HIERVE por Dadelhos Pérez
Cuando hierve la sangre
todo cambia, puede que tuerza al sin sentido aniquilando el
equilibrio de quien lo padece o no, y acabe agarrando esa otra senda
que lo convierte en iluminado frente al resto escaso que se percató
del incidente, por que suele pasar desapercibido hasta que estallan
una de las dos opciones, sembrando odio incomprensible contra todo y
todos o tendiendo puentes que producen el efecto contrario. ¿Quién
lo puede saber?
La vida es un capricho
vasto formado de idénticos minúsculos y sin tiras ni aflojas, eso
queda relegado al mundo del hombre. La cuestión es lo sarcástica y
cruel que resulta en ocasiones, por no decir en todas aun con
diferente grado, poniendo la solución cruenta en manos del pacífico
y la destinada a la empática, bajo ineludible negociación, a su
adverso... Un mal chiste que siempre acaba mal, sin duda, anegando el
futuro de nubarrones y brumas que perfilan nuevas amenazas cual
capricho de la caprichosa que viciada, vuelve a repetirse aunque con
novatos, esas nuevas generaciones...
Perdonen mis modales, no
me presenté debidamente, soy algo olvidadizo por no decir despistado
del todo... Y me presento a los que leen, no vayan a creer que formo
parte de esta historia, nada de eso. Además, no podría, es
materialmente imposible pues habito en el segundo siguiente, que
cuando llega, pasa al que está por llegar... Les advierto de las
advertencias que ya advertí, seguro que los más avispados las
pillaron al vuelo como loco coleccionando moscas en las panzas de
cualquier cafetería de carretera... ¡Anda! Buena carambola o
casualidad, porque justo en uno de esos bares de carretera en la
España profunda tiene lugar esta historia, una de esas montadas
copiando las americanas de las películas aunque sin la joven
atractiva escotada y minifalda ceñida que sirve café de la cafetera
eléctrica, mascando chicle con brío... El presupuesto no le dio
para tanto...
Pero, acomódense y dejen
que les cuente el misterio que envuelve la locura, esa misma que pare
la cordura cuando la sangre hierve cambiándolo todo, como comencé
este relato hace un rato... Sin preámbulos ni ridículas coletillas,
les presento al segundo que está por llegar...
Siete mesas en las
panzas, aun distantes de la barra pobre por poca afluencia, donde en
la alejada que encaraba el ventanal vidrio empapelado, allá
reposaban las viejas ofertas de los aburridos platos a la venta, un
engorrado seguía con la mirada a la mosca solitaria, al haber
exterminado a toda su familia en su sistema caza; avizorar triangulo
vuelo primero, preparando la zarpa derecha para lanzar manotazo
violento, atrapando a la alada pesada en el puño sucio del
desdentado... Si no lo dije antes o no lo recordase, este holgazán
de cobro mensual en las oficinas del paro, era el tonto del pueblo
que se dedicaba a la caza de insectos en la cafetería de carretera,
de Lunes a Domingo, incluidos los días de en medio... Comienza la
locura, espero...
Café aterrizara en la
tabla madera de manos de la abuela propietaria, una proletaria que
apenas recibía cuartos de la mala pensión de su marido enterrado,
viéndose obligada a mantener el antro abierto.
—¿Cuántas
has matado? ¿Miles?—Preguntó
cansada.
—No
las cuento, es demasiado trabajo, señora.
—Un
día de estos aparecerá la mosca cojonera, esa que parará tus
quehaceres de vago enmascarado en tontuna que se sienta y bebe
bebiéndose hasta el agua del florero.
Dicho
y hecho:
La
solitaria que volaba en triangulo repetido cambió destino de
repente, cuando cansada de esquivar los zarpazos del repelente,
hirviendo su sangre insecto, se coló en la boca desarmada de dientes
barrera alcanzando la garganta del tonto, mientras la dueña se
regresaba a la barra solitaria, tanto, como la canción del roquero y
su carro americano solitario, valga la redundancia.
Segundos
de agonía del engorrado que tosía espantado, al vuelo constante en
sus adentros de la suicida vengativa. Hasta que los aires no cazaba,
la cara amorataba y la parca apareciese en el segundo antes que fuera
por ser.
—Eres
el duodécimo del día abatido por alada insecto, me pellizcaría la
piel al no creerlo, pero como puedes observar solo soy hueso vestido
de penumbra, más la guadaña, por supuesto.
Cuando
la sangre hierve todo cambia, el más débil se convierte en
depredador y el cazador es cazado, sirviendo dos muertes en el
segundo que llega, el que soy, por recoger a los caídos con glorias
o vergüenzas tontunas.
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