Jugando
con el Diablo (relato/terror)
Necesitaba oportunidad sin mermas que
le permitiese realizar un buen trabajo, vamos, trampolín para demostrar sus
muchas virtudes frente a la enorme competencia dentro del universo literario.
Lo intentó todo, publicaciones a
cuenta y riesgo de su cartera que aprendió la lección guardando tras la
desventura telarañas. Cuentos infantiles con la pretensión de recorrer cuantos
más colegios mejor dando la nota como cuentacuentos, a la vieja usanza, pero la
única correría que sigue pululando cabizbajo es la distancia que separa la
oficina estatal de empleo de su casa.
En ocasiones un rayo de luz es lo
bastante pertinaz como para atravesar los densos nubarrones de la mala suerte,
aterrizando invitación en el abarrotado buzón del desalentado. Como pasó
aquella mañana clonada de tantas, inoculando fe al no creyente en nada, ni
siquiera en sí mismo.
―No puede ser, el mismísimo Pablo
Riesgo quiere entrevistarse conmigo. Debe de haber algún error.―El
desafortunado jamás aprecia fortuna al olvidar su porte, su esencia (…) su
existencia.―Si pudiera escribir un artículo sobre el viejo las cosas cambiarían,
estoy seguro.
Parca carta manuscrita con rojiza tinta sobre cartulina blanca,
sin adornos ni reseñas, solicitando su presencia en el elitista hospital del
cerro. Enorme complejo que distaba de cualquier centro sanitario al albergar a
sus convalecientes en impresionantes cabañas de madera a todo lujo, en vez de
en meras habitaciones individuales, de lo bueno lo mejor.
Cuando cruzó la enorme puerta custodiada por varios agentes de
seguridad, descubriendo imponente fuente que recordaba cualquier plaza romana,
jardines dominando hasta donde la vista alcanzaba y servicio debidamente
uniformado que se alejaba de las blancas batas tan comunes en el universo
sanitario, creyó adentrarse en dimensión paralela.
El taxista lo dejó a un paso de las enormes escalinatas
engalanadas con mármol italiano de fondo blanco y trazas marrones, un
despropósito que mostraba el poderío desmesurado del pomposo hospital, puro y
neto derroche. Cuando un trabajador se apresuró en recibirle en el mismo
momento que plantó ambos pies en la tierra de los elegidos.
―Le estábamos esperando, señor. Nuestro distinguido paciente nos
dio instrucciones exhaustivas para cuando usted llegara. Comprenda que proteger
su intimidad es nuestra mayor preocupación.―Intervino el delgado bajando las
escalinatas del oro.―No puede acceder al complejo con cualquier dispositivo de
grabación, tampoco está permitido que revele cualesquiera que vea o escuche
mientras permanezca en nuestras instalaciones, por eso, antes de entrevistarse
con el señor Pablo Riesgo, tendrá que
firmar un documento de confidencialidad y depositar su teléfono móvil en
recepción.
―Pensaba que esto era un hospital, no una cárcel.
―Yo no pongo las normas, señor. Sólo soy un trabajador.
Obedeció firmando el dichoso papel y dejando su móvil en la más
que coqueta recepción, los adentros del edificio no tenían nada que envidiar a
los palacios de los grandes mandatarios. Parecía condenado a la pompa
distracción, pero ¿De qué? Aunque también es posible que su imaginario a
horario intensivo urdiera trama donde sólo habitaba clareza. De todos modos, se
sintió renovado frente al cambio, acunado en la esquiva inspiración para
albergar esos positivismos que tan distantes navegaban de su cotidiano.
Lo más impresionante, cruzar la enorme avenida donde hileras
perfectas de cabañas clones de tres pisos de altura, formaban a lo largo de la
larga calzada. Permaneció en silencio, observando las fachadas fastuosas mientras
el flaco conducía el portentoso descapotable con las siglas de la institución
grabadas en las puertas y el capó.
―Ya hemos llegado, señor. Es esa cabaña, la 666. No me está
permitido acompañarle hasta la puerta, así que tendrá que ir usted solo, el
señor Riesgo le está esperando.
Se plantó frente a la puerta en aras de comprensible nerviosismo,
volteando mirada para descubrir al conductor avizorándole con pose estatuada,
algo que a priori le hizo gracia por lo ridículo de la estampa. Hasta que buscó
el timbre sin hallarlo para terminar cerrando puño y encargando el sencillo
trabajo a sus nudillos, los cuales no terminaron de acariciar la abatible
porque se abrió sola, antes de que la tocase.
―Hay que joderse.―Musitó incrementando nerviosismo.
―No se alarme, es un viejo truco que me gusta poner en práctica
con los desconocidos.―Sonó desde los adentros.―Mandé poner una cámara por donde
veo a cualquiera que se acerque a la puerta, espero breves segundos, los mismos
que les cuesta entender que no existe ningún timbre, y cuando van a aporrearla
le doy al mando a distancia abriéndola por arte de magia. Los gestos de los
sorprendidos son auténticas obras de arte, desde risas hasta lloros. Lo tengo
todo grabado, es uno de mis pasatiempos favoritos…
― ¿Señor Riesgo?
―El mismo que calza y viste, muchacho. Pero pasa, no te quedes en
la puerta.
La empujó leve abriéndola por completo para descubrir inmenso
habitáculo roto por escalinata atrayente de madera roble en el costado. No existían
muebles, ni cortinas, ninguna cocina o abatible que chivara estancias. Mero
salón pelado con dos sillones de piel enfrentados y humo conquistando el
ambiente desde el sofá que quedaba a espaldas de la puerta.
― ¿Señor Riesgo?
―Veo que eres inseguro, no las tienes todas contigo. No seas crío
y acércate. Supongo que te extraña que no me levante para recibirte como haría
cualquier anfitrión, pero tengo motivos de peso, de mucho peso, muchacho. Acércate.―Asomando
esquelética mano desde el sofá.―Prometo no morderte.
A cada paso le conquistaba nauseabundo hedor que procedía del
asiento de piel donde esperaba el afamado artista, como si se hubiese roto el
desagüe dejando su alarma maloliente alrededor del convaleciente archiconocido.
―Tendrás que disculpar este pequeño contratiempo, mi asistente aún
no ha venido para cambiar el urinario. Espero que lo entiendas.
Claro, por supuesto que lo entendió. Es bien conocido el viejo
refrán que reza: “Vale más una imagen que
mil palabras”, cuando descubrió al viejo vestido con camiseta interior de
tirantes y simples calzones a juego de blanquecino tono pálido, falto de las
extremidades inferiores y con tremendas llagas, úlceras en su rostro anidado
por poblada barba cana…
― ¿Entiendes ahora por qué no me levanté para recibirte?, me es
imposible. Pero siéntate, hice traer ese sillón expresamente para esta
entrevista. Bueno, para ser exacto y no faltar a la verdad, más bien negociación.
― ¿Va a proponer algún trabajo?
―Voy a proponerte la solución definitiva a tus problemas, hijo.
Claro está, si aceptas.
Se sentó olvidando de sopetón la horrenda imagen de su contertulio
que rozaba incluso la monstruosidad, en aras de alcanzar la luz en su errático
camino que lo condenaba a la ruina por donde braceaba torpe, años.
―Soy todo oídos, señor.
―Cómo puedes observar soy un viejo lisiado que disfruta de todas
las enfermedades que puedas imaginar. Perdí las piernas por culpa de la
gangrena heredada del violento cáncer de piel, desde entonces vivo en este
hospital. Gracias a la providencia me gano la vida usando la cabeza, lo único
sano que tengo a excepción de las malditas llagas que van conquistándome poco a
poco. Es cuestión de tiempo.
―Lo siento mucho, señor.
―Pero no estás aquí para escuchar mi drama, creo que tu talento unido
a la necesidad que te consume puede venirme como anillo al dedo. Necesito alguien
que escriba mis libros y firme con mi nombre. Vamos, le propongo que usted sea
yo.
― ¿Quiere que escriba cómo negro
para usted?
―Quiero que tú seas yo, muchacho. Tendrás a tu disposición toda mi
fortuna, mis coches, casas, aunque controlado en todo momento por mis fieles
contables. Tampoco se trata de que lapides mis millones, como comprenderás. Es
un buen trato, sin duda. Aunque aceptarlo conlleva olvidar tu desastrosa
carrera como escritor. No podrás publicar jamás nada firmando con tu nombre.
La barriga ruge, el cerebro dirime certero y la ambición queda
entre dos tierras; la de la pura y neta supervivencia y la del ego. Renunciar
por completo a su único gran sueño, convertirse en escritor profesional.
― ¿Gozaría de libertad?
―Por supuesto, muchacho, que te conviertas en mí no quita que
puedas seguir con tu vida, conocer tórtola y montar tu ensueño. Te vuelvo a
repetir que únicamente abandonarás tus anhelos literarios para escribir
firmando como Pablo Riesgo.―Agarró un
paquete que reposaba en el costado del sillón.―Para que entiendas que esto no
es ninguna broma, aquí tienes tu primera mensualidad.
Cogió el paquete abriéndolo para descubrir ingente cantidad de
billetes de 500€.
― ¿Pero?
―Medio millón de euros mensuales. Tranquilo, no debes alarmarte por
mi economía. Los dividendos de la bolsa me reportan una media de 25 millones al
año. Parte de ese capital pasará a ser tuyo, exceptuando los gastos de
mantenimiento de todas mis propiedades y la factura del hospital. ¿Qué me
dices?
―No puedo dejar pasar esta oportunidad señor, acepto.
Fue entonces cuando sacó del mismo costado del sillón un revólver
del 38 agarrándolo por el cañón, ofreciendo la culata al muchacho.
― ¿Un arma, para qué?
―Es la tradición que veo que desconoces. Así se cierran los tratos
en la cúspide, muchacho. Se ofrece la conformidad con un apretón de manos
cediendo revólver con una sola bala en el tambor, simboliza la aceptación de la
muerte en caso de no cumplir. No te alteres, eso pasaba cuando los motores eran
fantasía aún no imaginada, ahora es mera cortesía.―Enseñando su pálida mano
repleta de llagas.―Estrechando mi mano, cerramos el acuerdo.
Salió de la cabaña eufórico, mirando sus manos, respirando el aire
puro pleno, pletórico por el avance conseguido siendo observado por el flaco
operario que le esperaba a bordo del descapotable.
―Veo que todo ha salido perfecto, señor.
―No sé cómo darles las gracias, por momentos pensé que la ruina
acabaría conmigo.
―Nos vale con que pague la factura, señor Riesgo.―Sonando estruendo en el interior de la cabaña.―Creo que es
el que menos ha tardado en apretar el gatillo.
―Sinceramente, de no haberles conocido me hubiese volado la tapa
de los sesos hace décadas, la angustia de mi antiguo cuerpo era insoportable…
® Dadelhos Pérez (LA RANURA DE LA PUERTA) 2016
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