viernes, 24 de junio de 2016

Aquel verano

Aquel verano

La hipótesis de lo que pudo haber sido queda en el poso imaginario, pariendo estrofas conmovedoras en perfecto hilo argumental, sustancia que retrae la verdad convertida en leyenda, cuento, historieta. No importa demasiado como se le llame. Pero desprende, eso es lo que impone en sus primeras albas, impregnando comprensión cuando pasó el toro, cuando no queda oportunidad de maniobra a merced de las divagaciones que pueden lindar en vastos perfectos o sucumbir en culpas aflicción.

Nada de esto importa demasiado cuando a solas brota recuerdo alejado de las fantasías que adornan derrotas, victorias o meros segundos puntuales capaces de aletargar en el subconsciente para invadir el consciente súbito, con taza humeante de café hirviendo en mano. Y sé muy bien de lo que hablo, lo que pretendo expresar a la nada que no calla entre las cuatro paredes del retiro que me retira. Sin negar la delicia de recordar las caricias conquista sobre la porosidad perfecta de la dama que se convirtió en diosa en mis años fértiles, en mi presente occiso, agrio, gris...

Es verdad que no puedo percibir su aroma, escuchar su canto que amarteló al que persiste embrujado y anegado por arrugas taras, por experiencia pasada, caduca, a la espera del último epílogo existencia. Restando el recuerdo del primer beso en aquella noche primeriza, sentados sobre la granulada mediterránea de la playa vacaciones y admirando el reflejo de la generala luna; un perfecto pretexto para descubrir los secretos desde la inocencia que nos regentaba tras salir de la niñez y despertar en la adolescencia, en la vida, entre ansia, en lo bello que te adentra cegado y te acaba condenando cuando tarde es pues tarde lo comprendiste. Mi noche hasta el alba con ella, tu madre.

La atmósfera festiva que se respiraba en las angostas calles invitaba a cualquier cosa menos al romanticismo, por aquel entonces apenas superaba los catorce años y andaba siempre bajo la mirada sargento de tu abuela. Nos sentamos en la terraza donde solíamos cenar aquellos vistosos platos de marisco. Recuerdo la brisa marina y la multitud paseando por el marítimo entre amenas charlas y risas. Estaba convencido que aquello era lo más parecido al cielo aun sin querubines controlando moralidades.

Papá me dio calderilla tras pagar la cuenta, algo que redundó noche tras noche desde que llegamos, ante mi tesón por el juego de marcianos situado en los adentros del local, junto a la expendedora de tabaco. Ellos, bueno, tus abuelos disfrutaban del amargo café servido en taza porcelana sin que éste pudiera acibarar su complicidad, pasaban horas charlando en la terraza amor hasta que regresaba de mis partidas estelares. La imagen de mis padres surcando los anhelos mientras entrelazaban manos, acunados por lo espléndido cual marco incomparable, quedó grabado en mi mente como respuesta y ejemplo de lo que es querer, pues siempre busqué alcanzar el mismo zenit que ellos disfrutaron desde que soy capaz de recordar, mi primera imagen, mi primera sensación, mi gran objetivo.

Entré en las panzas del bullicioso local encarando la máquina dispuesto a zanjar mis asuntos con las hordas invasoras, cientos de naves extraterrestres que defendían la nodriza, mi objetivo desde que comenzaron nuestras vacaciones.

Primero desentumecí mis manos para acometer moneda que descendió tras colarse por la ranura hasta sonar a hucha llena; y seriado, concentrado, conjurado para derrotar de una vez por todas al imposible del ejército enemigo provisto de cadencia de tiro exagerada, misiles, ráfagas destructivas y estrategia baile perfecto de sus letales cazas...

¿Te queda mucho?

Todo un ejército bien pertrechado.Respondí sin mirar, en plena contienda bélica.Pero tranquila, cuando acabe tendrás al rival casi noqueado, no pienso dejar ninguno.

Espero que sólo sea reacción frente al juego, te veo algo ansioso.

Tranquila, no soy de grescas. Más bien rehuyo de ellas al considerar que es una pérdida de tiempo. No sirven de nada.

¿No luchas por lo que quieres?

Trabajo por lo que quiero, es lo que me enseñaron mis padres. Siempre lejos de la violencia. Solucionar con puños lo que no se sabe con palabras es evidenciar inmadurez y carecer de empatía. En realidad no sé que carajo significa, aunque mamá no deja de repetirme que ya lo entenderé, que es cosa de tiempo. Y llevo años esperando ese tiempo para entenderlo. Así que sólo sé soltar la frase y esperar que no descubran mi latente ignorancia. A propósito, tampoco sé qué significa latente, así que mejor no preguntes.

Eres un muchacho distinto, ni siquiera has dejado la partida para hablarme. Y esa forma tuya, no sé...

Sabes, los marcianos me liquidaron en el nivel veinte, donde siempre claudicaba. Hay cosas que nunca cambian y mi relación con los vídeo juegos es una de ellas. Aunque si no fuera por mi obstinación delirante de ganar al tedioso juego, jamás hubiera conocido a tu madre. Esa dulzura que apaciguaba tormentas desterrando tormentos con palabras repletas de sentido tanto como sentidas. Ella siempre fue la piedra angular de nuestras vidas, el oxígeno entre tanto gas perjudicial, sueño eternizado despierto mientras estuvo entre nosotros. Representa mis fuerzas y debilidades desde aquel instante inocente hasta el que ahora me acompaña en mi eterno recordar y esfuerzo porque tú no olvides. Mamá sigue estando con nosotros, hijo. Canta la vieja canción de nana y te acuna desde la distancia cercana del recuerdo que prolonga su existencia hasta que dejemos de recordarla, hasta que ni siquiera nos recordemos.

Papá, ¿volveré a tener una mamá?

Ya tienes una mamá, hijo. Puede que para verla tengas que recurrir a tus recuerdos y para escucharla, nos veamos obligados a hablar de ella. Rememorar sus perfecciones que andaban en lindes imperfectos hasta comprender que esas imperfecciones no fueron taras, nada de eso. Mamá siempre será mamá y debes estar orgulloso por lo que fue ya que eso te convierte en lo que eres, un niño increíble que resiste día a día esgrimiendo sonrisa pese a la dureza que nos sirve el destino. Seguirás tu camino, hijo mío, alcanzarás el destino que mereces, sin duda.

Señor, tenemos que llevar al chico al preoperatorio.

Está bien, gracias.

Papá. Si cuando me duerman no soy capaz de despertar...

No digas eso hijo, despertarás y volverás a jugar con el balón, ese nuevo de nombre impronunciable que te compré la semana pasada.

No volví a escuchar su voz al igual que pasara con ella, quedando a la deriva sin alcanzar el puerto finiquito cual único bálsamo eficiente frente a mi evidente averno en vida. Paso las horas sentado en la nada, estéril, inerte, con la taza porcelana humeante y el otro humo más dañino recorriendo mis adentros para escapar al cargado y decrépito ambiente. Mi hijo marchó con mi amada, mi hijo murió en pleno invierno gélido que se instauró perpetuo con pretensión de quedarse para siempre, haciéndome la misma y redundante pregunta entre soledades, entre asfixia, aflicción...
¿Por qué no viniste antes?

¡No responde!

¡Sigamos con la reanimación, sigamos, hay que continuar!

Aquella primera noche con ella, sentados en la granulada mediterránea, admirando el reflejo de la generala luna; un perfecto pretexto para reunirme con los míos, jugar con mi hijo, hablar, compartir, abrazar hasta la eternidad eternizada... Volver a la felicidad perdida que se encuentra hundida entre brumas algodón dulce, cánticos de ella y risas del pequeño. Por fin los encuentro, por fin me encuentran. Por fin acudes a mi rescate, te acuerdas de la que nunca olvido, Parca.

Te están esperando donde siempre, en la arena.―Susurró la muerte.

No hay nada que hacer, una lástima.―Sentenció el médico.

® Dadelhos Pérez 2016






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