Fuera nutrido grupo de zagales
animados por la noche de todos los muertos, aun intoxicados al ver cientos de
filmes norteamericanos donde pasaban los niños y niñas cobrando impuesto tras
la pregunta cebo conocida por cualquiera.
La calle presentaba el mismo confort
desde sus muchas taras, angosta con fachadas ladrillo vista a ambos lados,
acera escasa y luz ausente. Apreciando al final, en la esquina estacionada, una
vieja furgoneta europea con sujeto liquidando pitillo en el asiento del
conductor.
―Mejor
vamos por la avenida.―Sugirió Rosa espantada por la fantasía desbordada que alumbraba peligro.
―Sí, creo
que será mejor. El tipo lleva gorra con ala curvada igual que los malos
asesinos de las pelis de miedo. Como dice mi padre, es mejor prevenir que
curar.
Sin abandonar alegría por la saca
medio llena de los dulces pago cual costumbre extranjera, giraron por la vía Esperanza hasta la plaza redonda, para
cruzar el jardín enano que moría a los pies de la principal, la calle más
concurrida del barrio.
― ¿Dónde
está Amelia?―Preguntó
el más mayor de los pequeños.
―No lo sé.―Contestó
uno de los medianos.
―Bueno,
tampoco hay que preocuparse demasiado, Amelia
tiene casi trece años (…) Y es Amelia.
Rieron olvidando para recordar el
motivo principal de la puesta de gala con disfraces terroríficos, acudiendo al
portal más cercano para capturar nuevo puñado de azúcar amagado tras papel
fiesta.
Sola caminaba la pequeña hacia el
vehículo con aires de inocencia aun vestida de bruja, hasta plantarse en la
puerta y golpear con sus nudillos el cristal que no tardó en bajar el extraño.
―Hola
pequeña, ¿te has perdido? Puedo llevarte a casa si quieres. O puedo enseñarte
los caramelos que guardo para los niños. ¿Quién sabe? Si te portas bien conmigo,
puede que te los dé todos a ti.
―Habla
igual que los malos despiadados de las películas de miedo, incluso usa la misma
gorra, pelo largo, le faltan dientes, lleva tatuaje y barba de días. Además,
apesta a tabaco. ¿Es usted un hombre malo?
―No, amiga;
no haría ningún mal a nadie. Es verdad que mi aspecto anda algo olvidado, cosas
de mayores. No vayas a pensar que por ser un guarro también albergo malicias.
En realidad soy una especie de mago o ángel, voy pululando por los pueblos y
ciudades ayudando a las almas descarriadas. Si encuentro desvalido o desvalida
siempre procuro ceder aquello que más anhela, sin excepción.
― ¿Sabe
hacer magia?
―Es mi
profesión, cumplir los deseos de la gente aunque parezcan imposibles. Por
ejemplo; la semana pasada me tropecé con una niña de apenas siete años que me
pidió ser mayor. Le dije; deseo concedido.
― ¿Y la
convirtió en mayor?
―Por supuesto,
mis poderes nunca fallan. Ahora es toda una mujer en el amplio sentido de la
palabra.
― ¿Podría
convertirme a mí en mayor?
Sonrió irradiando maldad en el
resplandor opaco de su mirada sin fondo, como túnel perverso que conduce al
epicentro del mismísimo satanás.
― ¡Claro!
Siempre y cuando lo desees de verdad, esto no es chasquear los dedos sin más
como en las películas.
― ¿Qué
tengo que hacer?
―Sube a la
furgoneta e iremos a mi casa, no está lejos de aquí. Allá guardo mis pociones y
el libro sagrado donde están todos los hechizos. No me gustaría convertirte en
un vejestorio de ochenta años, prefiero consultar antes de estropear tu deseo.―Carcajeando
falso.
―Si promete
bajo palabra de vida o alma que conseguirá convertirme en mayor, subiré al
vehículo e iré con usted a su casa.
―Si no
consigo hacerte mayor pagaré con mi vida, ¿te vale?
―Con su
vida o con su alma, júrelo.
―Lo juro
por mi vida o por mi alma.
La umbría casa hacía juego con el
desalmado disfrazado de cordero, suciedad reinante, restos de comida y sobre
todo, ingente cantidad de envases vacíos de cerveza por doquier.
―Uf!
Apesta.
―Es la
primera impresión, seguro que pasará pronto. Vayamos a mi despacho mágico y
hagamos realidad tu anhelo, ¿te parece?
Asintió llevada en volandas por
conseguir por fin lo que cientos le prometieron fallando en sus intentos
falaces. Amelia necesitaba como oxígeno
recuperar la esperanza que andaba perdida desde que era capaz de recordar
dentro de su fantasía nada preadolescente, más bien centenaria.
Ambos cruzaron el corredor hasta la
última habitación donde entraron, escueto dormitorio calamidad que sólo
albergaba una solitaria y maloliente cama de matrimonio con cabezal metálico.
― ¿Este es
su despacho, un ruinoso cuarto?―Entrando en razón, avizorando la
amenaza.
― ¿Qué
esperabas?
― Que
cumpla su palabra, sólo eso, señor.
―No te
preocupes, pequeña, cuando salgas de esta habitación serás toda una mujer.―Quitándose
la vieja cazadora vaquera para lanzarla a un rincón.―Lo primero
es quitarse la ropa, tengo que ver cada centímetro de tu piel para que todo
crezca, no vaya a quedarse el deseo a medias.
― ¿Quiere
que me desnude? Suena algo raro.
―No sólo
quiero que te desnudes, amiguita. También quiero que te tumbes en la cama con
las piernas bien separadas. Entonces meteré mi barita mágica en tus huecos,
todos ellos, sin excepción.―Reinó tétrico silencio.―Lo vamos a
pasar en grande, putita.
Amelia sonrió
igual que sonriera con otros tanto, volvían a engañarla buscando retorcida
satisfacción enferma en su virginal cuerpo preadolescente. Bajó su capucha de
bruja, dedicó mueca extraña a la par que se desnudó del todo su abusador,
mostrando las ruines cartas del engaño.
―Creo que
lo mejor será empezar por tu culito, ponte a cuatro patas.
―Llevo más
años de los que pueda imaginar en este mundo, señor. Sus palabras malsonantes
no me afectan, su decrépito cuerpo no me asusta. Sus intenciones me enervan. Detesto
que me engañen ¿Es o no es capaz de devolverme a mi estado natural?
Agarrando su erguido pecado se acercó
a la distinta niña cansado de tanta verborrea, lanzándola contra la cama para
echarse encima arrancando brusco su prenda más íntima, mientras la niña lo
abrazó entre risas con brazos y piernas.
―Jugaremos
un poquito.―Soltó mofa con timbre agudo, diferente, escalofriante.―Soy
demasiada yegua para ti, insensato.
Alaridos irrumpieron en el habitáculo
de los horrores donde demasiadas víctimas pasaron por la nefasta enfermedad del
harapiento, aunque esta vez la tortura cambió de bando aliándose con la
destinada a sus bajezas que le enseñó otra forma bien diferente de jugar con
las carnes, olvidando el deseado orgasmo violento que buscaba el pederasta para
saciar otro tipo de apetitos, entre arañazos, mordiscos y muerte…
® DadelhosPérez (La ranura de la puerta) 2016
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