Conquistando el plano real
Remilgado
despertó ganado por el frío, dolorido,
preso de nula incertidumbre tras descubrir cielo despejado con generoso tono
estival, aroma natura, la caricia del viento calma y las malditas pisadas sobre
la yerba en el claro pesadilla que no lo era tanto, cual nota discordante.
Ahora estaba seguro, conocía el cáncer que devoraba impasible en ese juego del
segundo maldecido donde era protagonista necesario para el desenlace
terrorífico. Gozaba de oportunidad para enmendar la hecatombe, al menos eso
creía, creyó e incluso sigue creyendo.
Cierto que falsa serenidad conquistó su
enclenque espíritu ahora reforzado, tras descubrir la verdad que cernía en su
coleto, estaba delante, en cualquier evidente visible y palpable que no fue
capaz de dilucidar cegado por la comanda, su trabajo, y la magia atrayente de
la hermosa aldea. Volvió a recuperar su físico cincuentón deshaciéndose del
palillo octogenario incapaz de dar dos pasos sin ayuda de bastón o enfermera. Como
también le esperaba ese otro idéntico de vestiduras enlutadas
―Por fin haces lo que debes, ahora sólo queda
culminar nuestra obra.―Voz siniestra, voz conocida, voz compartida.―Madre nos retiene, alimenta falacia en
nuestra celda bosque, el jardín del presidio. Pero no cuenta con esto, nunca
imaginó que fuéramos capaces de burlar sus tretas regresando de nuevo al plano
vida.
― ¿De qué nos servirá?―Musitó debilitado
desde el colchón yerba sin apartar atención del celeste.―Somos la ira que
prenderá mecha derrumbando todas las creencias de la humanidad. No merecemos
siquiera pasear entre los vivos. Salir de nuestro mundo es condenar a
demasiados a la barbarie.
―Es eso o sucumbir en el bosque, rajar lobos
día tras día en reiterada pesadilla. Volver a la aldea en busca de la llave,
amanecer en el plano existencia, morir, despertar y seguir aniquilando a
nuestros guardianes. Somos lo que somos y lo somos desde mucho antes que se
impusieran diablos y dioses, antes de que el ser humano alabara al sol, antes
de que la fe anidara en sus almas. Formando parte indisociable de la primera
molécula que engendró vida. Algo que bien conoce Madre al ser nuestra propia disociación, el luminoso empeñado en no
interactuar con los vivos a los que desprecia en aras de su prepotencia. Ella considera
que es superior a la insulsa existencia por desconocer las ventajas de la
muerte, ese trance que alimenta nuestro estar y concede la posibilidad de
volver a mezclarnos con los orgánicos.
―Somos los últimos de especie extinta…
―Oscuros,
amigo mío, protagonistas del primer episodio, merecemos regenerar nuestra
especie y gobernar alimentándonos de las atrocidades, bondades, desesperos, de
esos peleles tan adictos al control, a la dominación de unos frente a otros en
sus choques supervivencia, negados a la cooperación que tanto predican sus
vendidos líderes. La existencia derivó al mejor de los escenarios para salvar
nuestra especie. Es nuestra oportunidad.
― ¿Y el Humus?
―Si salimos de aquí, si haces aquello que
debes hasta las últimas consecuencias, Madre
no podrá crear un nuevo Humus. Para
eso necesita que el Halo posea humano
trasladándolo a este plano, socavando bajo ella al elegido para poder culminar
su transformación. Un imposible llegado donde hemos llegado. Las almas
atrapadas en la aldea, corruptas y puras, ese baturrillo que amaga nuestra
realidad, nos resurgirán en la existencia cuando culmines nuestra misión.
Dejando a Madre desprotegida,
desenmascarando al Maestro que la
resguarda y al último de los Halo.
Comenzará entonces lo que los humanos llaman apocalipsis y yo prefiero acuñar
como resurrección. Hay tantas vidas donde inocular nuevos Oscuros… Volveremos a tener la grandeza que atesoramos en nuestros
primeros albores cuando jugábamos de igual a igual con las fuerzas de las
estrellas, constelaciones… Volveremos a ser dioses.
Desde su posición, tumbado con brazos en
cruz, irguió rígido sin doblar extremidades para plantarse frente a frente con
su reflejo ente, Cárdenas, el cual
avanzó parcos centímetros fusionándose con Remilgado,
formando un solo ser.
―Ha llegado el momento.―Sentenció la voz
maléfica desde los labios del periodista.
De entre matorrales, en el cerro arboleda, un
lobo descendió al claro olisqueando los cadáveres de sus semejantes observado
por la infernal presencia del resucitado señor Oscuro.
―Debemos partir antes de que renazcan los
canes.―Formándose densa niebla que lo engulló desvaneciéndose en la nada.
El cuadrúpedo, apenado, alcanzó la cabeza
decapitada del blanco capitán haciendo lo propio, olisquear la muerte sembrada
en el despejado para aullar avisando a Madre
en el redundo desde el principio de los tiempos. Destello renació en los ojos
interfectos del capitán vencido en tono zarco, escapando del inerte para quedar
suspendido en la nada frente a la mirada tranquila del grisáceo afligido,
irradiando fantástico lumínico atrayente que formaba escueto sol azulino,
inmóvil, el cual se precipitó colándose por la boca del animal, súbito,
sorprendiéndolo.
La bestia sucumbió en la yerba presa de
insoportable dolor, su hermoso pelaje incrementó adquiriendo diferente
tonalidad, cana; multiplicando su envergadura entre crujidos y desgarros carne
ahogados en ateridos lamentos para silenciar repentino, luciendo la estampa del
lobo rey abatido y con destello mágico en mirada, resplandor poderoso que
delataba las magias predominantes en Madre.
La densa floresta que cubría el cerro hasta
el alto montaña, abrió despejada senda por donde ascendió el can a velocidad
terminal alcanzando las inmediaciones de la solitaria cabaña, morada
podredumbre del extraño escriba, quedando mimetizado tras espesa fronda para
observar el quehacer de aquel flaco solitario que cortaba leña habilidoso con
afilada hacha, ajeno a los terribles acontecimientos que amenazaban el
equilibrio de todo, sin excepción.
― ¡Jodido duende! ¿Cuántas veces tengo que
decirte que no me espíes? ―Refunfuñó a grito pelado.―Sal de ahí y di lo que
tengas que decir, no tengo tiempo para tus gilipolleces.
Tímido, más bien cohibido por el seco
carácter del flaco, caminó olisqueando suelo tanto como en lento rodeo al puro
estilo miedica, hasta sentarse cerca del “mala
leche” que proseguía partiendo troncos de una sola estocada.
Físico imponente que se asemejaba al porte
del señor Oscuro cual clon, aun sin
cicatrices ni quemaduras, luciendo vestimenta de leñador; en pocas palabras,
hundido en cierto desastre abandono a juzgar por las largas y descuidadas
barbas entre otras muchas evidencias.
―No va a creerlo, Maestro.―Soltó con ridícula voz de pito.―Se trata del señor Oscuro, esta vez lo ha conseguido (…)
Bueno, le puedo asegurar que no tengo nada que ver. Como bien sabe estoy más
que preparado para el cometido que me preparé, como no podía ser de otra forma,
preparándome (…) Pero no ese preparado que le sigue el listo y ya, no, no. No.
Me refiero al preparado del entrenamiento que entrené entrenándome, cercar a la
presa controlando sus vías de escape, mandar algunos efectivos cubriendo los
flancos aun a la vista de la víctima, para atraer atención…―Interrumpido.
―No me van las excusas, duende. ¿Qué ha
pasado con el durmiente?―Decapitando nueva leña, impasible, intimidante.
―No debe preocuparse, Maestro (…) Bueno, puede que un poquito sí.
Paró súbito ante las palabras del lobo,
abandonando hacha que dejó clavada en la base del tocón de malos modos. Su
mirada destilaba enfado dentro del enfado crónico que componía su personalidad
mala uva, rehusando empatías en su agrio que agriaba todo a su alrededor. Para
acercarse al enorme mamífero acuclillándose ergo a su altura, acuchillando con
sus ojos inquisidores los destellos bombilla del can y…
― ¿Qué ha pasado con el durmiente?
― ¿Quiere el resumen o la versión
íntegra?―Bajando tanto el tono de su voz como sus orejas que quedaron
horizontales.
― ¡Maldito duende charlatán!
―Está bien, Maestro. Se ha despertado.
―Bueno, no es tan grave, Halo. Siempre y cuando no lo haya hecho en los dos planos. Ahora
sólo tenemos que…
―Lo hizo, Maestro.
Se despertó en los dos encontrándose en este.
― ¿Es uno?―Retomando verticalidad.
Puede que fuera la vergüenza por no haber
estado a la altura, al fin y al cabo era un novato, el último de una estirpe
que apenas llevaba ejerciendo dos mil años, un segundo comparado con la
percepción del tiempo de los humanos. Pero silenció, no dijo nada, simplemente
se dejó caer en clara pose sumisa como si fuera en realidad un lobo, un can, un
perro frente a su amo enfadado por la manía pecado de orinar las patas de la mesa
terraza. Soltando...
―Lo es, Maestro.
Siento haber fallado. No soy digno, la vergüenza de la raza Halo.
―Tampoco es como para lapidarte, aunque te
castigaría dejándote sin postre durante una semana escondiendo esas fresas que
tanto te gustan en el tarro de cristal, para evitar que a hurtadillas accedas a
ellas poseyendo a cualquier alimaña.
Levantó cabeza, orejas, dejando platos sus
ojos para enzarzarse en réplica con tintes críos.
― ¡Acepto cualquier castigo excepto ese! Es
una monstruosidad dejar a cualquiera ser sin postre, algo solo a la baja altura
del señor Oscuro. Usted, en lo más
profundo de las profundidades hondas o hundidas de su hueco de adentro, es la
bondad física de Madre. No sería
capaz de esconder las delicias en el maldito tarro que se resiste. Mil años
aprendiendo teorías, otros tanto en prácticas y no consigo abrir los malditos
tarros de cristal. Los otros, esos de chapa que no enseñan entrañas me dan lo
mismo, al no distinguir si contienen delicias o carbón. Pero cuando rojizo
fruto albergan los trasparentes, bien mermelada dulzona…
―Duende.
―… Con o sin etiqueta, un festín de azúcar. O
los melocotones, ese pecado anaranjado que eclosiona cielos en el paladar. Las
naranjas, sobre todo las mandarinas tan sabrosas originarias de las costas
mediterráneas, un auténtico lujo…
―Duende.
―…Aunque también me chiflan las sandías,
refrescantes. Después de devorarlas recojo todas sus negras pepitas y las uso
como munición. Un canuto cualquiera, una caña hueca por ejemplo cual fusil, y
me escondo cerca de la aldea aun dentro de los lindes de Madre, acribillando al cura. Puede que suene pecaminoso pero lo
ametrallo desde la inocencia, además, le viene bien al viejo porque acelera
paso cuando siente las balas en su pellejo pasa. En resumen, hace ejercicio. No
creo que lo vea mal Madre, de lo
contrario seguro que me hubiese llamado la atención o impuesto un castigo como
dejarme sin postre…
― ¡Duende!
―…Escondiendo las deliciosas fresas en esos
malditos tarros que tanto se resisten. ¡Oh! ¡Por las patas de los bichos
perceptibles de posesión! Tengo que dejar de ametrallar al sacerdote no sea que
Madre me castigue con el maldito
tarro… Puede que si lo rompiera, no sé, con una piedra por ejemplo el castigo
no fuera para tanto. Aunque la delicia se mezclaría con los cristales y no me
la podría zampar…
―Duende.―Sentenció agarrando el morro del
animal, silenciando su monólogo inri.―No tenemos tiempo para tus tonterías,
debemos detener al señor Oscuro. Y
para eso hemos que partir de inmediato a la capilla de la aldea, ya sabes lo
que significa; llevas toda una eternidad preparándote para este momento.
―Pero nada de poseer insectos. Usted es
consciente de mi repulsa hacia esos bichos, sobre todo las moscas. Ninguno de
sus entrenamientos funcionó con ellas, la última vez casi caigo abatido por la
cola asesina de una vaca, el golpe me dejó inconsciente (…) Bueno, dejó
inconsciente a la mosca ya que poseí a otra alertado por el peligro de muerte
sufriendo el mismo destino. Gracias a la providencia el rumiante sembró de
cacas la yerba y pululaban cientos de esas asquerosas aladas. Todavía tengo
pesadillas al respecto.
―No puedes salir de Madre como lobo, conoces las normas. Las almas que habitan la aldea
no pueden ver a ningún guardián, solo
los durmientes. Los elegidos.
―Entonces me introduciré en el cuerpo de
cualquier pájaro. Una paloma o un búho, aunque para poseer a un búho debería
ser de noche. ¿Qué tal un simple y simpático gorrión?
―La última vez que lo intentaste rompiste los
cristales de mi choza, el pobre pajarraco murió a los tres días víctima de tu
estropicio. Tuve que otorgarle nuevo aliento ya que nada puede morir en la
tierra sagrada. Son las normas.
―No, no y no. No quiero poseer a ningún
insecto.
La tranquilidad gobernaba plena en las
entrañas de la diminuta iglesia. Portón abierto, el sol colándose en la casa de
la luz, el cántico armonioso de los vivaces gorriones y el párroco atareado con
escoba en mano limpiando cada recodo del templo. Eso sí, silbando alegre éxito
de los cuarenta en su animosidad contagiosa, afable.
Primero pasó el paño por todos los metales,
quitó el polvo incluso del techo del confesionario maderero para acabar como
andaba, combatiendo con la vanguardia escoba mientras esperaba la retaguardia
recogedor.
Llegado al rincón cercano a la puerta
oficina, la misma que albergaba letrero donde se podía leer biblioteca, una
mosca cojonera se posó en su frente espantada con mano benévola, para aterrizar
acto seguido en la mejilla originando el mismo quehacer aun con tintes
beligerantes.
―Deja tranquilo al padre, duende.―Ordenó el Maestro escriba desde el marco de la
puerta.
El anciano cambió su rostro invadido por
felicidad al oírle, para abandonar la herramienta de limpieza y caminar hacia
el alto conocido…
―Señor, es un verdadero placer volver a
contemplar su divinidad, pero pase y siéntese donde mejor le venga.
―Viejo cascarrabias, tu Dios se ofenderá por
el trato que me dispensas.―Aterrizando el Halo
mosca en la mejilla del Maestro, a
milímetros de su oreja.―Ruego disculpes al duende, ya sabe que detesta los
insectos.
―Toda criatura está en el abrazo divino del
señor, nuestro Dios, Maestro.
Incluida su especie y la del pequeño diablo azul.
― ¿Me ha llamado diablo o escuché mal?―Gritó
a pulmón para que el escriba pudiera escucharle.―Nunca me cayó bien el montón
de arrugas. Si me lo permite, Maestro;
podría abandonar este esperpéntico cuerpo y poseer al “sotanas”.
No contestó la niña demanda, el rebote del Halo, se mantuvo inmerso en el problema
amenazante contando con pelos y señales lo acontecido al párroco, tras sentarse
en el primer banco del templo. El cual, sorprendido frente a tal despropósito,
insistió en que cedió a Remilgado la
carpeta como le solicitó el defensor de la tierra primera, Madre, cuando puso en marcha el plan…
―Durante la entrevista no detecté ninguna
anomalía. De carácter dialogante aun ateo exacerbado con tintes bélicos contra
cualquier credo, me atrevería apostillar. Pero ni ápice de que siquiera
atisbara su realidad, de hecho agarró con poco entusiasmo la carpeta. Creo que
no sospechó de su contenido tal y conforme usted indicó. Le pregunté acerca de
sus credos recibiendo contesta razonada desde su estado crítico, ni rastro de
la huella del señor Oscuro o de su
posible conocimiento sobre la vieja leyenda que engendró a la aldea maldita. Me
cuesta creer que todo fuera un engaño. Si lo es, estamos tratando con espíritu
habilidoso urdiendo pretensiones desconocidas con reacciones que podrían
alterar peligrosamente la situación.
―Necesitaremos contactar con el plano
despierto si es qué aún estamos a tiempo.
―De todos los inventos el mejor es Internet.
Ni echar las cartas, ni espiritismos estafa; pulsar una tecla y enviar energía
de un lado a otro, de una dimensión a la siguiente.― Reverenció invitándole a
pasar a la oficina.―Para saber si sigue dormido, si estamos a tiempo de
contactar con el otro lado; mejor hacerlo desde mi despacho. Allí espera el
viejo ordenador que me regaló.
El Maestro
avanzó hacia el cuarto seguido por el anciano dicharachero, mientras el duende
aprovechó para escudriñar el templo. Voló zigzagueante, marcando por momentos
vuelo triangular o de reconocimiento a distancia, como acuñó la acrobacia
moscardón, hasta alcanzar el enorme crucifijo con la sufrida imagen de Jesucristo agonizando que presidía el
altar; posando cerca del atormentado rostro de escayola.
Frotó las patas delanteras observando la
inerte imagen bien lograda para después soltar chapa en acto de puro y neto
ridículo, carente de lógica, infantil.
―Sé que ha pasado mucho tiempo, tío. Pero
cada vez que entro en esta sala y te veo colgado, me invade malestar. Lo siento
mucho. Comprende que era un novato en fase de selección y que aquel pequeño
error fue fruto de la falta de entrenamiento. Hoy por hoy ya no me pasa. Aunque
también es cierto que llevo recluido en Madre
desde que pasó aquel malentendido. Exceptuando pequeñas escapadas a Alemania y la U.R.S.S. con ciertos roces sin importancia que exageró mi mentor
acusándome de irresponsable. Desde entonces estoy bajo la tutela del último de
los Maestros, ya sabes, uno de esos
que tú llamas ángel. Espero que sepas perdonar a este humilde duende.
La estatua giró cabeza mirando a la diminuta
mosca con hastío, movía leve los labios dejando entrever cierto tembleque
puntual en la mandíbula.
―Tampoco es para echarse a llorar, hombre.
Mira, lo pasaste fatal, te hicieron de todo, es verdad; pero hoy te siguen
millones de personas, hay templos por doquier, eres toda una celebridad
recordada como el bueno de los buenos. Te han compuesto canciones, hay millones
de lienzos, estatuas, literatura, incluso existe un país independiente donde
reside la fe que el mundo entero procesa hacia ti. Todo un detalle. La única
pega es que ya no eres rabí, te echaron del culto judío inventando otro
parecido con nombre mala uva, todo hay que decirlo. Tus seguidores te aman sin
excepción o remisión, pero eso de adorar una cruz con clara referencia a la
putada que te hicieron los romanos clavándote en ella, un poco sádicos si son,
pero siempre desde la inocencia, mansedumbre y adoración a tu imagen. Tampoco
te lo tomes a mal. Al fin y al cabo usan la cruz para un buen fin, todo lo
contrario de lo que supuso para ti.
―De todas las criaturas eres luz, mosca. Por
cierto, un animal muy apropiado por su afinidad al excremento.
―Nada, ahora te ha dado por insultarme. ¿Qué
pensarían tus incondicionales de oírte hablar así?
―Preparé mi descenso a la mortalidad, les oré
enseñando el camino y llegaste tú. La criatura que sólo tenía que vigilar,
iluminar, dar esas trazas mágicas sin poseer a nadie ni a nada. Y acabé clavado
en la cruz. Cuán diferente hubiese sido sin tu decadente intervención.
―Pero el señor Oscuro andaba tentándote, ¿no te acuerdas? En el desierto, estuve
contigo. Las pasamos canutas por culpa del dichoso sol, tú más al no poder
poseer como yo que iba pasando de bichejo en bichejo para no sucumbir, mientras
tú solo puedes resucitar. Cuidado, no estoy diciendo que sea un poder menor, la
vida se escapa pero al chasquear los dedos ya estás de vuelta. Sin poder evitar
padecer la pasión, así lo llaman desde hace la tira, yo lo sigo llamando
putada. Y todo por culpa del señor Oscuro.
―Oscuro
siempre está, pequeño duende, siempre estará. Para eso te concebí.
Aletear leve en despegue perfecto que provocó
cuando sus patas dejaron de tocar la escayola, que volviera a su estado
natural, inanimado. Otra virtud sorprendente que todavía no dominaba con plomo
por su tierna juventud y la falta de entrenamiento al estar bajo las doctrinas
del Maestro, reacio a que animara
objetos, muñecos, estatuas; al entender que podía confundir a los elegidos.
Voló a velocidad crucero hacia el portón
cuando un destello blanquecino apareció enfrente formando diminuto rayo para
desaparecer instantáneo, y reproducirse en su costado derecho alcanzando su
negro cuerpo prestado.
Sintió agudo pinchazo, semejante al de aguja,
provocando aterrizaje forzoso sobre uno de los bancos sin saber que diantres
estaba ocurriendo. De nuevo, aunque esta vez masivo ejército, aparecieron
destellos idénticos más enfadados, con fulgor electrizante descargando su ira
contra la indefensa mosca en andanada exagerada, tanto, que provocó la
disociación del Halo con el insecto
que partió despavorido dejando al duende, esfera zarca de energía pura y
fisonomía circundante, cercado por las beligerantes luces desconocidas.
― ¡Maestro!―Aterrorizado
y confuso.― ¡Socorro!
Y tal como llegaron se desvanecieron sin más
a la par que el capellán se asomó llamando a la luminaria mágica, invitándole a
pasar para comenzar el plan de contención trazado por el astuto Maestro tras comprobar que todavía les
quedaba tiempo para solucionar el entuerto.
Halo,
paró flotando en el aire frente a su mentor que lo observaba patriarcal,
plantado a poca distancia de la máquina informática, mientras el hombre de Dios
se acomodó frente al teclado esperando la orden del indiscutible líder.
―Mi pequeño y travieso duende, llega la hora
soledad. El viaje te dolerá como bien acabas de comprobar. Esas descargas son
la energía que conduce de dimensión a dimensión, pero estoy seguro que
culminarás tu cometido porque estás preparado.
― ¿No sería más acertado que usted viajara
conmigo? Dos contra uno es mejor que un simple Halo enfrentado al señor Oscuro
y sus malas artes. Puede que invada el otro plano de Levantiscos.
― ¿Levantiscos?―Preguntó
el anciano abandonando la silla ante la rareza del duende, acercándose a las
dos deidades.
―Sí, los letales Levantiscos adversos de los leales Humus. El resultado de la posesión del señor Oscuro en cualquier ser vivo dentro de la dimensión real, que al
abandonar el cuerpo corrupto, deja esa maléfica semilla que los transforma en
híbridos vaciando su lado benévolo anegado ergo por odio, rechazo e ira.
―Habla de endemoniados, ¿verdad?
―Mi querido creyente, en tu lenguaje sí. Pero
es opción casi imposible al permanecer donde permanecemos. No le serviría de
nada a no ser que alcanzase su meta, la realidad que aglutina todas las
energías para desencadenar lo que vuestro credo anuncia como el final de los
días.―Explicó conquistado por desánimo, cabizbajo, entristecido y preocupado
por el último de los Halo, por su
pupilo.―Recuerda, evita poseer a cualquier humano despierto. Si necesitas
cobijarte hazlo solo en los durmientes, los elegidos.
―Maestro,
¿debo volver a destruir? Sabe de mis errores en el pasado, todo salió al revés.
―Únicamente cierra la puerta que busca
desesperado o al menos impide que llegue a ella. Puede que sea algún durmiente
a punto de despertar en la realidad de todas las energías. Es algo que
desconozco, tendrás que averiguarlo por ti mismo usando las enseñanzas. Ahora,
entra dentro del pendrive, hijo; ha llegado el momento.
― ¿Y si necesito de sus consejos?
El Maestro
ofreció su palma izquierda donde posó el pequeño sol zarco delicado, asustado.
Lo acercó a su tez exhibiendo mirada vidriosa que contenía reguero sentimental
para susurrarle algo que solo el duende escuchó ante la presencia del viejo
sacerdote enternecido, que no pudo evitar sonreír contagiado por aquel derroche
emocional de padre a hijo.
―Encuentra a López, delfín. Haz aquello para lo que te concebí.
Se elevó cual estrella luciendo su zarco
destello revitalizado, volando veloz hacia el pendrive o nave espacial que lo
lanzaría a los confines de las dimensiones hasta alcanzar el imposible.
El párroco hizo los honores al conectar en el
único puerto USB el diminuto artefacto,
ralentizado, para voltear mirada encontrando la pose preocupada del mentor que
asintió con la cabeza.
―Buen viaje, pequeño diablo azul.―Pulsando
ergo.
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