La solución de Theodore Kant
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entado a la vera
de la espera, hacía cantar con chirrido vaivén la ancestral mecedora que conoció
el esplendor de su mentor consanguíneo mucho antes de que
naciera.
Mano al bolsillo rescatando papel condena
que leyó tras dar aire al viejo balancín, con el único fin de depurar ofusco y
clarear idea… Escapar del entuerto o aceptar lo perspicuo…
―Mal, lo expresó directo y sin desviar
mirada (…) Mal, mal y más mal a cada apreciación tras interpretar el formulario.
Si mi cuerpo anda harto dejándose llevar por cualquier habladuría de virus falaz
o célula revolucionaria. No puedo más que aceptar la derrota felicitando al
vencedor (…) Yo mismo, por matarme sin mediar suicidio redención, que no
rendido.
Theodore hundido
en la soledad del laboratorio al que dedicó toda su vida, dando espalda al amor
de dama al bastarle el de pago esquina. Sin la felicidad otorgada por los
vástagos que no tenía, pues se conformó con la independencia de su gato Calcetines y el aprecio desmesurado del
pequinés Ladrido, colocando sus
esfuerzos vitales tras la meta anhelo de conseguir doblegar el tiempo para
viajar hasta los confines del imposible. Albeando ergo en
pesadilla…
―No es que añadiese peros, restringiese
dieta o condenara a la medicación de por vida. Dijo mal con palabra y gesto
copiando juez en mal día, que sentencia reo por no querer lectura (…) Mal, mal
sin peros…
Calcetines, entró
por la vieja tronera ejerciendo de saltimbanqui para aterrizar sobre la tabla
del laboro, con tan mala pata que tumbó probetas, mezclando productos y formando
verdosa humareda irrita sentidos que pronto advirtió Ladridos haciendo lo propio, es decir,
ladrar.
Sin duda fue bastante para rescatar al
decaído por compadecerse releyendo lo absoluto con pretexto vacío al quedarle
cual carta de juego la espera.
― ¡Diantres con perfume a perro
mojado!―Gritó encolerizado por la escena y lo palmario.―Todo el avance del mes,
Calcetines, todo lo has frustrado.
¡Maldito felino acrobacias!
―Miau.―Se explicara con cara
arrepentimiento.
―Guau.―Recriminó su hermano
perro.
―No es momento para pleitear, esta nube
puede acelerar en parco instante lo irremediable.―Abriendo el enorme
ventanal.
Ladrido alzó orejas escondiendo cola para mirar
a su hermano piedra, estatuado frente a la advertencia de su dueño, saliendo
ambos corriendo en aras del por si acaso hasta el enorme cojín donde compartían
sueños. Pues escuchar cualquier tormento de la de negro les producía pesadilla,
mientras cerca de la repisa desastre; Theodore reorganizaba descubriendo nueva baza en
rincón de la tabla habitado por excéntrica
fluorescencia.
― ¿Qué reacción es ésta?―Desconcertado
ante el resultado acertado tras la torpeza felina.―Tan simple como complicado
hallar el grial del tiempo gracias a ingrediente insospechado, el azar que dicha
da o quita alejado del raciocinio, penas o sus adversas, ésas que
desconozco.
Cauto primero, agarró lápiz del lapicero
recogiendo muestra brillante que depositó en probeta transparente, para de
repente, caer abducido en las cuentas del cuaderno donde resultados apuntaba,
frustrados hasta el momento del felino accidente, para hallar lo evidente
gritando jubiloso…
― ¡Eureka sin rebeca de otoño! Encontré la
llave que domina el tiempo por torpeza estrafalaria de gatuno.―Admirando el
fulgor luminiscencia.―Sólo queda la ingesta para llegar al núcleo del tiempo y
pararlo, acelerarlo o retrocederlo al convertirme en (…) ¿don tiempo? (…) Mejor
me daré a conocer como el señor Cronos.
Mezcló lo esplendente con agua del pozo en
la taza mañanera del caliente azabache, santiguarse, para reglón seguido tragar
en un suspiro la mezcla sentencia o milagrosa, poco importaba tras la proclama
funesta del “bata blanca” anunciando pasión embocada a sepelio despedida, con
carro ataúd del noche penoso tirado por corcel penumbra y perseguido por
reducido séquito contrariado, cómo perro y gato bautizados cual Calcetines y Ladrido aun sin vestimentas
duelo.
―De momento no me he muerto, aunque azúcar
debí servir al brebaje milagroso para endulzar lo absurdo o hermoso que me
espera sin remedio.―Murmurara nervioso, al borde del arrepentimiento.―Si algo me
pasara siempre queda Clara para que se
ocupe de Ladrido y Calcetines.
― ¡Estoy harto de ese mote
mariquita!―Refunfuñara aguda voz de la nada.― Me llamo León, hijo de Pantera y Parranda, el afamado gato pardo en noche y
día.
― ¿Quién me
habla?
― ¡El amo sabe hablar perruno!―Dijera
claramente Ladrido frente al
anonadado.―Lo ves, León, te dije que
conseguiría enseñar a nuestra mascota hablar perruno. Todo mi esfuerzo
persiguiendo pelota por fin da su fruto. Aunque confieso que la primera palabra
que esperaba escuchar era pelota, poco importa pues soy el primer can que lo
consigue entrando en el prestigioso libro del Guau cuando la comunidad del hueso
descubra mi proeza.
―Yo no lanzaría las campanas al
vuelo.―Recriminó desconfiado acomodándose en el cojín.―El mono pelado es el
único animal que se viste incluso para dormir, no sabe cazar y se pasa horas
mirando las rayas del papel…
―Eso es leer, una técnica humana para
pasar desapercibido. Puro y astuto camuflaje…
― ¡Basta!―Chilló superado por lo absurdo e
increíble.―El brebaje me ha trastornado. En vez de dominar el tiempo escucho
cháchara de gato y perro en perfecto castellano.
―No soy castellano, soy pequinés. ¿Es qué
no lo ves?
Rareza engulló al excéntrico científico
copiando el mal que borrara de la lista normal a su mentor y abuelo, para
ponerlo en la de ido recluido en habitáculo acolchado y con camisa de
fuerza.
Desorientado, cazó la jeringa extrayendo
sangre para averiguar si la toma rejuvenecía sus células, prueba vital,
necesaria en la teoría que creyera para dominar el tiempo corpóreo, o cómo
bautizó su abuelo, el grial de la eterna juventud.
― ¿Por qué te provocas herida?―Extrañado
el can siempre pendiente.―Deberías dejar tus juegos y atender pues te resta todo
por aprender de la cultura existencial.
―No insistas, Lobo.―Desanimara León tras acicalarse a lametazos.―El pelado
repite sin comprender lo que dice, lo mejor será retomar el viejo lenguaje,
ronronear para que sirva agua o comida, restregarse consiguiendo el sagrado
masaje tras la sobremesa…
―Soy un científico, maldita sea. Capaz de
comprender la lengua microscópica y la propia, Calcetines.
―Ahora ni siquiera reconoce su raza.―Mofa
gatuna descarada.―Y me llamo León, el
can se llama Lobo y tú eres el mono
pelado, mascota tonta que le cuesta entender lo que cualquier animal comprende
de primeras: Un elefante, jirafa, tigre, águila, gorrión u hormiga. También
incluyo insectos, pescados (…) Entran todos menos los atolondrados monos pelados
y sus incongruencias tontainas.
―Tú, maldito minino desagradecido, comes
de mi mano, te cobijas bajo mi techo. Deberías mostrar agradecimiento para con
quien te protege, es decir, yo, tu dueño.―Abandonando el autoestudio por enfado
repentino.
―Guardad compostura pues mala es calentura
entre miembros del mismo clan.
―Tienes razón, Ladrido.
―Me llamo Lobo, tu mentor, o maestro… O protector,
o…
Diese vuelta dando espalda al siempre
atento can, para observar lo imposible por el mirador del microscopio, rodando
ruedecilla para aumentar el milagro del cambio sustancial escuchando a lo hondo
del profundo cercano, la metralleta voz de Lobo…
―…O Dios. Bueno, puede que sea
excesivo… Mejor me tratas de vuecencia pues a ciencia cierta soy un ser
superior…
P.D. Una primera parte que no
ofrece solución en la locura extravagante de Theodore
Kant.
Regreso corriendo a ultimar preparativos
del último lanzamiento propio, Don Saña, y nuevo compendio de relatos para
principios de marzo, Breves.
Me despido no sin antes desearte de las
buenas las mejores con un hasta entonces, hasta ahora.
©Dadelhos Pérez