Capítulo
3º
EL DESENCUENTRO DE OLOTE CRISPÍ
C
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repúsculo
alcanzaba mientras me perdiera en el vasto fulgor de su mirada sin pronunciar
palabra, correspondido por la hermosa victoriosa de nuestro lance que se llevó
cual trofeo mi corazón y alma. Sin duda aquel primer encuentro debió cabalgar a
lomos de la bonanza al azuzar el avispero vida con beso mejilla, roce de manos y
juego incipiente de amartelados por nulo azar en nuestros sinos, al estar
escrito en el destino nuestra unión hasta las últimas
consecuencias.
Por lo contrario, a pesar de que
Moteado figuraba en la escena, intervino desdicha postergando
amorío adolescente, rompiendo con estruendoso cruce de hierro en algarabía a las
puertas de la única casona noble.
―Es mi
señor.
Confieso el toque perverso que paralizó mi alma entre
temores por comprender que aquello no era entrenamiento con vara y al primer
toque. Cuando el filo de Olote sesgara extremidades dando de beber al adoquinado
templada vital.
― ¡El escudo,
zagal!―Chilló en el fragor carnicero desclavando acero de inerte.― ¡Date
prisa!
Tu madre besó mi
mejilla entregando el reclamo de mi señor, sacando ergo diminuta saeta que lanzó
contra la nutrida guardia real borrando vida con maestría cual témpano de hielo,
mirarme, y desaparecer en la densa arboleda hacia la
montaña.
Mis dudas
peligraron la vida de mi mentor, aquel que siempre me trató como vástago, hasta
que agarré la empuñadura desenvainando a la divina con perspectivas
enfrentamiento que afloró gesto cómplice en mi señor el cual
desalojara:
―Soldados del
ducado, consecuentes que existe tártaro aun desconociendo la mano de dios. Este
muchacho, mi fiel escudero, terminará lo comenzado enviándoos al
infierno.
Puede que fueran
una veintena, no me paré a contarlos, sólo caminé hasta el centro arrastrando el
acero por los charcos malva, alzar avizoro para erigir a la divina liberado de
miedos o dudas.
Mi señor colgó el escudo en su espalda sabedor del
desenlace, para silbar advirtiendo a los experimentados
Trueno y
Moteado.
― ¡Ahombre! Disponéis
de medio instante.―Montando a lomos de Trueno.
―No os
preocupéis, señor. Me basta con un suspiro.
El arte del
acero resulta danza delicada tras advertir las notas de las celesticas. Un paso
del contrario da comienzo al baile, momento de vislumbrar el retroceso del
hombro adverso adelantando estocada al son que fijas pierna ahorrando movilidad
que ralentiza, es la clave que ofrece ventajas frente a imposibles. El malherido
torna escudo que empujas hacia el flanco que te interesa obligándoles al
movimiento, el mismo que debes evitar.
Aterrizada la
primera víctima cual muro de contención resta acariciar con la divina los puntos
del noqueo, ojos, piernas y brazos. Es vital eliminar amenazas para ergo cobrar
sus vidas.
Recuerdo como
percibí a los arqueros apostándose en las ventanas, señal inequívoca que la
arena del reloj culminaba el tiempo del destino.
― ¡Moteado!
―No hay
tiempo.
Compartí silla de montar con el maestro a las riendas
del corcel más rápido del reino para escuchar como impactaban las endiabladas en
el escudo de Olote
Crispí. Moteado cabalgó abriendo brecha hasta ganar el aparente
resguardo de la arboleda, a las faldas de las
serradas.
Mi primer examen de muerte me convirtió junto al
valeroso Olote y tu madre, en un proscrito. Así comenzara la auténtica
cruzada, la guerra.
P.D. La precipitación
amaga intenciones hundidas en densas al estallas rugido acero en lo que no
debiera. El joven e inexperto Ahombre, el mortífero caballero Olote y la
enigmática Glacial cual eje gravitatorio destinado a desenmarañar el
enigma.
¿Qué les espera en el
desfiladero? ¿Por qué el enfrentamiento con el duque?
No te pierdas el próximo capítulo de la semana que
viene. Me despido no sin antes
desearte de las buenas las mejores con un hasta entonces, hasta
ahora.
©Dadelhos Pérez
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