La solución de
Theodore Kant (2ª
parte)
n esperanzas muertas por meta alcanzada,
Theodore agitó la muestra con gesto alegre no sin antes lanzar
la pelota juego hacia el largo corredor, silenciando así al perro o entidad
superior al poner pies en polvareda tras su arranque frenético al grito pelado
de…
― ¡Ya es mía!―Atrapando la esfera
endiablada para rubricar con satisfactoria mirada.―Mis patas son más rápidas,
saltadora convulsiva.
―Canes.―Habló el miau entrometido, amante
de los líos y siempre víctima de la curiosidad.
―Tú no sabes del peligro, León, puesto no existe animal más rápido que la pelota
colorada teniendo en cuenta que no tiene patas, ni cabeza, ni cola o pescuezo
donde dentellar. Es el diablo emperrado para cualquier can al ni siquiera gruñir
o jadear. Antes se cansan mis patas o la extremidad del dueño que la maldita, la
cual, espera descarada para volver a jugar.
Paso arrogante aun hermoso por el porte
felino practicó, abandonando lecho compartido lejos de lo marital, para
ronronear repetido restregando su lateral en el costado derecho del balancín,
ergo, avizoró burlón para decir…
―Es sólo una pelota inerte, Lobo. Si no la lanzara el mono sería igual…―Interrumpido por
el can.
― ¡El ovillo de lana se
escapa!
Salto diera en vertiginosa pirueta aterrizando en pose
militar, para acabar descubriendo que su enemigo eterno estaba donde siempre
está. Apostillando Lobo la mofa con carcajada fofa al no saberla
pronunciar…
―Necesitaré experimentar.―Dijera pensativo
Theodore
Kant.―Puede que probando con otro individuo y contrastar,
halle la respuesta al rejuvenecimiento que parece acelerar desmesurado
conduciendo el milagro hacia la calamidad…
―Enseñé bien a la mascota, ¿verdad?
“Perréa” mejor que el perro monarca en su discurso ñoño de
navidad.
El científico rascaba suave su barbilla en
estado introspectivo por lo advertido tras el aumento lupa, observando a la
extraña pareja parlanchina y voltear cara hacia la jeringa para volverla a su
lugar. Hablo de la mirada duda que encendió alertas en el felino, más dado a la
desconfianza que su hermano ladrido.
―El mono comienza actuar con sino
parecido, o igual, que su marchado regreso. ¿Recuerdas las que nos hizo
pasar?
―Cómo olvidar aquel tormento, era un
cachorro, es cierto, pero grabado quedó la ligereza loquesca, quijotesca, pirada
o desencajada que casi nos costó la existencia en el reiterado que luego nos
persiguió, nos sigue persiguiendo cual pesadilla que gracias a San Bernardo no
termina orillada o a la vera del averno maldad.
―Pues éste nos mira igual y ya sabes lo
que significa, como siempre me iré a la cocina esperando que esta vez me sigas y
no te quedes pasmado. El asunto merma discerniendo novedosas como la parla
perruna internacional que en las otras no dominaba y ahora practica sin
dificultad.
Fuere cuando los cabellos de Theodore adquirieron tono grisáceo burlando el blanco, alisando
piel e incluso engordando.
― ¡Ranas salidas vestidas de rosa para
equivocar al príncipe y ganar beso! Se acelera el retroceso sin tiempo para
experimentar.―Rallando con el lápiz en cuentas claras mientras sus manos
menguaban a la segunda juventud.― ¡No hay tiempo de cálculos manuales o mentales
al ritmo vertiginoso que desando en el tiempo, sí, pero yo solo! Cosa que no
entraba en el plan.
León retrocedió disimulado colándose en el corredor en busca de
seguridad allá en el desastre de la cocina, siguiendo guion, mientras
Lobo alucinaba anonadado ante la magia de su amo en su
regreso a la infancia, aunque para eso aún faltaba. Supongo que fue el motivo de
quedar expectante a que el viejo alcanzara niñez, al amar con locura las buenas
diabluras de infante inocente por lo pío que pierde con la edad, en escasa media
hora. A sabiendas que lo ocurrido de la ocurrencia es lo que ocurrirá a ciencia
cierta y con pulcra puntualidad.
―Ladrido, viejo compañero, tú serás el primero. ¿No irás a dejar
que mengüe perdiéndome en la nada?―Sonrisa falaz de verdugo que tranquiliza para
evitar espantada de condenado.―Sólo tienes que beber la pócima y dejar que te
extraiga muestra de sangre, no te dolerá.
Su cola que mostraba a cada habla de su
amo movimiento acelerado calcando abanico, limpiaparabrisas o tentempié
bailoteando tras el empuje de admirador abstraído por su monótono danzar, frenó
en seco amagándose o adquiriendo su pose miedica ante la plica sin lacra o
exenta de sello temporal, pese a la cuenta nada susurrada del cantante relojero
y su tema predilecto, el tictac…
―Verás, podría volver a probarlo aunque
estoy harto de nunca alcanzar la madurez. Esta vez, preferiría abandonar la
repetida ya que por fin te adiestré en la parla. Llego a comprender tu reiterada
intentona que me fascina sólo durante la media hora de juego donde te enseño lo
que ahora dominas, el vocabulario perruno internacional. Por eso estaría bien
que solucionaras el dilema reja que nos conserva en escueta reiterada, para
poder presentar mis avances al respetable, pasear por el parque convertido en
toda una celebridad.
― ¡Sal pitando, Lobo! Esta vez no parece igual.―Gritó desde las entrañas de
la cacerola escondite el desconfiado felino, para ergo murmurar.―Doscientos años
viviendo lo mismo y no advierte merma
grotesca en la intención del anormal.
Cuclillas ganase el ahora castaño cuarentón de
Theodore
Kant, conquistado por la tara en serie de León, la curiosidad, para entre bisbiseos y gesto extraño
con centellas en pupilas frente al excéntrico reporte familiar, cercano en
lejanías milimétricas o acabado de soñar; preguntar al can por la viga en el ojo
propio que no era capaz de vislumbrar.
―Nunca recuerdas, cosa rara.―Dijera
sentándose, ladeando leve la cabeza.―Rejuvenecerás hasta la infancia donde
abandonas tu guerra para jugar conmigo, todas las veces han sido igual,
idénticas o clones, no dialogando distendidos cual viejos conocidos como hacemos
ahora, gracias a mi tesón cual mejor adiestrador de mascotas a dos patas,
llamadas piernas.
― ¿Esto ya ha
pasado?
―No, esto no para de
pasar.
Alzó desorientado, recuperando
convencimiento que negara para mirar sus manos veinteañeras en aras epifanía o
flas back al albear en su mente rejuvenecida, el cómo escribía misiva antes de
culminar el rápido proceso que lo convirtiera en infante inocente, chas
alucinante transmutado en aberrante que moría en el desconcierto aplastante del
desintegro por no recordar…
― ¡Dios santo! Yo soy el “bata
blanca” que interpretó el formulario. Escribí acelerado
concentrando el mal a corregir al andar doblegado por el tiempo en el consumo
desproporcional que me retrocede hasta la casilla de salida o el linde primario
del empezar. Atrapado en los muros invisibles dentro de celda imposible en bucle
sin final por coger traviesa provocada por Calcetines… Logré adivinar los ingredientes restando sólo acertar
con las medidas ofertadas por el hado del azar, y en vez de estudiarlas las
tragué diluidas en la taza (…)
―No hay ningún mal, media hora de lección
en tiempo concreto que se lleva repitiendo unos cien…
― ¡Doscientos siete!―Rectificó
León
a pulmón
abierto.
―…Doscientos siete años. En verdad te ha
costado aprender perruno, teniendo en cuenta que es más difícil que el
inglés.
No vio más solución que escribir epístola
argumentando las taras del resultado experimental en ingente ristra que sólo
describía mal, al son que sus tersas entraron en la pubertad siguiendo la balata
inversa del solista y su tema tictac, en la vorágine adversa difícil de
racionalizar que absorbía la vieja esencia de su porosa mar del todo
desterrada.
Apresurado, guardara las advertencias en
el bolsillo de su chaqueta volteando mirada hacia el pequinés que aparentaba
porte de pastor alemán.
― ¡Hola Lobo!―Infante de
no más de ocho.―Te prometí promesa azúcar y aquí estoy otra vez. ¿Dónde está
León?
―Guau.―Respondió jubiloso con salto y
lametazos amistad.
―Esa palabra no la conozco, ¿qué
significa?
León apareciera tras escuchar la voz del entrañable, con
ánimo cambiado frente al disfrute celestial del trío bien avenido y atrapado en
el tiempo dulzor o reflejo del paraíso perfecto.
Theodore lanzó el ovillo lanero y la endiablada pelota colorada
aprendiendo nuevos verbos, culminando su retroceso en cierto estallido entre
tierras del dormido y del despierto para despabilarse con sensación agradable,
divina, en la mecedora centenaria.
―He tenido el mejor de los sueños.―Buena
esperanza.―Espero que sea augurio del mejor de los
días.
Recogió del suelo sus ropas para vestirse,
descubriendo un sobre con el distintivo del hospital en el bolsillo interior de
su chaqueta favorita.
―Había olvidado por completo el dichoso
cáncer.
Leyera ergo las analíticas recordando el
funesto gesto del médico, reglón seguido, encontrara documento adjunto, un breve
manuscrito que comenzó a leer.
“El tiempo restante es mínimo y no existe
cura para el mal, la única vía posible se halla dentro de la ciencia pues los
atajos reiteran…”
En ese preciso instante irrumpió estruendo desastre tras
colarse por la vieja tronera Calcetines…
Y vuelta a
empezar.
Fin.
P.D. Theodore
Kant encontró la solución sin descifrar el enigma (en apariencia
falaz) que lo rescatara del paraíso. Pues comienza el reiterado en las sombras
para alcanzar plácida luz en media hora escasa. Conservando la pasión científica
de hacer posible lo imposible a la vez que saborea la más nítida humanidad junto
a Ladrido y
Calcetines (como los
llama el adulto) o Lobo y
León (como los bautizó el
niño)
Con el único pretexto de entretener, me
despido no sin antes desearte de las buenas las mejores con un hasta entonces,
hasta ahora.
©Dadelhos Pérez.