No hubo más comentarios ni preguntas
facundias frente a la insostenible situación, agarrando rama delgada
aunque pesada para el saltamontes, que intentaba acercar a los
atrapados sin llegar a tocar agua por lo corto de la vara y lo
diminuto de su extremidad.
Fue entonces cuando apareció un
elegante castor de pelaje tierra, ojos penumbra, cintura barriguda y
bigotes iguales a los habituales en felinos enormes, medianos o los
pequeños que tanto les agrada jugar con ovillos de lana entre la
amplia variedad de sus juguetes, claro está.
Desde roca prominente que sobresalía
se lanzó a la cristalina liberando a los peces aun tentado en
hincarles diente, cosa que evitó, para ergo empujar violento el
plástico tapón retornando la corriente a su cauce natural.
— ¡Insensato! ¿Qué has hecho?
Menos mal que la rata acuática es la mejor nadadora de la comarca. —
Recriminó Trote
colocándose bien su sombrero. — Aunque debo agradecer tu esfuerzo
al liberar a mis hermanos peces y desatascar el entuerto que secó el
humeral.
Fue salvación encontrada, hallada,
tropezada, casual o aposta; puede que viniera o fuere, a la postre
resolvió el problema del enigma de la ciénaga que descubriera la
nadadora y el experto saltador en la avanzada mañana que peligró el
flujo vital y a sus hermanos peces.
— No sabía de la existencia de
vuestra comunidad, pues de saberlo, seguro que diminutas brechas
hubiera dejado para que agua no os faltara. Siento el agravio que os
pudiera causar. — Se disculpó el enorme castor de palas dientes
gigantes, tanto como su panza peluda o sus bigotes gato.
— Me llamo Trotes, rata grande. —
Se presentó.
— No soy una rata, soy un castor.
— ¿Castor de casta?
— Castor de especie.
— ¿Especie de especia? ¿Igual que
las yerbas resecas que recoge Ancas
para sus guisos?
— Especie de ser, no de comer.
— ¿No comes?
— ¿Qué bicho te ha picado? ¿El
mosquito mareo, el del atontamiento o la mosca que inocula bobería
con su vuelo triangular?
Puede de posibilidades, que aquella
locura aun siendo aventura que acabara bien, resultase advertencia
hincando consciencia entorno al líquido vital que mantenía la
comunidad. Lo cierto es que la rata campeona, Trote y el castor
barrigón, limpiaron de desperdicios toda la vera del riachuelo
mientras los peces aplaudían con sus aletas, porque manos no tienen,
cuando quedó inmaculado el cauce, el hondo que es fondo y los bordes
anegados por juncos jóvenes y otros niño. Y los primeros abetos de
la frondosa arboleda también vitorearon a los héroes de esta
historieta que juntos regresaron río abajo hasta alcanzar la
ciénaga.
Mi abuelo, llegado este punto, dejaba
balanceo con gesto agradable para contarme el final que solía
cambiar dependiendo del día. Si sol secuestraban las nubes y viento
no hacía, el castor se quedaba a vivir en el humeral coexistencia
del maravilloso universo inventado, puesto que domingos de verano en
la bienhallada tierra fantasía, visitaban el marjal los nietos y
nietas del ganadero dominguero, que aún extraño sonar, dejó de
lanzar caña desmotivado por la inteligencia juguetona y con motas de
mofa de los pescados de agua dulce, aunque sin azúcar, edulcorante o
aditivos alejados de la natura del lugar.
Lo cierto es que por mucho que mermara
la historieta de la nadadora, el saltador charlatán y el castor
barriguitas; siempre soltaba contagiosa risa para ergo incitarme a
vislumbrar ese paraíso comunitario cruzando el extenso prado donde
sus vacas pasturaban, esquivar la charca y llegar al vallado de color
junto a Negrito
(el perro fiel de mi abuelito que siempre que iba me solía
acompañar) Adentrándome en el humeral mágico para ver a la rana
Ancas
nadar, a los peces veloces, a ingente ristra de saltamontes donde
seguro que Trotes
preguntaba cansino y por preguntar. Divisando en el centro de la
ciénaga a la esbelta rata acuática de gris pelaje y con mechas
escarlata. Era ella sin duda puesto siempre llevaba gafas zarcas de
sol que se ponía después de su habitual chapuzón allá, en las
tierras de mi abuelo ganadero aficionado a la pesca aunque jamás
llegara nunca a pescar. En los arrabales del pueblo teja vieja y la
fábrica de muebles de madera donde pasé parte de mi infancia y
aprendí a soñar.
Como bien comenzara esta andanza orada
y tildada de cierto romancero, oda, poesía en prosa o prosa poética;
Hay historias que narran sobre cuentos que rezan, pero ninguna se
equipara aquella arcaica (que quiere decir vieja) como relatara
dicharachero mi buen abuelo al son chirriante tanto como familiar de
su mecedora… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
® Dadelhos Perez