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ueran horas residuos que desembocaron en
minutos delirantes que el extraño tomó como decisivos sin mediar decisiones, al
menos determinantes. Cuando sentado en la sala de espera del hospital aguardaba
turno avizorando receloso de derecha a izquierda para repetir a la inversa la
misma jugada.
Una señora de edad mediana y talla
desorbitada con tono familia y argumento chascarrillo, gafas pasta y vestido
floreado que marchitaba a cada ataque desconsiderado que contaba a la delgada
cuarentona, ceñida hasta donde no cubrían prendas, ojos maquillados, manos
maquilladas, pies maquillados, gestos maquillados, sonrisa maquillada y alma
escondida.
―Delfín, Rodrigo Delfín.―Anunciara la
anunciante de blanco tras abrir la puerta.
Ojos se centraron en el flaco destartalado
de aspecto tristón y cabello fugado, divorciado, que caminó torpe influido por
su aparente ofuscamiento hasta colarse en la consulta clonada de cualquier
otra.
―Rodrigo, ha pasado mucho tiempo.―Soltara
el viejo doctor que rozaba meta jubilación.―Siéntate.
Juego de vistas cual despiste voluntario
que bien tradujo el bata blanca leyendo perfecto el caminar parado, en círculo,
del extraño, hasta que se sentó en la incómoda de aspecto adverso para dedicar
su gris mirada sin destello al encanecido alegre por
naturaleza.
―Verá, me siento solo, lo he probado
todo…Antigripales, pociones extrañas que leí en alguna página web…E inclusive
probé dialogar por las redes sociales, pero no obtuve buen resultado al pasarme
horas leyendo y tecleando… ¿Es grave?
Sonrisa mostrara cara redonda observando
al preocupado por encima de sus gafas diseño, para escribir algo en un papel
guardando segundos nada tensos, y ergo comenzar su
diagnóstico.
―Deberías probar salir a la
calle…
― ¿La calle? ¿La ría donde todos corren
sin percatarse quién camina delante o al lado?
―No puedo recomendarte más que intentes
recuperar tu círculo más cercano, puede que acudiendo alguna organización o
apuntándote a algún curso, cualquier cosa que te arroje a la compañía
superficial…Todo empieza de la misma manera, Rodrigo, ergo deberás trabajarlo.
Mantener conversaciones, mostrar quien eres…Bueno, supongo que sabes a lo que me
refiero.
― ¿No me va a recetar cualquier
medicina?
―Por supuesto, te recetaré unas pastillas
que van muy bien para agradar al personal. Se llaman caramelos de menta, aclaran
la voz y dejan un fenomenal aliento.
― ¿Y si no sé
comunicarme?
―Entonces volverás a esta consulta y te
enviaré directamente al despacho de las confesiones, con una buena amiga y
profesional que sabe cómo romper los regios muros invisibles del
adentro.
― ¿Quién es?
―Una señora hermosa de cara angelical y
sonrisa grata, la cual, te invitará a tumbarte en su cómoda sala sentándose a tu
lado. Te dejará hablar y te dará su opinión sin entrar en complicaciones o
malentendidos. Es todo un ángel,
Rodrigo.
―Nada, nada…Envíeme a ese paraíso
directamente, prefiero comenzar mi sanación hablando con esa señora. Espero
entienda mi postura.
―No hay ningún problema, para eso
estamos.―Comenzando a escribir.
― ¿Cómo se llama?
― Clara, la señora Clara Hernández,
psiquiatra.
P.D. El interior de cada cual es un vasto
universo que entiende o desentiende lo cuerdo de su adverso cambiando papeles.
Hoy me tocó ir al médico y observé al personal identificando en la sala de
espera a una hermosa joven afligida que se apartaba del resto desviando mirada,
abstraída por su sufrimiento en su desolado universo.
Me acerqué tímido adoptando papel similar
para que no se sintiera acosada y brotó la conversa…En verdad dije alguna
payasada graciosa para que riera abierta consiguiendo al menos una
sonrisa.
Su vuelo narrado desde lo superficial, me
inspiró para escribir este relato. Ella observaba el mundo desde un prisma
totalmente diferente al resto, os lo puedo asegurar, y buscaba la cura a su mal
dando el paso más importante…Pedir ayuda.
Esperando simplemente entretener desde mi
pasión en letras y para las letras en toda su gama (lectura y escritura) me
despido no sin antes desearte de lo bueno lo mejor con un hasta entonces, hasta
ahora.
©Dadelhos Pérez