LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo
4)
Aceleró
vertiginoso cazando tantos baches como pudo, mientras canturreaba un
viejo tema de los cincuenta desviando fugaz su mirada hacia el
muchacho que intentaba agarrarse donde podía. Giro violento forzó a
la derecha tomando la carretera asfaltada que se adentraba entre las
colinas que hondeaban sutiles en verde poderoso pese al verano
adulto. Su manita diestra que aprehendía el cable situado sobre la
puerta, resbaló ante la brusquedad endiablada hiriendo su palma que
no tardó en sangrar exagerada.
—¡Mierda!
Ahora ya sabes como nos jodimos la palma.—Volviendo a la mofa en
carrusel de grotescas muecas con sus manos al volante y mirando
fijamente al muchacho lastimado.—La herida en el día que dio paso
a nuestra eterna noche, Juan. Recuerdo muy bien esa mañana, quiero
decir, esta. Dentro de cinco minutos arderá el saco de dormir y
moriremos chamuscados, bueno; morirás.
—El
camión.—Balbuceó entre evidente derrota.—Chocaremos con el
camión.
Cual
suicida sin miedo,viró leve el volante entrando en el carril
contrario sin apartar sus ojos de los del niño, aquellos que
destilaban terror casi descontrolado al ver el camión que venía de
frente cambiando de carril para evitar la colisión, al mismo ladear
del volante del que no miraba al derecho adivinando la maniobra del
vehículo pesado.
—Eres
un equívoco que corrigió costumbres aniquilando luces, Juan.—Por
momentos, chispearon sus ojos grises agrietándose en biliosa luz
casi imperceptible, acrecentaron sus ojeras luto resecando su piel,
sus labios.— Te advertí que no era buena idea, esto no te hace
falta, Juan.
—¡¡¡El
camión!!!
Despertó
sobresaltado descubriendo que el saco de dormir ardía por un extremo
y con las manos sofocó el pequeño desbarajuste, saliendo afuera
para lavarse las manos en el lago puesto que la cabaña carecía de
pozo o afluente postizo. Su derecha andaba quemada en la contra palma
igual que en la pesadilla, lacerada exageradamente. Arrodillado en el
barro asiento del tranquilo acuático, metió las manos dirigiendo su
mirada al frente donde se levantaba el acantilado poblado de roca
afilada.
—No
lo conseguiré nunca, jamás corregiré el maldito pecado.
—Tu
padre pensaba lo mismo, Blanco.—Resonó a sus espaldas en tono
cansado, apagado, casi moribundo.—Pero al final ganó la mano y la
partida, aunque el precio que pagó fue quizás demasiado alto.
Miró
atento y preso de excentricidades que lo ahogaban más en su
ofuscación. Descubriendo al viejo desdentado de la gasolinera con
mono azul y su calva que no brillaba por mucho que el reflejo luna
insistiese, gracias a la capa de porquería que le costó aglutinar
años.
—Estás
en las mismas que aquel buen hombre, nunca hizo daño a nadie, era un
inocente que se perdió breve en el universo interno, como tú. Puede
que pienses; ¿Qué coño hace este abuelo aquí? Y entiendo tu
desconcierto, pero esta locura debe terminar de una vez por todas,
hijo. Ir matando no es la solución, créeme; yo pasé por lo mismo.
—No
he matado a nadie, señor.
—Te
equivocas otra vez, has matado sin piedad, por accidente, por
rebeldía, por gusto, por perversidad. Eres hombre frente al espejo,
otra vez.—Caminó hacia él con ambas manos por delante como si
careciera de visión hasta llegar a su altura.—Viniste a zanjar
cierto asunto, agarraste la bolsa de dinero, cruzaste medio país
hasta plantarte en el centro de la nada. Compraste lo que ya era
tuyo, entraste... ¿Qué hiciste al entrar?
—Encender
el fuego tras hablar con el monstruo.
—¿Cuando
hablaste con el monstruo? Puede que al afeitarte, es posible... Pero
en la cabaña no hay lavabo o palangana, hijo...Puede que al encender
el fuego de la chimenea, pero tampoco... Abre los ojos muchacho. Su
mayor debilidad es la verdad.—Tocó su rostro con la diestra
apartándose después.
—¡Su
mano!—Exclamó.—Eres el jodido monstruo, abuelo. ¡Quieto!
Paró
a unos dos metros de Blanco levantando ambos brazos para darse la
vuelta y mirarlo fijamente, sin pestañear, sin mover un solo vello
de su cuerpo, sin siquiera respirar:
—Sigues
avizorando hacia donde no debes, mira tu mano, muchacho.
Desencajado
y confundido, acercó ambas palmas a su cara descubriendo una enorme
cicatriz en la derecha...
—Me
la hice en el coche, mientras el monstruo intentaba liquidarme,
amedrentarme, doblegarme...
—¿Qué
monstruo, hijo? ¿Acaso no tenía él también la cicatriz? Mira al
frente, no caigas en lo redundo que agota y pierde, debes atisbar
hacia adelante no hacia atrás... Incubas miserias que te consumirán
irremediable atrapándote en tu imaginario mundo, hijo. Debes ganar
por nosotros...
—Bonita
y entrañable reunión bajo la luz de la Luna.—Salió de la nada
atravesando al viejo con su mano por la espalda, enseñando a Juan su
palma derecha ensangrentada tras soltar el corazón entre palpito que
se estrelló en la hierba.—Te dije que no tendría piedad para ti,
ni para mí. Mira mi cicatriz, somos lo mismo...―Sacando su
extremidad y dejando caer el cadáver.―El abuelo nos gana, tiene la
de la palma y la del pecho.―Carcajeando leve.
—Me
dijo que maté, que asesiné a gente. También tiene la misma
cicatriz, jamás había hablado con él, sabía de su extraña forma
de vida; era la comidilla del pueblo.
—¡¡¡Déjate
de pamplinas inventadas, zagal!!! Quisiste volver de nuevo para
zanjar los pecados, estás condenando a demasiados y en el fondo me
alegro. Te lo advertí tantas veces como idénticas volviste al
brumoso camino hacia ninguna parte.—Arrancó su camisa con ambas
manos enseñando su piel amoratada, sin vida, con innumerables
cicatrices en los costados y pecho.—El viejo eres tú, maldito
cabezota, ¿quién sino se acercaría hasta aquí? ¿Tu amigo
Alfredo? Déjate de memeces y haz lo que tienes que hacer
porque...¡¡¡Tengo hambre!!!
Se
dislocó su mandíbula rajando las comisuras de los labios entre ríos
de extraño líquido denso, negro, nauseabundo. Para enseñar
ejército de colmillos con brillo amarillento en su mirada. Dejó su
aspecto enclenque y cadavérico para convertirse en grotesco
fantasma...
—¡¡¡Y
si el viejo eres tú... Tú eres yo!!!
—¡Dios
santo!
Rápido
retrocedió buscando el porche de la cabaña con la intención de
encerrarse, apartarse de aquella horrenda cosa, la cual, llenó sus
pulmones dando un sobrenatural salto para aterrizar justo en la
puerta, de espaldas al despavorido.
—Ese
es tu plan, escapar de ti mismo... ¿Cómo carajo se puede escapar de
uno mismo? Puede que a bordo de un avión, cruzando el globo hasta el
otro extremo, ¿verdad?—Dándose la vuelta.—Sentir esa sensación
niña ante lo desconocido entre buenos pensamientos, esa puta
esperanza de que todo saldrá bien. Pero al paso de los meses, una
mañana cualquiera...
—...Descubres
que el comemierda sigue ahí...
—...Al
otro lado del espejo, y vuelves al cuarto ofuscación reiniciando de
nuevo el ciclo...
—¡Dios
mio!
—Dios,
mi querido Juan, no tiene nada que ver con nuestros
negocios...¡¡¡Tengo hambre!!!
Totalmente
derrotado, Blanco se desplomó quedando arrodillado cerca del
abominable que no tardó en acercarse dando ridículos saltos
mientras silbaba un viejo tema de los cincuenta.
—Hemos
recorrido infinidad de países, Juan, nuestra obra es divina,
inalcanzable para cualquier navajero que se inspira en ese
destripador anglosajón. Tienes el don de la muerte aunque sigas
huyendo y huyendo, te persigue, te encuentra, te convence y me
alimenta... Es mejor que te rindas, no tienes por qué pasar por
esto... Haz lo que tienes que hacer...
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