-Los médicos son seres humanos como el resto.
Lo sé, vieja amiga. Supongo que mi notable falta de experiencia me jugó una mala pasada, bueno, algo chistosa al aferrarme a la eterna comedia de la existencia.
-¿Y el miedo?
¿Miedo? ¿Miedo a qué?
-A la muerte. A mí.
Verás, desde que recuerdo me he dedicado a vivir, no sé hacer otra cosa. Me operaron, me dieron sesiones de radio y pasé cientos de controles que para nada sirvieron visto el resultado. Cuando el doctor anunció lo irremediable hice exactamente lo qué haría cualquier otra persona.
-¿Resignarte, despedirte de tus seres queridos y esperarme?
No, Parca, nada de eso. Me enfrenté a ti viviendo. Como te dije, el único trabajo que hice bien a lo largo de la existencia.
Antes de irnos, dime; ¿existe dios o es humo? Es que tengo algún pecadillo sin importancia como masturbarme de los quince hasta los presentes, no ir al culto, fumar o padecer una gula exagerada, tanto, que durante años era el campeón mundial devorando filetes.
-¿Dios? Si existe no lo conozco, solo visito a finitos, es mi trabajo.
Está bien, es lo justo...
(Del entrecortado pitido de la máquina, gobernó prolongado agudo cual trompetas anunciando su entrada en los cielos que desde siempre imaginó, ideó o fantaseó en su último segundo...)
©La Ranura de la Puerta.
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