viernes, 5 de febrero de 2016

REY MALDITO (capítulo 2) "La historia del conde"

REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 2, “La historia del conde”




—¿Brujerías? Me sorprende viniendo de vos.

Sólo observando cómo llegó al trono o el fatídico final de su padre tan repentino como precipitado, sin duda, deja al descubierto malévola trampa urdida por los enemigos de nuestro padre celestial, porque esta conjura va más allá de nuestro mundo de carne y hueso, es un pulso entre el maligno y nuestro señor redentor. Y tengo más que argumentos. Os contaré aquello que me hicieron jurar que jamás contaría por el bien del reino. Espero que no creáis que soy patán entregado a la traición a primeras de cambio, porque no es así.

—No dudaría jamás de vos, sobre todo después de vuestras heroicas gestas al frente del ejército de la corona.—Acomodando de nuevo su trasero en el cojín sillón.—De no haber sido por vuestra astucia, los bárbaros moriscos dominarían nuestras tierras. Adoraríamos a ese tal como se llame, cubriendo con telas nuestras cabezas como si fuéramos féminas en la sala culto.

Dejad de echarme claveles y atended a la verdad, el reino os necesita para sobre guardar la corona...


Como ya anticipé, llegaron los norteños instalándose a las afueras con sus tiendas y carros. Despejaron de arboleda la cima justo al lado de las piedras traídas de la cantera del sur, cerca de “Los llanos”, y comenzaron su labor escrupulosos. Sus mujeres solían bajar al pueblo para acopiarse de víveres y agua del riachuelo.

Les recuerdo bien, por entonces regentaba la comandancia de la caballería real tras mis años en los conventos donde me adoctrinaron en letras. Era un joven fornido que no veía con buenos ojos aquella construcción aberrante encomendada a los forasteros, aunque nunca mostré mi opinión por el gran aprecio que le tengo a mi cabeza, no sabría vivir sin ella, como puede imaginar su merced.

El príncipe salía del viejo castillo cuando el crepúsculo dominaba comandado por Luna. Es extraño, jamás salía cuando esta no aparecía en la bóveda. Recuerdo bien la comanda que el monarca me ordenó tras aquella charla que mantuvimos en los viveros reales; andaba preocupado por la actitud del zagal y desconcertado, al no saber en qué líos andaba metido y me instó a que lo siguiera sin ser descubierto...

—¿Y lo siguió?

Creo que esa apestosa fistula afecta a vuestra razón, era una orden directa del rey; tanto como si me gustara o lo adverso debía obedecer a pies puntillas, o someterme a la corta testas en el sentido más literal... Seguí al muchacho y no fue sencillo, andaba con sus dos guardias de confianza dados a mirar hacia todos los lados, aquellos dos eran los mejores de cuantos soldados permanecían en la guarnición, y lo sé porque yo mismo los seleccioné para tal menester. Aguerridos y supervivientes de ingentes batallas, dominaban cualquier arma con soltura y destreza, y el oído lo consideraban como tal permaneciendo siempre alerta.

Cabalgaron hasta la entrada del poblacho eventual donde el joven de sangre azul se adentró a pie, mientras los enormes se mantuvieron vigilando los corceles. Sin duda un momento delicado, escollo difícil de sortear teniendo enfrente a los que tenía. Pero gracias a las doctrinas militares impartidas por mi buen padre, pude urdir amago pasando entre los enormes arbustos por el margen río hasta las rocas, donde dejé mi fiel pura sangre atado al tronco de olivo. Trepé la piedra y caminé durante 100 suspiros hasta llegar a las tiendas. Gracias al omnipresente, la Luna obró cual candil necesario para no tropezar o caer en la enorme grieta tras las pedregosas superadas.

No os creeréis lo que observé en aquel improvisado campamento, os adelanto que nada de cruces santas. Bailaban alrededor de gran fogata desnudos... Un maldito aquelarre... Adoraban al infernal rey del averno...

—No es posible señor; puede que fuera una de esas bacanales que tan adictos son los norteños. Recordad las enseñanzas en el templo de los trinitarios, lo que narraban de los salvajes.

Tanto vos como yo, sabemos que esos textos eran meros cuentos sombríos destinados al dominio de los nuestros, defendiendo nuestra civilización. No, mi buen y fiel amigo, sé bien lo que estos ojos vislumbraron en el centro hoguera; todavía regurgita en mis noches solitarias mortificando mi alma con seducciones que no controlo, por eso rezo todas las albas sin dejar ninguna sin oración. El maligno juega conmigo pese a la distancia tiempo al ser consciente que conozco su secreto, el mal que contagió al príncipe bajo el influjo de la barragana del diablo.

Fornicaban por doquier cual bestias desenfrenadas, olvidando razón que constituye al hombre en hombre, alejado de las sendas vacías del resto animal. Agarré la empuñadura de mi acero caminando hacia la tienda más alejada de la francachela diabólica entre las sombras, donde me detuve rajando la amarillenta tela para colarme en sus entrañas. Allí descansaban extraños utensilios fabricados con hueso animal, una gruesa alfombra terciopelo del malva sanguinolento y el lecho; catre de refinada madera bien trabajada y vestido con mejores tela que la mía.

—Eso no significa...—Siendo interrumpido por el anfitrión alterado, ofuscado por su recuerdo.

Gélido viento emanó desde los rincones bajando abismal la temperatura, mis dientes titiritaban descontrolados y me cubrí con mi capa soltando el acero, el cual, quedó suspendido en la nada girando ralentizado hasta colocar su punta muerte en mi vientre... Habló entonces aquella voz...

—¿Qué voz? ¿El príncipe? ¿La fulana?

Ojalá hubiera sido cualquiera que pudiese ver, avizorar para saber de dónde procedía la amenaza; pero no. Su tono amartelaba susurrando en primer toque oído hasta que se colaba en brujería pagana en mi sien... Esos malditos ecos repetidos y constantes, delirantes, atosigaban ahogándome en la sopa rareza a la que no supe enfrentarme...

—Suena absurdo, Conde, no puedo creerle...—El conde acercó su cara a la del invitado con perdida mirada inquietante.

Nos enfrentamos al maligno y su corte, el mismo que cazó el alma del príncipe a cambio de sus necios y bajos deseos. Marqués, la suerte está echada en el tablero del destino y nada se puede hacer por el alma del rey al no poseerla. Debemos liquidar al monarca antes de que su carne degenere convirtiéndole en el anticristo.

Sabía que no creería mi historia como no la creyó el padre del Rey hasta que fue demasiado tarde para él, sucumbió bajo la mano traidora de quien, aparentemente, agoniza en los aposentos reales del castillo del alta... Traerá la abominación cabalgando junto a los cuatro jinetes del apocalipsis, y tras ellos, viene el infierno, Marqués... El infierno...






2 comentarios:

  1. Nada que envidiar a ninguna trilogía.. nos encaminamos...

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    1. Vamos haciendo camino en cada golpe de tecla, besos castos y sinceros

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