El
milagro de la rana
(Relato de humor de época)
Se
llamaba Carmela, devota ferviente
recién casada con Antón (alias el largo,
pese a no superar el metro y medio) puede dejar volar vuestra imaginación,
vuecencia.
El
caso es que durante la noche nupcial descorchó varias veces la pequeña muerte
con su atractiva esposa entre pausa vino, cambio de frente a cuatro patas y
vuelta a empezar, probando los muchos aprecios del amplio abanico del deseo
carnal, aunque respetando las escrituras pues culminaron tras el santo matrimonio. Punto de inflexión, sin duda.
Bien
es cierto que besos rondaron en el noviazgo, los de labio suave con lengua y
otros de baja cintura. Asi fue como la católica conoció el largo y grueso vigor de su desposado con el qué soñó empotramiento delirante.
Supongo
que el esfuerzo del roce que hunde en la miel acabó fulminando al esposo, el
largo, dejando cual viuda en apenas horas a Carmela,
menuda condena revenida de múltiples orgasmos.
Vos
más que nadie sabe de la influencia del oro, y ella, devota cristiana con fuego
en las venas, pagó lo que no está escrito para que el médico encargado de
certificar el drama, amputara el largo que tanta fama le dio al difunto,
guardando la enorme cola en mediana caja metálica que depositó en el habitáculo
provisto para el rezo.
―
¿No lo entiendo?, cola grande, chica o mediana es fiesta vana si no tercia
sangre. ¿Para qué la quería?
Le
aseguro que no la usó para peinarse.
Todas
las tardes se encerraba entre plegarias siguiendo la pauta que seguía desde
niña, dos padres nuestros y tres avemarías, para abrir la plateada al son de
sus piernas, agarrar la trompa de elefante… todo un desacato, sin duda.
Fuere
idea del párroco darle escarmiento cambiando los siete kilos del pellejo occiso
por una rana viva.
―
¡Siete kilos! Menuda monstruosidad.
Bueno,
excelencia, puede que fueran menos debido a la deshidratación (…) El plan
cernía en que tras su rosario solicitando el regreso del ido, abriera la caja y
saltara la rana asustándola, con la única pretensión que dejara el vicio
condena por ser pecado.
―
¿Funcionó?
Santiguara
su rostro abriendo la valija, ergo, saltó la rana. Hasta aquí se cumplió lo
previsto…
―
¿Y?
La
muy ingenua pensó que el Altísimo
obró milagro dándole vida aquello que más la cautivaba de su marido. Levantó al
máximo su falda mostrando vergüenzas para perseguir a la rana por todo el
habitáculo al grito de:
―
¡Aquí Antón, aquí está el agujerito!
P.D.
Disculpen la broma, es que hoy no es día. La inspiración no acudió a nuestra
cita. Quedan todos y todas saludados.
®Dadelhos
Pérez (La ranura de la puerta) 2017