MIRO, LES MIRO por Dadelhos Pérez
Miro, les miro maniatado
en la pérdida que se acerca a cada metro que recorre el camión de
los malditos. Ya me lo dijo padre, las guerras se pierden después de
sesgar demasiadas vidas, y llevaba razón como casi siempre. Pero no
aventurar mis pasos en la contienda negando ideales, dando la espalda
a la libertad en la que creo sin repugnantes imposiciones... Pero lo
mismo da puesto que sentado en la caja del camión de la muerte
consumo mis últimos minutos en las tierras enfrentadas, sin
posibilidad de vislumbrar esperanza por muy pequeña que fuere.
Mis acompañantes vagan
por los mismos lares del último pensamiento, caras largas con
miradas del miedo; miedo a lo que sufrirán los que quedan, miedo a
no temer la lluvia de balas con nuestros nombres; miedo a reconocer
algún viejo compañero de universidad en el pelotón del olvido;
miedo a tener miedo por temer a temerse... Y los soldados escoltas
sordos con gesto luto, también doblan campanas por las ordenes a las
que se deben mediante imposición jerárquica, de no hacerlo, serían
ellos los que maniatados miraran viéndolos mientras yo sujetara con
ambas manos el fusil ojeando a cualquier lado menos hacia los
adentros vergüenza de la caja camión.
Miro, les miro maniatado
en la pérdida que se acerca a cada metro roto por el amanecer
naciendo, es un destello esperanza en las horas negras de mis
segundos finales, es el principio que se burla finiquitando mis
tiempos al son de suboficial gritando nuestras muertes...Es la
continuidad que me recuerda mi insignificancia frente a la grandeza
de la natura madre; es la venganza del derramamiento de sangre, ya
que amanecerá cada día durante el resto de la vida de mis verdugos
recordando sus delitos como yo recuerdo ahora los míos.
Miro, les miro como
miraba a tantos maniatados que se acercaban a cada paso por delante
de nuestras armas; de cómo algunos rogaron entre lloros con la
cantinela de que eran padres, de que tenían hijos, de sus madres,
esposas, cuñadas, primas, las otras cercanas, Dios e incluso el
presidente Azaña... Aquellos que no consiguieron permanecer fuertes
ante la muerte y los muchos otros que incluso me sonrieron mientras
los colocaba en el paredón, ofreciéndoles tapar sus ventanas del
alma y ellos, sin mencionar palabras, negaban con sus cabezas para
luego darme prisas... Si, recuerdo a los valientes alienados,
temibles por su carisma que llegaron a gritarme entre mofa y odio...
“Fusíleme de una puta vez que tengo mucho que hacer, no puedo
perder la mañana con tus bobadas de soldado.”
—¡Abajo,
rápido!
Miro,
les miro y me veo apuntando al frente sin parpadear siquiera, tras
beber café caliente y jugar a las cartas con mis compañeros.
Llegaba el camión y mandaban formar para pecar de nuevo, igual que
van a pecar los que enfrente me miran sin que les tiemble el pulso.
—¿Quieres
venda?
—Déjese
de pamplinas, bobadas crías; a las diez tengo una cita con mi mujer
y no pienso llegar tarde. Mande fuego de una puta vez y acabemos con
esta patraña.
Miro,
les miro y un estruendo rompe el amanecer, ecos que señalan el
camino a la nada mientras me desplomo donde se desplomaron cientos
padeciendo las heridas de muerte que no me mataron. Escuchando los
pasos del sargento tiro de gracia...
—¿Ahora
no eres tan gallo, verdad?
—¡Puta
mierda! Sois unos inútiles, el trabajo era sencillo y sigo
respirando. Tendré que fusilarme a mí mismo... Lerdos
aficionados...—Aguanto
el dolor desmesurado esperando el favor del tiro nuevo, el que ansío,
el que necesito...
—Tienes
cojones, rojo.—
Y se acabó.
Miro
y les miro desde el paredón donde se acaba mi vida, me niego a
venda; y al contrario que el carismático que fusilé meses atrás,
me quedo callado y muero...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.