LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo
2)
Parecía
una bocanada de humo pulmón expelida, la desértica nube que se
empeñaba en cubrir la celeste bóveda repleta de vida, puede que
esperanza en sus guiños constantes cual susurros promesa que en
horas retornaba el astro con sus manos luz abrazando la vida siempre
expuesta por su limitado tiempo. Aunque se mantuvo dentro de la
cabaña, incluso corrió las cortinas podredumbre de tela acartonada
para sentarse frente a la chimenea que prendió mucho antes de
acicalarse.
Acomodado
en el suelo, sobre el viejo saco de dormir que tanto provecho le sacó
en sus adolescentes años, embocó pitillo al son descompasado del
crepitar rabioso de la lumbre primera, al menos desde hacía años.
Destapando la botella de ron venezolano que guardó durante tanto
tiempo para “este” momento. No fue un acto de premonición
provocado por epifanía sorpresa, sus creencias no daban para tanto,
andaban ocupadas en el minuto siguiente, en la subsistencia diaria,
esa mentira grotesca que se anuncia cual credo impuesto al son de “el
trabajo dignifica”, algo que compartía entero aún señalando que
la cita estaba incompleta: “El trabajo dignifica a la persona y su
fruto moneda la esclaviza en el reino de los haraganes”
—Como
cuando viene la respuesta tras la cuestión, en seco, sin
vaselina.—Soltó
encarado al fuego cuando aquellos pasos resonaron detrás.—Así
se queda uno, con la puerta de enfrente cerrada por portazo y la que
cruzó, del mismo modo. Un mal chiste para un mal momento.
—No
hay esquinas, Blanco; es un enorme prado en llanura que acaba por los
cuatro costados en acantilado sin fin. No hay respuestas porque jamás
existieron preguntas. Das vueltas y más vueltas para terminar en el
mismo sitio donde comenzó todo. ¿Qué esperas después de tanto
tiempo? Ya no puedes hacer nada, únicamente soportarte cada segundo.
Puede que lo que estás a punto de reiniciar sea la mejor de las
medicinas.
—Siempre
tan verdugo, te encanta la saña, es tu alimento. Pero no estás al
margen, eres parte indivisible del mal guión, el soplo viento que
levanta arenilla y obliga a cerrar los ojos. El ron no conducirá
hacia los viejos errores a pesar de terminarlo rápido. El pasado
sigue enterrado, óbito frente a nuevas albas, aunque lo reviva una y
otra vez sin necesidad de estar delante de la caja tonta. Tenemos
asuntos pendientes, asuntos que quedarán zanjados hoy mismo.
Como
tambor, las pisadas se acercaron a la lumbre silenciando a su altura.
Una mano con exagerados dedos largos, amoratados, sin vida; posó en
el hombro del que bebía de la botella con pitillo humeante esperando
en la otra mano.
—Emborracharte
no te servirá de nada, como en nuestro último encuentro voy a
seguir estando aquí, nada puede cambiar eso.
—La
última vez me negué rotundo, escapé como alma lleva el diablo.
Eres una gélida sombra que parla, murmura en soledades alejada de
los tumultos, invisible para el resto, maldita. Pensé que estaba
enfermo y enfermé buscando la cura que nada tenía que curar.
Médicos, pruebas... Lo sensato es enfrentarme a ti sin temor a
perder, puesto que sólo me queda en los bolsillos, la vida.
—Tu
cuerpo es ahora un montón de huesos y pellejo, ¿por qué debería
aceptar?—Del hombro partió hasta alcanzar la botella del licor
para con un simple apretón, hacerla estallar en polvo de vidrio.—No
soy una sombra que deambula tras los afortunados cual mal augurio que
conquista arrastrándolos a la hoya de la desventura. Te lo expliqué,
¿recuerdas? Tampoco ese viento del que hablas, no soy nada
más que tu mala conciencia que acude cuando se desmoronan los
cimientos de tu cordura. El coco de los malos y el ángel custodio de
los buenos, nada más que eso... En nuestro último encuentro te
propuse la vida desde la muerte y decidiste vivir muriendo tras
liquidar ese maldito ron que te convierte en pelele maniatado a
falsos sentires, ya que vienen de vanas conjeturas.
—¿Por
qué has roto mi botella?
—No
puedo romper tu botella, sólo soy una sombra que murmura en
soledades alejada de tumultos...
Se
levantó levantisco encarando al mano podrida con la intención de
zanjar sus viejas rencillas, pero cuando giró, no había más que el
cuerpo madera de la cabaña abandonada. Regresó su atención al
suelo descubriendo intacta y sin descorchar la botella de ron
venezolano y el paquete de pitillos...
—¿Qué
liendres sin prole está pasando?—Balbuceó a duras penas,
sobrecogido.
—Siempre
con tus dramáticas interpretaciones de actor fuera de papel, obra y
escenario. ¿Así piensas ajustar cuentas? Yo creo que eres cordero
disfrazado de lobo, Blanco; un imbécil reprimido que redunda sin
cambiar siquiera una mísera coma del patético discurso... Me cansa
verte con tus humos de falso poder, sólo son reflejos, espasmos de
cuerpo más muerto que vivo pese a respirar... Eres un fracasado que
no solo fracasa, busca con ahínco el fracaso desmereciendo la lucha
por los laureles que no aprecias, no deseas, los odias de la misma
forma que detestas al deleznable que ves cada mañana en el espejo...
¿A que esperas? Esta vez no tendré piedad.
Las
llamas del llar amainaron súbitas, moribundas, llegando al límite
del exterminio para resarcirse en llamarada poderosa y zarca, lejos
de su atuendo anaranjado. Al mismo tiempo que la tierra sacudió un
segundo pariendo el silencio completo. No podía escuchar siquiera su
propio respirar...
—Ni
siquiera recuerdas tu nombre de pila, todo se perdió aquella maldita
tarde, ¿verdad?
—¡Mientes!
Me llamo Blanco, lo sabes bien, me conoces...
—Te
veo todos los días pese a ser una sombra que murmura en soledades
alejada de tumultos, Juan.
—¡¡¡Blanco!!!
Me llamo... Blanco...—Palideció abstraído hacia adentros
candentes con ambiente azufre aun sin diablos, por dudar de la duda
revenida, imaginada, delirada...
—Eres
Juan Blanco, conserje de profesión que viajó durante sus años de
juventud por medio mundo, mendigando para sufragar su huida...
Regresaste como regresaron todos, instalándote en la casa de mamá y
aceptando el mal pagado trabajo...
—El
trabajo dignifica...
—...
Y su fruto moneda esclaviza en el reino de los haraganes... Lo
colgaste en el retrovisor del autobús en tu primer día de
trabajo... Aún estás a tiempo de parar y rendirte, me queda media
cara por afeitar...
—¡¡¡Cállate!!!
Calla, calla, calla, calla...—Repetía sentándose de nuevo frente
al zarco encendido, agarrando con ambas manos sus rodillas y
balanceándose.
—Aquella
tarde de verano llegaste con el autocar al centro aldea, estacionando
a las puertas de la tasca “descansen en paz”. Los críos aun
estaban en el colegio con sus clases, era un día especial por la
programada excursión a la gran ciudad, estaban deseosos de
contemplar lo que sólo conocían por la tele y el cine... Pero al
viejo y solitario Juan Blanco no le gustaba hacer horas extras, eso
le impedía seguir su rutina de beber ron hasta quedar dormido,
¿verdad? Y pensó que una mísera copa en la tasca no importaría.
Las puertas se abrieron prácticamente solas, las del establecimiento
las tuviste que empujar, pero dentro, respirando pestilencia
recargada del vicio rey, aun sin probar trago, comenzó esa jodida
metástasis que gangrena tus adentros... Solo una copa, solo una y
salgo; ni siquiera me sentaré en el taburete, ni apoyaré mis codos
en el fango barra...
—...
No pediré más que por hacer tiempo. Cinco minutos...
—...Que
se convirtieron en veinte, al igual que los tragos... Aun estás a
tiempo, Juan; no tienes por qué pasar de nuevo por esto...
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