sábado, 16 de enero de 2016

La cabaña (capítulo 2)

LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo 2)


Parecía una bocanada de humo pulmón expelida, la desértica nube que se empeñaba en cubrir la celeste bóveda repleta de vida, puede que esperanza en sus guiños constantes cual susurros promesa que en horas retornaba el astro con sus manos luz abrazando la vida siempre expuesta por su limitado tiempo. Aunque se mantuvo dentro de la cabaña, incluso corrió las cortinas podredumbre de tela acartonada para sentarse frente a la chimenea que prendió mucho antes de acicalarse.

Acomodado en el suelo, sobre el viejo saco de dormir que tanto provecho le sacó en sus adolescentes años, embocó pitillo al son descompasado del crepitar rabioso de la lumbre primera, al menos desde hacía años. Destapando la botella de ron venezolano que guardó durante tanto tiempo para “este” momento. No fue un acto de premonición provocado por epifanía sorpresa, sus creencias no daban para tanto, andaban ocupadas en el minuto siguiente, en la subsistencia diaria, esa mentira grotesca que se anuncia cual credo impuesto al son de “el trabajo dignifica”, algo que compartía entero aún señalando que la cita estaba incompleta: “El trabajo dignifica a la persona y su fruto moneda la esclaviza en el reino de los haraganes”

Como cuando viene la respuesta tras la cuestión, en seco, sin vaselina.Soltó encarado al fuego cuando aquellos pasos resonaron detrás.Así se queda uno, con la puerta de enfrente cerrada por portazo y la que cruzó, del mismo modo. Un mal chiste para un mal momento.

No hay esquinas, Blanco; es un enorme prado en llanura que acaba por los cuatro costados en acantilado sin fin. No hay respuestas porque jamás existieron preguntas. Das vueltas y más vueltas para terminar en el mismo sitio donde comenzó todo. ¿Qué esperas después de tanto tiempo? Ya no puedes hacer nada, únicamente soportarte cada segundo. Puede que lo que estás a punto de reiniciar sea la mejor de las medicinas.

Siempre tan verdugo, te encanta la saña, es tu alimento. Pero no estás al margen, eres parte indivisible del mal guión, el soplo viento que levanta arenilla y obliga a cerrar los ojos. El ron no conducirá hacia los viejos errores a pesar de terminarlo rápido. El pasado sigue enterrado, óbito frente a nuevas albas, aunque lo reviva una y otra vez sin necesidad de estar delante de la caja tonta. Tenemos asuntos pendientes, asuntos que quedarán zanjados hoy mismo.

Como tambor, las pisadas se acercaron a la lumbre silenciando a su altura. Una mano con exagerados dedos largos, amoratados, sin vida; posó en el hombro del que bebía de la botella con pitillo humeante esperando en la otra mano.

Emborracharte no te servirá de nada, como en nuestro último encuentro voy a seguir estando aquí, nada puede cambiar eso.

La última vez me negué rotundo, escapé como alma lleva el diablo. Eres una gélida sombra que parla, murmura en soledades alejada de los tumultos, invisible para el resto, maldita. Pensé que estaba enfermo y enfermé buscando la cura que nada tenía que curar. Médicos, pruebas... Lo sensato es enfrentarme a ti sin temor a perder, puesto que sólo me queda en los bolsillos, la vida.

Tu cuerpo es ahora un montón de huesos y pellejo, ¿por qué debería aceptar?—Del hombro partió hasta alcanzar la botella del licor para con un simple apretón, hacerla estallar en polvo de vidrio.—No soy una sombra que deambula tras los afortunados cual mal augurio que conquista arrastrándolos a la hoya de la desventura. Te lo expliqué, ¿recuerdas? Tampoco ese viento del que hablas, no soy nada más que tu mala conciencia que acude cuando se desmoronan los cimientos de tu cordura. El coco de los malos y el ángel custodio de los buenos, nada más que eso... En nuestro último encuentro te propuse la vida desde la muerte y decidiste vivir muriendo tras liquidar ese maldito ron que te convierte en pelele maniatado a falsos sentires, ya que vienen de vanas conjeturas.

¿Por qué has roto mi botella?

No puedo romper tu botella, sólo soy una sombra que murmura en soledades alejada de tumultos...

Se levantó levantisco encarando al mano podrida con la intención de zanjar sus viejas rencillas, pero cuando giró, no había más que el cuerpo madera de la cabaña abandonada. Regresó su atención al suelo descubriendo intacta y sin descorchar la botella de ron venezolano y el paquete de pitillos...

¿Qué liendres sin prole está pasando?—Balbuceó a duras penas, sobrecogido.

Siempre con tus dramáticas interpretaciones de actor fuera de papel, obra y escenario. ¿Así piensas ajustar cuentas? Yo creo que eres cordero disfrazado de lobo, Blanco; un imbécil reprimido que redunda sin cambiar siquiera una mísera coma del patético discurso... Me cansa verte con tus humos de falso poder, sólo son reflejos, espasmos de cuerpo más muerto que vivo pese a respirar... Eres un fracasado que no solo fracasa, busca con ahínco el fracaso desmereciendo la lucha por los laureles que no aprecias, no deseas, los odias de la misma forma que detestas al deleznable que ves cada mañana en el espejo... ¿A que esperas? Esta vez no tendré piedad.

Las llamas del llar amainaron súbitas, moribundas, llegando al límite del exterminio para resarcirse en llamarada poderosa y zarca, lejos de su atuendo anaranjado. Al mismo tiempo que la tierra sacudió un segundo pariendo el silencio completo. No podía escuchar siquiera su propio respirar...

Ni siquiera recuerdas tu nombre de pila, todo se perdió aquella maldita tarde, ¿verdad?

¡Mientes! Me llamo Blanco, lo sabes bien, me conoces...

Te veo todos los días pese a ser una sombra que murmura en soledades alejada de tumultos, Juan.

¡¡¡Blanco!!! Me llamo... Blanco...—Palideció abstraído hacia adentros candentes con ambiente azufre aun sin diablos, por dudar de la duda revenida, imaginada, delirada...

Eres Juan Blanco, conserje de profesión que viajó durante sus años de juventud por medio mundo, mendigando para sufragar su huida... Regresaste como regresaron todos, instalándote en la casa de mamá y aceptando el mal pagado trabajo...

El trabajo dignifica...

... Y su fruto moneda esclaviza en el reino de los haraganes... Lo colgaste en el retrovisor del autobús en tu primer día de trabajo... Aún estás a tiempo de parar y rendirte, me queda media cara por afeitar...

¡¡¡Cállate!!! Calla, calla, calla, calla...—Repetía sentándose de nuevo frente al zarco encendido, agarrando con ambas manos sus rodillas y balanceándose.

Aquella tarde de verano llegaste con el autocar al centro aldea, estacionando a las puertas de la tasca “descansen en paz”. Los críos aun estaban en el colegio con sus clases, era un día especial por la programada excursión a la gran ciudad, estaban deseosos de contemplar lo que sólo conocían por la tele y el cine... Pero al viejo y solitario Juan Blanco no le gustaba hacer horas extras, eso le impedía seguir su rutina de beber ron hasta quedar dormido, ¿verdad? Y pensó que una mísera copa en la tasca no importaría. Las puertas se abrieron prácticamente solas, las del establecimiento las tuviste que empujar, pero dentro, respirando pestilencia recargada del vicio rey, aun sin probar trago, comenzó esa jodida metástasis que gangrena tus adentros... Solo una copa, solo una y salgo; ni siquiera me sentaré en el taburete, ni apoyaré mis codos en el fango barra...

... No pediré más que por hacer tiempo. Cinco minutos...

...Que se convirtieron en veinte, al igual que los tragos... Aun estás a tiempo, Juan; no tienes por qué pasar de nuevo por esto...









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