La
vida de Martín
Beligerantes
resuenan los ecos del pasado en los presentes que resultan ciencia
ficción para aquellos que agotaron su tiempo. Mirar y descubrir
entre párrafos nacidos desde estudios contrastados, eliminando las
grandes figuras divinizadas o demonizadas; en definitiva, deshacerse
de la paja para encontrar grano puro, devoto; circundado por las
adversas realidades que desembocaron en el escenario más dantesco.
Así,
sin más labor que leer un libro tras otro, ingente cantidad de
documentos desclasificados, topeté con las cartas que escribió un
tal Martín desde su cautiverio infrahumano. Los años de su
declive coincidieron con el idéntico que padeció la España
de la segunda república. Esa ensoñación nacida por causa efecto
del rotundo fracaso dictatorial apoyado por la monarquía acorralada,
sucumbiendo ambas en 1931, inseminando lo que vendría secuestrando
futuro, trabajo, casa, familia, dignidad e incluso humanidad. Bien
conoció estos crueles ingredientes el tal Martín, tanto, que
describía con enorme destreza la tristeza que padecen los cerdos
enfilando ruta muerte, como solía referirse cuando alguno de sus
cercanos no aparecía formado frente a la celda para cantar el cara
al sol al primer toque de alba.
No
pretendo dirimir razonamientos frente a postulados extremistas que
para nada albergan motivación razonable, la guerra simplemente es el
infierno desencadenado en la tierra, como bien apostilló Martín
en una de sus misivas, antes de enfrentarse al piquete de ejecución
en los paredones del cementerio de Paterna (Valencia)
donde halló descanso tras años de cautiverio…
La
simpleza es buena herramienta para que el interlocutor entienda
mensaje, comprenda inquietudes y miedo, anhelos y zozobra,
incertidumbre enfrentada a la certidumbre de conocer destino
desconociendo el día y la hora exacta.
Solamente
pretendo pincelar fuera del libro ya publicado, sin interés
comercial ni ánimo publicitario; dar a conocer aun escuetamente la
barbarie que padeció este anónimo silenciado como tantos miles en
los tiempos del barbarismo que desquebrajaron a la España
suspicaz, enseñando la peor cara de nuestra especie.
Dicho
y advertidos, sin demora y apoyándome con trazas literarias y
rehuyendo de azúcares que embelesen demasiado. Dejad que os cuente
una historia llana, simplona, arrojada cual víctima ignorada; donde
las políticas tan efervescentes en aquella época se disiparon entre
las paredes y ventanas enrejadas de la cárcel modelo de Valencia.
“Las
palabras son ladridos si no las acompañan actos puros, sucios; lo
que haces te convierte en lo que eres aunque el resto sólo deduzca
lo que puedas aparentar.” Martín, 1940.
Durante
un viaje programado a la hermosa ciudad de Zaragoza con varios
compañeros y compañeras, brotó distendida conversa entorno a las
cartas escritas por condenados en los albores del franquismo, recién
terminada la contienda militar. Hasta el momento, mi deber se redujo
a investigar celebridades del bando republicano, centrándome en la
figura del que fue presidente de la república y reconocido escritor
perteneciente a la brillante generación del catorce, don Manuel
Azaña. Un reto que acepté gustoso al ser devoción de mis
curiosidades desde siempre, sobre todo en la figura de este ilustre
junto a la del incombustible Ortega y Gasset, por supuesto.
Aterrizando en mis manos una de las misivas, la última, firmada con
solitario nombre (Martín) gracias a mi buena amiga y enorme
periodista, Almudena…
“…
Las horas se asemejan a los minutos que copian segundos, en el
desbarajuste que produce el permanecer atado al olvido. No creas que
es mal plato, simple alpiste para canario que contempla la vida desde
el otro lado de las rejas, su casa, su destino. El olvido resulta
único bálsamo que alivia vacíos donde vuelco constantemente tu
imagen. Recordando los domingos misa, los paseos por el pinar, las
risas e incluso el cantar alegre de los tediosos cazadores de migas
de pan, los dichosos gorriones que tanto molestaban al abuelo con su
quehacer natura, despertando al viejo antes de que lo hiciera el sol.
No
te preocupes por aquello sentenciado, claudicado y sin remedio. La
vida se resume en ímpetu pues prosigue ignorando a los que la
abandonan. Tú, dulce compañía que me habla cuando el manto noche
me visita, debes seguir cauce con esperanza y alegría. Enseñando
mueca gracia al desdén que impera, pues mismamente sucumbirá al
igual que los que sucumben en el paredón cada madrugada.
Las
palabras son ladridos si no las acompañan actos puros, sucios; lo
que haces te convierte en lo que eres aunque el resto sólo deduzca
lo que puedas aparentar. Sin importar demasiado las verdades que te
rigen frente a esas otras suyas que prejuzgan, condenan y ejecutan.
Decir
hasta siempre, pensarlo convencido de que tormenta rige hasta
disiparse, mostrando la realidad del ser humano, la bondad, esa
faceta tan turbia en estos días que engendran escepticismo,
desconfianza y miedo, sobre todo miedo.
Puede
que esta noche sea mi última sobre la faz de la tierra, en el sueño
que ensueño cada madrugada visitándote, abrazándote, susurrando
sentimiento que no decrece, todo lo contrario, pues amor me inunda en
cada centésima existencia desde que albeé descubriendo tu candor,
entregado, convencido, enamorado.
Intenta
vivir, amor mío, inténtalo por ambos. Yo moriré por los dos,
arrancando sufrimiento para sembrar quietud en cada día, hora,
segundo. Lágrima o sonrisa, recuerdo afligido entre mueca morriña y
silencio prolongado. Para susurrarte a través del viento que te
siento, te amo, te cuido pese a no disponer de la física existencia
burlada por el espíritu que siempre danzará alrededor tuyo,
siempre, para y por siempre. En el eterno amor que te proceso.
Martín.
“
No
pude reprimir la emoción que me produjo leer, empatizar con el bello
poema dramático, trazas perfectas del texto literario soberbio,
inmejorable y escrito con vulgar lápiz… Martín se
convirtió en objetivo primordial que no tardó en encontrar
oposición tajante por parte de la editorial, hasta que presenté
resumen elaborado de su historia tras escudriñar montañas de
archivos y cartas en mi tiempo libre, ganando así el derecho que le
fue negado en 1940. La editorial se rindió ante lo evidente,
buscaban alma rota desde el punto científico y dejaron todo un
capítulo para esa otra más humana, desconocida y con demasiados
parentescos alejados de idearios políticos que no contestaba nada,
más bien, lo cuestionaba todo.
Puede
que de todos mis trabajos profesionales, rescatar a Martín
represente punto álgido en mi afán por transmitir la realidad real
del de a pie, del olvidado por los volúmenes de historia. Una pizca
oscura que entrega luz, sin lugar a dudas. Un recordatorio que no
solo le recuerda, nos recuerda desde la introspección tras calzar
los zapatos del otro. Porque en lo más profundo de nuestra ánima
todos somos Martín, perdemos y nos levantamos ensoñando
esperanzas para la hora siguiente tras inesperado u obviado
contratiempo, que llega apoderarse de años, décadas. Somos seres
finitos, entregados y ofuscados, caritativos y avaros; pero cuando
suena el redoble de campanas anunciando fin, curiosamente, todos
reaccionan idénticos, abrazando la concordia, el amor, la empatía
frente al prójimo pese a que éste monte fusil, apunte gélido y
arrebate su vida.
©
Dadelhos Pérez