El SUERTUDO
(relato/bélico)
“Cuento los segundos mientras pasan
rasantes las certeras, he llegado a acostumbrarme a la diablura del único
diablo que habita en el mundo. Las descargas de los morteros, las minas
antipersona, los francotiradores y un largo etcétera de atrocidades que
vanaglorian la realidad de lo que somos.
Pero sé que pertenezco a ese mal que
erosiona lo que debiera ser un plácido paraíso que al parecer sólo hallaré
cuando me toque la china, entrando en cualquier otro plano ajeno a este.”
―
¡Compañía, prepárense para la carga!
“Hoy es un día especial que quedará
grabado en mi retina para los restos. Es posible que sea un insensato que no
huye de las balas, las busque. Porque cuando el capitán solicitó voluntarios
para romper la rocosa línea del enemigo, no tarde segundo en plantarme
orgulloso, entero, decidido (…) Estoy harto del cataclismo, cansado de seguir
apuntando a iguales que corren encolerizados y caen abatidos desde la
distancia, sesgo vidas, asesino asesinos, me he convertido en un ogro
insaciable que desea detenerse a cualquier precio. Por eso hoy es mi día.”
― ¡Carguen!
“Es cuestión de estadística, mil
balas contra unos cientos dejan vago margen para salir ileso.
Primero caen muchos mientras avanzo
hacia la meta muerte, silban por el costado, rozan sesgando mis vestiduras (…)
Puede que esté herido de muerte y no sienta el dolor, las aguijonadas, por
culpa de la adrenalina…
Desploman ahora los pocos y sigo
corriendo al frente, puedo ver el miedo de mis adversarios que persisten escupiendo
muerte incapaz de reconocer mi vida, o simplemente desechándola, ignorándome…”
Llegó cansado hasta las trincheras
enemigas sin disparar una sola vez su fusil Muescas,
así lo bautizó, así lo conocía toda la tropa camarada que convivía hombro con
hombro con el Suertudo.
Disparó eliminando a cinco de ellos
para saltar en los adentros de la protección contraria. Agarrando fusil
adversario a sabiendas de que no tenía tiempo para cargar su arma, comenzando
el baile muerte contestado en todo momento por los muchos que quedaban y sin el
apoyo de los nulos que alcanzaron destino.
Puede que eliminara a veinticinco
asesinos preparados y dispuestos para otorgar o recibir a la parca. La cuestión
es que ninguna bala atravesó sus carnes, provocando que parara en su carnicero
avance comprobando lo imposible.
Se desprendió del fusil adquiriendo
otro de los muchos que descansaban junto a sus propietarios inertes, monto
cerrojo, colocó bayoneta escuchando al enemigo acercarse a su posición…
Rodilla al suelo, mirada concentrada,
atento, dispuesto, deseoso de conseguir la medalla al mérito que se traducía en
recibir de una vez por todas la segadora destinada, o al menos deseada desde su
apatía causada por el desasosiego de vivir matando durante sus últimos tres
años.
Veinte, puede que alguno más, se
atrincheraron en las pilas de sacos areneros, apuntando y disparando de
inmediato…
“Ojo que ve, caza la distancia”
Cayeron tres.
“Pulso perfecto, aguijona objetivo”
Otro más.
“Respiración relajada, miedo atado, sed
anulada (…) Estoy harto de tanta monserga, yo no soy lo que soy pese hacer lo
que hago”
Bajando la sesga vidas, quitándose el
casco para mostrar su rostro derruido por las tantas masacres en las que
participó, mientras el enemigo insistía sin lograr siquiera herir al rendido.
Hasta que alguien ordeno alto el fuego acercándose al arrodillado ido sin dejar
de apuntar con la automática.
―Eres el
puto diablo, no te mueres.―Le soltó el sargento fideo.
―No, no soy
más que un jodido asesino de asesinos, como tú. Aunque la única diferencia es
que cuando apunto lo hago sobre la víctima sin remordimientos, robando
alientos. Dispara.
Durante parco segundo el suboficial
decidió destino del rendido, la única posibilidad que vio viable, estando tan
cerca y desarmado no podía errar el tiro. Para recibir la peor de las noticias
cuando ordenó que lo aprehendieran pasando a formar parte del nutrido grupo de
prisioneros. Algo que no le sentó nada bien, para él, toda una tragedia.
―Debió alegrarse, salvó la
vida en el centro del averno. ¡Menuda suerte!
Es lo que pensaron todos, sobre todo
al terminar la gran guerra. Lo liberaron convirtiéndose en una auténtica
leyenda, en pocas palabras, pasando de nuevo por otro dantesco infierno aunque
bien diferente.
― ¿Qué fue
de él?
El Suertudo siempre fue dueño y señor de su destino, inalcanzable,
intocable, con extraño sino que lo acompañó hasta su último segundo. Se ahorcó
en el tétrico apartamento donde malvivía, harto de ver su cara en el reflejo
del espejo, de las constantes pesadillas y de lo que él acuñaba como auténtica
mala suerte. En lo más profundo no era un suertudo, más bien todo lo contrario,
hijo.
― ¿Y cómo
sabes lo del milagro cargando contra las trincheras?
Muy fácil, yo fui el suboficial que
le perdonó la vida. Cosa que en ocasiones me arrepiento, actué harto de tanta
barbarie, de las muertes de inocentes, los bombardeos, la jodida guerra.
Decidiendo no borrar aquella existencia que se mantenía a merced, enorme error.
― ¿Por qué?
De todos, era el único que necesitaba
esa ayuda para abandonar este mundo, aunque lo comprendí años después, cuando
nos reunimos en su cuchitril recordando viejas batallas. Hay que ver como son
las cosas, dos enemigos que hicieron cuanto pudieron por eliminarse convertidos
en uña y carne. Supongo que son argucias del destino. Lo único que puedo decir
sobre él, es que adquirió un papel que no le correspondía, de eso no tengo la
más mínima duda. Su vida pudo haber iluminado a miles y se desperdició
asesinando a cientos.
® DadelhosPérez (LA RANURA DE LA PUERTA) 2016
Puedes visitar las nuevas salas de LA
RANURA DE LA PUERTA
Ya puedes adquirir nuestro libro
benéfico pinchando.AQUÍ Toda la recaudación está destinada a Cáritas
Diocesana de Valencia.
Gracias por visitarnos.