viernes, 28 de septiembre de 2018

Bum-Bum

La esperé en la calma soñolienta del salón, acunado por el sintético llanto del viejo vinilo acariciado por la aguja del tocadiscos. Pues del ronronéo mecánico, brotaba el blues y su trágica esencia frente a la buena esperanza de la hora plena cual agua que sacia al sediento asocial. Personificada en su divina presencia todavía por llegar.

Y del melómano empedernido pasé al nerviosismo adolescente, cuando de repente, retumbó la puerta advirtiendo su llegada en hora pronta, alejada a la pactada en la sala de lectura donde nos conocimos. Allá, en el centro de alcurnia refinada, afiliada a la alta sociedad.
Y todo se vino abajo por las prisas, se aceleró, desbocó quebrando la rutina por su inesperada impuntualidad.

"¡Por dios! Mantén la calma" refunfuñé embalado, dejando el sillón de lado para revisarme en el espejo, peinar leve el pelo, comprobar mi aliento y tres golpes volvieron a imperar.

-Un momento, ya llego.-Proclamé animoso.

-Rafael, abre, está lloviendo.

"¡Diantre! No hay peor que el revés como lluvia perdida en el mar." En mis pensares recité penitente, fruto de temores heredados por afición redundante al fracaso rey, desquiciante, difícil de encajar.

Y apresurado por la cita vital, importante, definitoria para con el porvenir más inmediato, abrí la abatible dejándola pasar, entregado, servicial.

-Caen a cubos, menudo temporal.-Con cierto reproche por mi tardanza.-¿Listo para la lectura? Me desvivo por descubrir a los inquilinos de tu biblioteca, incluso he llegado a fantasear. Creo que autores como Poe y su incorrección casan contigo.
Digo, ¿me dejas husmear?

Acomodados en el salón tras condenar al blues al ostracismo mudo, escogió el libro y comenzó a leer a viva voz. Confieso el efecto meloso de su tonalidad azucarada, la avidez de su mirada navegando entre el nutrido océano de letras. El escote justo o el perfume perdición que desprendía su tersa piel, rosas o miel, no sabría distinguir como no supe. Aún atraído por cada poro, el aroma vida o la gran conquista todavía por culminar.

-Todo va bien.- Pensé.-Ella es mi exilio, la calma, medicina o la tabla de salvación. Es el rescate de la razón o la llave hacia la perdida normalidad. Ella es si fuera, puede que sea o será cuando borre mis brumas y me atreva.

Pero dentro de tan perfecta estampa a las puertas del coqueteo, dos golpes secos volvieron a sonar. Seguidos, fugaces tanto como inoportunos pues a nadie esperaba en la extrema soledad del hogar, sí, la casa del uraño excéntrico.

"¡Maldita mi estampa! No me puede volver a pasar." En mis silencios exclamara.

-Es increíble la sensibilidad de este autor, ¿no crees?-Me dijo ajena a lo que claramente escuché.-¿De dónde sacaste la novela? No me suena de nada.

-Es una autopublicación.-Respondí incómodo.-¿Han llamado a la puerta? Me ha parecido escuchar.

-Yo no escuché nada . ¿Seguimos?

-Sí, sí. Claro, adelante.

Y cual mofa delirante aliada con la locura sin filtro, equívoco o imaginado, dos veces resonaron con nitidez, bum-bum, nudillos sobre madera cual broma extrema dispuesta a desbaratar el idilio. Mis ojos la miraron y leía absorta con las piernas cruzadas, y sobre ellas, el libro autopublicado del autor hundido en el anonimato.
La hermosa no oyó nada, nada al parecer, ni uno de los dos golpes secos, ni siquiera medio. Nada, nada, nada. Ergo.

(Bum-bum.)

-Voy a abrir la puerta, disculpa.

-¿Abrir qué? Nadie ha llamado, Rafael. ¿Te encuentras bien?, no tienes muy buena cara.

Y no hablé.
Plantado en la sala cual estatua de sal esperé el bum-bum endiablado sin escucharlo, percibirlo aún sospechándolo.

-Rafael. Eh, Rafael, ¿qué te pasa?

Sonó la lluvia tamboreando frenética en el ventanal, las rachas encolerizadas de la ventisca, el vuelo triangular de solitaria mosca en su absurdo sinsentido. Incluso mi respirar, el bombear de mi pecho o las preocupadas palabras de la hermosa interesada en mi episodio demencial. Todo escuché sin hallar al maldito bum-bum y.

(Bum-bum.)

-¿Lo has oído?

-¿El qué?

Fuera deducciones y bienvenida la acción, pues no estaba dispuesto a soportarlo,alcanzando con parcos pasos la abatible, cazar el pomo, girarlo y abrir con furia, enfadado, dispuesto a cargar con el bromista. Insultar, berrear, perder los papeles indiferente a lo que mi bella visita pudiera pensar.
Y nada.

-Está volviendo a ocurrir. No puede ser, logré callarlo, desterrarlo. ¡No es posible porque lo vencí!

-¿Estás bien? ¿Por qué gritas, qué pasa?- Alertada por la evidencia que engordaba desmedida.

Retrocedí hasta la sala reconquistando mi asiento sin poder deshacerme de la intriga, el mal aflorado que debiera descansar bajo la losa del olvido. Siendo ella la única certeza para nivelar la balanza. Así que sonreí en esperpéntico disimulo invitándola a continuar.

-De acuerdo, como quieras.-Y volvió a recitar.

(Bum-bum) de nuevo.
Petrificado me mantuve convencido del resurgir enfermo. El ruido era cosa de mi cabeza, el monstruo que golpea y golpea intentando escapar.

(Bum-bum.)

Pálido, asustado, víctima del gélido sudor en el titánico esfuerzo por silenciar al maldito estruendo de mi testa. Atando raciocinios rendidos a los detestables golpes. Intensifiqué mis atenciones en ella buscando distracción que rescatara lo perdido. Fijando la mirada en su escote bandeja que ofrecía sin mostrar plenitud, solo cebo hermoso cual imán (bum-bum) su largo cuello apetecible, sus globosos labios entrenados para calmar mis fuegos, su lengua vicio, sus tersas del pecado pues mostraba a medias en su ¡descarada invitación pecaminosa! (bum-bum) y sus largas piernas engalanadas con calzas del deseo a medio ver. Ramera, ¡barragana perversa en busca del gozo carnal! Y sus pies (...) sus pies. ¡Dios santo! Sus pies.

(Bum-bum, bum-bum, bum-bum.)

Y lo entendí todo, no debí confiar en la furcia devora hombrías. Su pie calzaba tacón aguja, era la trampa para que enloqueciera al rimar mi locura taconeando sobre el parqué de la sala. (Bum-bum) Y deja (bum-bum) no sigas, déjalo, deja.

-¡Deja de hacer el puto ruído!

Golpeé su rostro con todas mis fuerzas y (bum-bum).

-¡Déjalo ya, fulana!

Tirada en el suelo y sin dejar de sangrar,  insistía en su empeño a pesar de mis puntapiés.

(Bum-bum)

¡A pesar de romper sus rodillas a pisotones!

(Bum-bum)

¡A pesar de arrancar sus vestiduras, robar su intimidad, quebrar su pureza, eyacular en sus vergüenzas! Es lo que buscaba con el reiterado bum-bum desquiciante. 

(Bum-bum.)

De nuevo, pese a diseccionar su nariz a mordiscos al igual que sus pechos hasta robar su hálito ¡y seguí masticando, mordiendo y tragando! ¡Y nuevo bocado! ¡Y nuevo orgasmo! ¡Hasta no escuchar sus jodidos chillidos cual puta del diablo! Y.

(...)

-¡Dios santo! ¿Qué he hecho?

(...)

Y volver a empezar en una mañana indeterminada, allá, en la sala de lecturas de la alta sociedad sita en cualquier ciudad repleta de lectoras, universitarias inteligentes, atractivas como la tímida que lee cerca del ventanal.

-Disculpe señorita, no he podido reprimirme al descubrir su lectura, no quisiera incordiarla.
Pero me apasionan las buenas parrafadas misteriosas de tan eminente autor, acelera mi corazón. Ya sabe, bum-bum, bum-bum.
Y al comprobar que lo está leyendo me reconforta, más, siendo usted tan joven, hermosa y rabiosamente inteligente.
Si no es molestia. ¿Puedo acompañarla?

Fín.

Un pequeño y humilde homenaje al más grande de los escritores (bajo mi punto de vista.) Edgar Allan Poe.

© La Ranura de la puerta.

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