REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 3, “El
Marqués”
Pasó la noche en los aposentos presidenciales de la tercera planta
de la casona, tras cenar en el enorme comedor junto al ensoñado. Al
menos, esa fue la sensación que quedara cual ladilla enganchada en
su escuálida razón disecada del todo por culpa de la dichosa
fistula, pese a ser consciente del mal que obrara en aquellos años
del cambio; cuando se coronó el moribundo y actual monarca minutos
después del entierro de su predecesor.
El habitáculo disponía de toda clase de lujos que no describiré,
exceptuando la puerta balcón vestido con sedas rosadas y el lecho
elegancia de cuerpo ébano, más colchón de pluma aun con la firmeza
justa para el buen descanso, lo mejor de lo mejorado multiplicado por
lo divino.
Se cambió de ropa quejándose de la dichosa fistula hinchada,
caliente, dispuesta a estallar cual volcán nauseabundo pringando de
pus la pulcra cama. Y pensó en darle muerte con sus dedos en pose
demencial. Se arrodilló sobre una silla apoyando su pecho en el
respaldo desnudo de cintura para abajo, y con la mano derecha pinzó
apretando con todas sus fuerzas, soportando el terrible dolor que
iniciaba conquista en su trasero con pinchazo agudo.
Algún grito retumbó en la estancia noble cuando el asqueroso
maloliente salió disparado hasta las hermosas cortinas, donde acabó
estampado.
— ¡Dios me bendiga! Detesto esta maldición que me visita cada
tres o cuatro meses. —Balbuceó antes de tumbarse y arropar su
orondo cuerpo emperador de colgajos con la manta estampada.
Fueron minutos alivio que le regaló aquella extraña jornada, aunque
llegaron nuevas incertidumbres tras la pelea con la hinchazón
occisa, al tener todo su intelecto a merced de la variopinta historia
del Conde. Desde siempre fue un hombre regio y de buen razonar,
sirviendo a la corona más allá de sus intereses personales, tanto
es así, que gracias al noble se evitó la contienda de los almos
tras negociar con el Duque Dorth, el cual accedió regresando
a sus tierras con sus ejércitos. Pero lo que narró, bacanal,
infiernos, hechicería, herejía. No daba crédito.
Miró pues hacia el balcón revestido con la seda que bailaba sutil,
excitada por las invisibles caricias del viento susurro, mientras
recordaba aquellos años de juventud. De cómo conoció al regente
rey en el burdel de la ciudad atiborrándose ambos del delirio
hidromiel, entretanto se sentaban en sus piernas las damiselas; casi
niñas que vendían sus encantos en las panzas del antro pecaminoso
que se erigía junto a la santa iglesia, en el centro, a la vista de
todo aquel que no gustase de la luz y amase, siempre con la bolsa
repleta de ducados, las mieles prohibición de la penumbra reina que
termina corrompiendo a los corruptos que la gozan.
Mesas enanas y cojines sobre alfombras vistiendo suelo en el piso
superior, donde sólo accedían los más acaudalados, como era su
caso. El joven príncipe no descubrió su verdadera identidad
actuando como cualquiera, engullendo el dulce licor, los labios de
las jóvenes, sus pezones, sus pantorrillas; para soltar alguna
historia graciosa acompañada de carcajada colectiva. La madrugada
donde ambos comulgaron sin saber quién era quien, ya que el Marqués
hizo lo propio al estar extasiado del trato elitista que los mundanos
ejercían sobre él. Cansado del “sí señor”, del “como
os plazca”, del “para serviros”; cuando necesitaba
cercanía franca, hablar sin tapujos obviando las asquerosas clases
que oprimían sesgando el lado humano de los seres humanos.
El sueño le visitó atrapado en el recuerdo regurgitado despierto,
vislumbrando la bella imagen del sensual baile de la seda glamour,
para cerrar párpados adentrándose en los reinos del pagano Dios
Morfeo, aún sin abandonar el recuerdo convertido en sueño...
—Mi padre insiste; es como terrible dolor de muelas al que no le
queda ninguna, un reflejo molesto de lo que fue sin serlo.—Agarrando
la jarra recién preñada del líquido espirituoso para prolongar
trago exagerado, que desbordaba por las comisuras de su labio cercado
por densa barba castaña.—Pero siempre vislumbré el camino de mis
días, camarada. No importa la dedicación que tenga uno, lo
importante es ser quien se es sin tapujos ni miedos. La vida es un
suspiro cuartado por la muerte, ya que siempre alcanza tras amenazar
millones de veces.
—Estoy con vos, amigo. Si la bebida quita años y condena alma en
el averno que tanto repite el sacerdote, mejor beberla entre
agradable compañía. —Besando el cuello de la muchacha que se
mantenía tumbada junto a él. —Y grata charla amena, ¿no creéis?
El joven príncipe serió tras las palabras del Marqués, dejando la
jarra en la tabla enana y solicitando con gesto a las concubinas que
se marchasen.
— ¿Le molesté con mi comentario?—Con evidente preocupación.
— ¿Creéis en Dios? ¿En el Dios de nuestra santa iglesia?
—No hacerlo supondría la hoguera, mi buen amigo. Sí, creo en el
padre celestial.
Escarbó en sus ropajes sacando un viejo papiro lacrado que dejó
sobre la atiborrada mesa. Sus ojos vidriaron al son pálido ganado
cuando ordenó salir a las hermosas, enfrentando su mirada a la del
contertulio que no comprendía el radical cambio del ahora nada
animado barbudo. El Marqués, disimulado, agarró la empuñadura de
su daga predilecta que descansaba atrapada en su cinto; al ser
consciente que en las madrugadas pecaminosas albergaban peligros
constantes, paridos desde los efectos del alcohol, los deseos
diabólicos de sangre gratuita, o el más extendido, el deseo de
apropiarse de la bolsa ajena sin preguntar, bastaba con asestar
mortal estocada de acero a traición. Conocía tantos casos como
tantos otros superó en los callejones madrugada, esas donde la parca
es auténtica protagonista.
—No la necesitaréis, no pretendo gresca. Pero vuestras formas,
esos pensamientos con ideal libertario me agradan. Ningún plebeyo
hablaría como vos, no rompiendo la ley por muy injusta que ésta
fuera aun tildando vuestra contesta con pura insinuación. No me
contestasteis; ¿creéis en el todopoderoso?
—Disculpad si acaricio acero, ya sabe cómo se las gasta la
madrugada. —Sin soltar el hierro. —En cuanto a mi contesta, creo
que dejé páramos traslúcidos sin mermas o amagos, señor.
— ¿Sabéis quién soy?
—Un tipo con extraña personalidad, me atrevería a decir. Minuto
pasado sembrasteis cordialidad y ahora...—Siendo interrumpido por
el hijo del monarca.
—Soy el príncipe heredero de la corona. Y no gozo más que de una
personalidad, Marqués.
— ¿Cómo lo habéis sabido?
—A la próxima, procure quitarse el anillo con el emblema de su
distinguida familia, señor. Aunque conmigo está a salvo. —Y le
enseñó el colgante donde figuraba el sello real. —Pronto vendrán
los arquitectos que mi padre mandó llamar cual vientos secos que
traen vivezas para los fuegos rabiosos, y por lo tanto, la guerra.
—Alteza, disculpe mi atrevimiento. —Reverenciando a la par que
depositaba la daga en la mesa cual señal de sumisión.
—Necesitaré de sus servicios, Marqués; cuando por fin seáis amo
y señor de las tierras de vuestro honorable padre. Juntos
cambiaremos el sino al que nuestro rey nos conduce. Muchos otros
están al corriente de mis asuntos, es más, mostraron su lealtad
incondicional al futuro Rey. Es decir, al mismo que os habla. Mi
padre debe ser depuesto lo antes posible.
— ¿Me pedís que traicione al rey?
—No, os pido que no traicionéis al pueblo.
Y hasta aquí, el tercer capítulo de la saga. ¿Qué esconde el
Marqués? ¿Fue asesinado el rey? ¿Existió
insurrección velada? Muy pronto el 4º capítulo, no os lo perdáis.
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