EL FALSO MAQUI por
Dadelhos Pérez
capítulo
2º “El nuevo régimen.”
Debe entender la inhibición
que padecía la aldea por culpa del nulo interés por parte de las
autoridades. Durante el régimen dictatorial de Primo de Rivera y
su victoria en la guerra de Marruecos,
los aldeanos andaban preocupados por la peste que asoló el ganado;
las fiebres que algunos vecinos contrajeron doblegados en agónica
decadencia sin ser atendidos por médico, nada de eso. La vieja
Mercedes y su supuesta sabiduría
en yerbajos, pociones de sabor horrenda que solo amargaron los
paladares de los acariciados por el mal, fue la única atención que
recibieron antes de cruzar el gélido umbral muriendo sin sacerdotes,
sin sus rezos y salvos, sin su dios olvidadizo que los olvidó sin
saber siquiera de su existencia. Su único alivio fue morir rodeados
por los suyos, los verdaderos, los desvividos, los que en verdad
amaban y sufrieron sus marchas con luto negro a la vista de todos, y
ese otro que perdura hasta alcanzar el final del camino.
No
sabían de victorias ni derrotas, ni de la revolución industrial que
pretendió y ejecutó el dictador. En aquellas cuatro casas perdidas
en el baldío paraje olvido, no acudió la prosperidad aunque fueron
conscientes años después gracias a don Salvador,
el único que visitaba la civilización semanalmente por imposición,
al detestarla profundamente alegando el “pistolerismo” arraigado
en las grandes urbes, entre sus calles y avenidas donde la tragedia
se erigía agarrada a ideales. Los unos asesinaban a otros
enardeciendo con sus loquescos credos rotos y traicionados tras sus
pecados, al obrar olvidando el fin que proclama sus libros leídos a
medias en el mejor de los casos, porque la mayoría ni siquiera leyó
la portada, ni siquiera sabía de que color era, nada de eso.
Mientras en la aldea aquello sonaba a serial radiofónico de los
sábados a media tarde con la voz hechizo de la mujer dulce, y la
aguerrida en neto tono grave de su compañero. Universos adversos
dentro del marco cual mismo país. Un país que se desconocía frente
al espejo y prefería mirar al fuego, enfermando con charlatanería
cara, muy cara. Nada de lo que reinó en aquellos turbulentos días,
nada; representaba el espíritu de mi aldea materna. Y si no
representaba a la mía, con toda certeza puedo asegurar que no
representaba al resto desperdigado por la piel de toro.
Dicho esto, entenderá
reacciones ante la llegada de los sindicalistas, aquellos tres flacos
con mono azul y pañuelo bicolor anudado al cuello que levantaban el
puño cantando la internacional, defendiendo los derechos de los
trabajadores con nuevo subyugo pese intentar igualar la balanza
desequilibrada desde demasiado. Puede que la dejadez de las clases
pudientes ocasionaran la fistula en el culo del país, sobre todo en
las salvajes urbes abocadas al desastre, hundidas en el apocalipsis
que cada vez deseaban más compatriotas, hermanos, amigos,
desconocidos; aunque nunca jamás los moradores del poblado olvidado.
Sus promesas de una vida mejor desde su oratoria empobrecida por
falta de lenguaje, discernía de la realidad del lugar, de la dureza
y el esfuerzo que acarreaban los lugareños para sobrevivir.
Describían un mundo perfecto donde todos y todas eran iguales
suscitando mofas del pueblo, porque en las tierras que recordaron
bajo sus intereses, todos y todas eran iguales sin distinción. No
existía un libro escrito que seguir a pies puntillas porque la vida
es mera acción enmarcada en cordialidad, entendimiento y
colaboración por mera supervivencia. Si lo que anunciaban los
sindicalistas era la izquierda, lo anunciaron el la aldea más
izquierdista del país, aun sin saber que carajo significaba. Y no me
refiero a los lugareños, nada de eso, si no aquellos rescatados de
humildes trabajos honrados que jugaban a ser mesías con sus recetas
revolucionarias, olvidando la identidad genuina de la idea. En parcas
palabras, no sembraron cordura sentándose frente a la rancia y
ladrona derecha, señor. Decidieron golpear sin contemplar las
opiniones ajenas, distantes de su ideario, obrando cual destructores
enervados y sedientos, propugnando la revolución cual amenaza frente
a los opresores que desvalijaron el país y querían seguir eternos
con su saqueo.
Tras ellos, los otros; los
falangistas y varios políticos de la nueva España, para mear y no
echar gota. La nueva España diseñada por los que convirtieron el
país en campos de hambrientos y desequilibrios sociales casi
insalvables.
Si, así comenzó el
enfrentamiento, bajo la tricolor que representaba libertad, la
república aterrizada cuando todo andaba perdido, tripulada por los
mismos que provocaron el desastre aun entrando en el ruedo
parlamentario la salvadora izquierda del país.
Según me contó mi padre,
llegó caminando por el camino de piedras portando un enorme pañuelo
cual maleta. Sus botas exhibían tantos agujeros que le era más
cómodo caminar descalzo. Sucio, famélico y sediento; le pidieron
documentación en la entrada del pueblo, en la entrada del pueblo que
apenas años atrás gozaba de paso libre para todo aquel que quisiera
pasar. Y con la república, ese dichoso antibiótico tomado demasiado
tarde, se convirtió en frontera... No recuerdo como se llamaba, mi
padre dudaba entre Eduardo o Jacinto, ya que mi abuelo escuchó su
nombre solo una vez y se lo dijo a padre. Pero padre andaba
ahogándose en el vino, apagando las llamas infernales que le
arrebataron tres años de su vida in situ y todo el resto cual
tormento.
Lo certero, se puso a
trabajar en el molino de la enorme acequia para don Constante,
cargaba y descargaba sacos sin descanso y sin quejarse al disponer de
plato caliente a diario, el aprecio del anciano propietario y de vez
en cuando, algún vaso de vino peleón de estraperlo.
Todo rodaba más o menos
bien hasta 1932, según padre, el pistoletazo de salida que arrinconó
al delgado forastero entre la espada y la pared. Como no podía ser
de otra forma decidió vivir, seguir respirando pese a la podredumbre
de la subsistencia. Pero para vivir se vio obligado a morder sin
enseñar dentadura. En aquellos años, avisar de tu quehacer se
pagaba con tiro en nuca, sin contemplaciones. Por supuesto me refiero
al 32, después de la insurrección militar fallida, la chispa que
encendió la mecha sembrando desconfianzas y aupando el clamor
revolucionario de anarquistas y casi el pleno de la izquierda. Padre
lo resumió; el primer tiro de miles.
Lo detuvieron cerca de la
acequia, a pocos metros del molino donde solía hacer la colada cada
sábado con puntualidad británica. No tenía demasiadas prendas que
lavar, así que no tardaba en tumbarse bajo el olivo con un diminuto
y deteriorado libro que releía una y otra vez, escapando del mal
fario que lo condujo hasta la aldea. Según contara a padre mi buen
abuelo, se rumoreaba que fue profesor en alguna escuela de la gran
capital, casado con una dulce de sangre azul que murió de alguna
extraña enfermedad en cuestión de meses afectando su estado,
volviéndose loco, abandonando una enorme fortuna para pulular en
busca de algo, de la muerte, decían las avispadas lenguas de los
nuevos vecinos venidos de los suburbios urbes. Aunque tras aquel
encontronazo que debió terminar con el extraño abatido en cuneta,
demostró que buscaba cualquier cosa menos la muerte.
Fueron los sindicalistas
que marcharon en busca de don Constante tras el fallido golpe
militar, para darle muerte en nombre de la república, como si don
Constante tuviera algo que ver con las pretensiones del
general Sanjurjo. Y llegados al molino, no encontraron al
orondo bonachón advirtiendo la presencia del trabajador, del
extraño, del que vivía bajo miserable sueldo, del que, según sus
falaces discursos, intentaban liberar del yugo mediante su revolución
de fuego y muerte. Puede imaginar el nulo intelecto de los
desgraciados buscando sangre para vengar no sé qué.
El resto... El resto se
podría argumentar como la china en suela que molesta y retrasa el
paso, te paras y descalzas intentando sacarla de las entrañas
zapato, te vuelves a calzar, das un paso y ahí está de nuevo...
Invisible aun molesta... Aquel flaco se convirtió en la dichosa
china para los alocados famélicos de muerte cuneta, hambrientos de
revolución confundida con... Bueno, mejor será que le cuente la
historia como me la contaron, sin pinceladas personales que nada
aportan del verdadero protagonista, más bien, me reflejan a mí
mismo...
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