viernes, 5 de febrero de 2016


FALFARRULLADA INCONEXA QUE CONEXA FALFARRULLADAS.
Un utópico típico del tópico amorfo más un café humeante. Dadelhos Pérez.


Silbaba el viento en mañana gélida pues otoño occiso parió invierno infante, allá en las colinas de entre riachuelo, yerba virgen, olivos viejos, arbustos varios, casonas desperdigadas a lo largo y ancho. Y esas que pacen calmadas acosadas por el perro guarda ganado, que abandonando ovejas, decidido, envalentonado; para ensayar con las de leche y cuernos en distancia cauta, mientras ellas miraban indiferentes volviendo a la ensalada ingente que cubría el fértil prado.


Fue en la ensoñación encarnada cual rescate a manos de la realidad, donde ocurrió lo inexplicable que explica magias en nuestros días anegados por miedos televisión. Aunque no penséis que temores no brotaron como noche precede día tras ser precedido por idéntico anterior. Ya que dentro de lo corriente también subyace imprevisto, pues tarde con nubes agua pasean presentes, y a la siguiente, impera soleado que invita al juego o a la aventura de volver a ser lector... Dicho esto, prometo intriga y beso robado, abrazos de hermanos e imposibles posibilitados, puesto con oratoria improvisada uno todo alcanza... Sentaos cerca del fuego, arropad mantas, guardad silencio, y os contaré el cuento de la comparsa del último viaje...


Senda sesea esquivando piedras y charcos, cargado a pie el ambulante deambulando camino a su próximo destino, mientras luna despertaba entre fulgores estrellados de los lejanos soles diferentes, puesto que cada estrella que guiña es como vecino, paisano, ciudadano, transeúnte, comerciante, laborista o caminante, como es el caso.


Botas altas, gabardina en gris y gorro de lana comprado en su última parada, cuando otoño dejó respiro y vientos helados advirtieron del invierno parido. Nada en el bolsillo derecho aunque todo dormía en el izquierdo del pantalón lino imitación más algodón acolchado anciano, pese a la juventud del olvidadizo que cayado, atravesaba noche hacia el pueblo del chocolate, donde pretendía comprar hasta donde su dinero alcanzase para venderlo en la feria anual de la calabaza convertida en buñuelo, el valenciano, por supuesto; ya que en las tierras donde se celebraba aquella ofrenda a la santa que antes fue beata y mucho antes persona razonable; los buñuelos de viento no gustaban tanto como agradan en el bello sur del andaluz simpático y amable... Y lo sé porque también conté la misma historia que ahora os cuento, cambiando sólo lo de los buñuelos por el gusto predominante del oyente, nada de confrontación, que quede claro.


Y os preguntaréis; ¿dónde anda el cuento de este parlanchín callejero? No os lo vais a creer cuando os diga que ya lo conté y no advertisteis la historia por liaros con la piel, que en este caso es la redundancia del orador intercalada con el mensaje de amor cual moraleja de la historia. ¡No os preocupéis! Lo sintetizaré en angosto párrafo desechando la paja del grano...


Otoño caminaba por las sendas de estación, mientras su tiempo finalizaba ante la mirada de la luna despedida y su corte de honor, cuando invierno llegara y le dijera que pronto frío dominaría ante la torpe indecisión del otoño y su hermana primavera, puesto que de la mitad ofertó lluvia, un cuarto de frio y el resto sol con ocres de hojas que juegan en caída baile, parejas que se besan en los parques, solitarios que abrazan farolas, entusiasmados que leyeron prosas, poetisas amartelando sentidos y olvidadizos que por fin recordaron. La tristeza mezclaba perfecta en emoción amada del padre otoño moribundo frente a gemelo invierno recién nacido...


La magia prometida está en la libre interpretación, en el absurdo dulcificado, en la sonrisa que escapa y crea comillas en los bordes boca, pues de tontería embarullada también nacen magias que abrazan en la distancia cercana de las letras que compongo pensando en los que piensan y muestran lo que son sin tapujos o disfraces. Y a los otros, abrazo fraternal pues no compartiendo sus bellos cánticos los quiero como hermanos y hermanas, sin distinción... Acogiendo el dicho que reza; “Si todos estamos en este mundo es porque todos cabemos, no le des más vueltas.”


Sin más dilación y esperando nueva ocasión de contar, escribir, divagar, amar y sobre todo leer, me despido con coletilla que me agrada y repito hasta la saciedad... Sean todo lo buenos que les dejen, porque serlo todo el tiempo es un imposible posibilitado en las odas, prosas o ensayos entre el gran abanico de la señora literatura de la que estoy totalmente enamorado... La ocasión no viste al monje si el monje anda aferrado a sus ideales; señoras y señores, que la felicidad les inunde por siempre.