EXTORSIÓN por Dadelhos Pérez
—Retozaron cual cerdos
en piscina de heces y orín, o cardenillo, como prefiráis llamarlo;
a fin de cuentas sí es que las hubieren, fueron dos come bellotas
aun a dos patas pese a permanecer a cuatro en su tira y afloja
pueril. Por supuesto que como buen anfitrión intervine en la
gresca...
—Los
separó.
—¿Separarles?
Dije como buen anfitrión, querido secretario; y un buen anfitrión
procura idéntico entretener a sus invitados. Además; ¿Cuando se
tiene la oportunidad de ver en acción al gobierno y a la oposición
ensuciándose las manos? Fue tan memorable que incluso perdí mi
repelús frente a la falaz política. Pasaron de decir “yo la tengo
más grande” a arrancársela a tirones el uno al otro.
—¿Y
quién ganó, la derecha o la izquierda?
—Cierto
que la utopía nunca se impone por los sarpullidos que produce en la
oligarquía, quitando aquella rancia que se produjo en la lejana
unión soviética sufragada por los alemanes a causa de las
circunstancias que todos conocemos, la gran guerra; pero anoche brotó
de nuevo lo imposible siendo uno de los sirvientes mal pagados el que
salió victorioso del lance sin ensuciarse las manos ni recibir golpe
alguno.
—Me
dejáis fuera de juego... ¿Qué tiene que ver un muerto de hambre
con todo esto?
—Pues,
por ejemplo, que la calmó. El servicio se reúne en la planta baja
de mi humilde casa de cinco alturas, es mera ironía que nos
describe, donde suelen soltar improperios contra nuestra alcurnia
expeliendo aquello tan sutil de “¡que les den por culo!” Lo sé,
porque en ocasiones bajo a los infiernos abrasadores de la cocina y
les escucho desde el otro lado de la puerta. Anoche, antes que
llegaran los invitados hice lo propio, y al pasar por la ventana que
da a la parte trasera de la casa, pude observar al desgreñado
orinando en mis rosales, bueno, de mi santa esposa que ahora está en
su retiro curativo en la vieja París...
—Por
cierto, ¿está mejor su mujer?
—¿A
quién le importa? Le contaba la escaramuza de anoche, no intentaba
hablar de la “vacaburra” incapaz de despertar al soldadito que
despierta fugaz frente a cualquier doncella que no supere los 25, y
no me refiero a kilos, que también...Bueno, como le iba diciendo, el
flaco muerto de hambre meaba agarrando su manguera con las dos manos,
ya que no colgaba un pellejo camuflado entre pelo púbico, más bien
parecía una anaconda víctima de cogorza que vomitaba litros de
orina. Tanto escándalo provocó el caudal, que las señoras de los
dos púgiles, buenas amigas, atraídas por el candor húmedo del
sonido líquido se acercaron descubriendo la cosa.
—¿Al
pendejo?
—Al
lapón africano, secretario; ¿qué va ser? El gigantesco falo del
zagal... Dentro, cuando la cena comenzó siguiendo el guión diseñado
por quien os habla, ellas comenzaron a soltar indirectas que sus
maridos, esos dos ceporros dedicados al arte del zanganeo a la máxima
potencia, no tardaron en entrar de cabeza pasando lo que ya le conté.
Al mismo tiempo que las avispadas se encerraron en el baño con el
muerto de hambre. Imagínese la tremenda situación...
—Cierto,
una peliaguda encrucijada que seguro supo resolver adecuado.
—Me
conoce bien... Dejé que los perros se mordieran en el fango y entré
en mi sala de trabajo, la enorme biblioteca que mandé reformar
cuando mi mujer tuvo que ausentarse, cruzando la puerta incógnita
que da a un pequeño pasadizo desde donde pude observar por secreta
rendija el pornográfico espectáculo.... Toda una oportunidad, ¿no
cree? Grabé ambos conciertos de a cuatro patas y aquí estoy, en su
secretaría para firmar el contrato estatal que me adjudican las
construcciones y mantenimientos de las diferentes autopistas de la
red estatal...
—¿Lo
que no entiendo es por qué me lo cuenta? Ahora podría usar esa
información de carácter delictivo contra usted. Le podría costar
la cárcel.
—Todos
somos iguales; al final van a tener razón esos rojos... El anaconda
y usted, secretario, una bonita historia de amor que no entendería
la opinión pública... Quiero también el mantenimiento de algunos
edificios gubernamentales de la capital, y usted es la persona que
puede proporcionarlo. Siempre y cuando quiera preservar sus andanzas
carnales.
—La
opinión pública sabe de mi homosexualidad, señor. De hecho la
oposición me llama a mis espaldas el maricón fascista, algo
engañoso, media verdad; ya que soy un demócrata republicano, como
seguro que bien sabrá... Está entrando en un peligroso callejón
sin salida...
—Hablo
de sus otras aventuras, es obvio que no le podría corromper con
chamusquina de dominio público... Su pasado en el seminario, el
mismo que abandonó ingresando en el ejército. Aquel chiquillo
huérfano que tanto apreciaba por las enormes facultades que tenía a
medio cuerpo... Su pecado capital, secretario, su cabeza.
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