martes, 19 de enero de 2016

LA CABAÑA (Capítulo 4)


LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo 4)


Aceleró vertiginoso cazando tantos baches como pudo, mientras canturreaba un viejo tema de los cincuenta desviando fugaz su mirada hacia el muchacho que intentaba agarrarse donde podía. Giro violento forzó a la derecha tomando la carretera asfaltada que se adentraba entre las colinas que hondeaban sutiles en verde poderoso pese al verano adulto. Su manita diestra que aprehendía el cable situado sobre la puerta, resbaló ante la brusquedad endiablada hiriendo su palma que no tardó en sangrar exagerada.

¡Mierda! Ahora ya sabes como nos jodimos la palma.—Volviendo a la mofa en carrusel de grotescas muecas con sus manos al volante y mirando fijamente al muchacho lastimado.—La herida en el día que dio paso a nuestra eterna noche, Juan. Recuerdo muy bien esa mañana, quiero decir, esta. Dentro de cinco minutos arderá el saco de dormir y moriremos chamuscados, bueno; morirás.

El camión.—Balbuceó entre evidente derrota.—Chocaremos con el camión.

Cual suicida sin miedo,viró leve el volante entrando en el carril contrario sin apartar sus ojos de los del niño, aquellos que destilaban terror casi descontrolado al ver el camión que venía de frente cambiando de carril para evitar la colisión, al mismo ladear del volante del que no miraba al derecho adivinando la maniobra del vehículo pesado.

Eres un equívoco que corrigió costumbres aniquilando luces, Juan.—Por momentos, chispearon sus ojos grises agrietándose en biliosa luz casi imperceptible, acrecentaron sus ojeras luto resecando su piel, sus labios.— Te advertí que no era buena idea, esto no te hace falta, Juan.

¡¡¡El camión!!!

Despertó sobresaltado descubriendo que el saco de dormir ardía por un extremo y con las manos sofocó el pequeño desbarajuste, saliendo afuera para lavarse las manos en el lago puesto que la cabaña carecía de pozo o afluente postizo. Su derecha andaba quemada en la contra palma igual que en la pesadilla, lacerada exageradamente. Arrodillado en el barro asiento del tranquilo acuático, metió las manos dirigiendo su mirada al frente donde se levantaba el acantilado poblado de roca afilada.

No lo conseguiré nunca, jamás corregiré el maldito pecado.

Tu padre pensaba lo mismo, Blanco.—Resonó a sus espaldas en tono cansado, apagado, casi moribundo.—Pero al final ganó la mano y la partida, aunque el precio que pagó fue quizás demasiado alto.

Miró atento y preso de excentricidades que lo ahogaban más en su ofuscación. Descubriendo al viejo desdentado de la gasolinera con mono azul y su calva que no brillaba por mucho que el reflejo luna insistiese, gracias a la capa de porquería que le costó aglutinar años.

Estás en las mismas que aquel buen hombre, nunca hizo daño a nadie, era un inocente que se perdió breve en el universo interno, como tú. Puede que pienses; ¿Qué coño hace este abuelo aquí? Y entiendo tu desconcierto, pero esta locura debe terminar de una vez por todas, hijo. Ir matando no es la solución, créeme; yo pasé por lo mismo.

No he matado a nadie, señor.

Te equivocas otra vez, has matado sin piedad, por accidente, por rebeldía, por gusto, por perversidad. Eres hombre frente al espejo, otra vez.—Caminó hacia él con ambas manos por delante como si careciera de visión hasta llegar a su altura.—Viniste a zanjar cierto asunto, agarraste la bolsa de dinero, cruzaste medio país hasta plantarte en el centro de la nada. Compraste lo que ya era tuyo, entraste... ¿Qué hiciste al entrar?

Encender el fuego tras hablar con el monstruo.

¿Cuando hablaste con el monstruo? Puede que al afeitarte, es posible... Pero en la cabaña no hay lavabo o palangana, hijo...Puede que al encender el fuego de la chimenea, pero tampoco... Abre los ojos muchacho. Su mayor debilidad es la verdad.—Tocó su rostro con la diestra apartándose después.

¡Su mano!—Exclamó.—Eres el jodido monstruo, abuelo. ¡Quieto!

Paró a unos dos metros de Blanco levantando ambos brazos para darse la vuelta y mirarlo fijamente, sin pestañear, sin mover un solo vello de su cuerpo, sin siquiera respirar:

Sigues avizorando hacia donde no debes, mira tu mano, muchacho.

Desencajado y confundido, acercó ambas palmas a su cara descubriendo una enorme cicatriz en la derecha...

Me la hice en el coche, mientras el monstruo intentaba liquidarme, amedrentarme, doblegarme...

¿Qué monstruo, hijo? ¿Acaso no tenía él también la cicatriz? Mira al frente, no caigas en lo redundo que agota y pierde, debes atisbar hacia adelante no hacia atrás... Incubas miserias que te consumirán irremediable atrapándote en tu imaginario mundo, hijo. Debes ganar por nosotros...

Bonita y entrañable reunión bajo la luz de la Luna.—Salió de la nada atravesando al viejo con su mano por la espalda, enseñando a Juan su palma derecha ensangrentada tras soltar el corazón entre palpito que se estrelló en la hierba.—Te dije que no tendría piedad para ti, ni para mí. Mira mi cicatriz, somos lo mismo...―Sacando su extremidad y dejando caer el cadáver.―El abuelo nos gana, tiene la de la palma y la del pecho.―Carcajeando leve.

Me dijo que maté, que asesiné a gente. También tiene la misma cicatriz, jamás había hablado con él, sabía de su extraña forma de vida; era la comidilla del pueblo.

¡¡¡Déjate de pamplinas inventadas, zagal!!! Quisiste volver de nuevo para zanjar los pecados, estás condenando a demasiados y en el fondo me alegro. Te lo advertí tantas veces como idénticas volviste al brumoso camino hacia ninguna parte.—Arrancó su camisa con ambas manos enseñando su piel amoratada, sin vida, con innumerables cicatrices en los costados y pecho.—El viejo eres tú, maldito cabezota, ¿quién sino se acercaría hasta aquí? ¿Tu amigo Alfredo? Déjate de memeces y haz lo que tienes que hacer porque...¡¡¡Tengo hambre!!!

Se dislocó su mandíbula rajando las comisuras de los labios entre ríos de extraño líquido denso, negro, nauseabundo. Para enseñar ejército de colmillos con brillo amarillento en su mirada. Dejó su aspecto enclenque y cadavérico para convertirse en grotesco fantasma...

¡¡¡Y si el viejo eres tú... Tú eres yo!!!

¡Dios santo!

Rápido retrocedió buscando el porche de la cabaña con la intención de encerrarse, apartarse de aquella horrenda cosa, la cual, llenó sus pulmones dando un sobrenatural salto para aterrizar justo en la puerta, de espaldas al despavorido.

Ese es tu plan, escapar de ti mismo... ¿Cómo carajo se puede escapar de uno mismo? Puede que a bordo de un avión, cruzando el globo hasta el otro extremo, ¿verdad?—Dándose la vuelta.—Sentir esa sensación niña ante lo desconocido entre buenos pensamientos, esa puta esperanza de que todo saldrá bien. Pero al paso de los meses, una mañana cualquiera...

...Descubres que el comemierda sigue ahí...

...Al otro lado del espejo, y vuelves al cuarto ofuscación reiniciando de nuevo el ciclo...

¡Dios mio!

Dios, mi querido Juan, no tiene nada que ver con nuestros negocios...¡¡¡Tengo hambre!!!

Totalmente derrotado, Blanco se desplomó quedando arrodillado cerca del abominable que no tardó en acercarse dando ridículos saltos mientras silbaba un viejo tema de los cincuenta.

Hemos recorrido infinidad de países, Juan, nuestra obra es divina, inalcanzable para cualquier navajero que se inspira en ese destripador anglosajón. Tienes el don de la muerte aunque sigas huyendo y huyendo, te persigue, te encuentra, te convence y me alimenta... Es mejor que te rindas, no tienes por qué pasar por esto... Haz lo que tienes que hacer...




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