REY MALDITO
por Dadelhos Pérez.
Capítulo 2, “La historia del conde”
—¿Brujerías? Me
sorprende viniendo de vos.
Sólo observando cómo
llegó al trono o el fatídico final de su padre tan repentino como
precipitado, sin duda, deja al descubierto malévola trampa urdida
por los enemigos de nuestro padre celestial, porque esta conjura va
más allá de nuestro mundo de carne y hueso, es un pulso entre el
maligno y nuestro señor redentor. Y tengo más que argumentos. Os
contaré aquello que me hicieron jurar que jamás contaría por el
bien del reino. Espero que no creáis que soy patán entregado a la
traición a primeras de cambio, porque no es así.
—No dudaría jamás de
vos, sobre todo después de vuestras heroicas gestas al frente del
ejército de la corona.—Acomodando de nuevo su trasero en el cojín
sillón.—De no haber sido por vuestra astucia, los bárbaros
moriscos dominarían nuestras tierras. Adoraríamos a ese tal como se
llame, cubriendo con telas nuestras cabezas como si fuéramos féminas
en la sala culto.
Dejad de echarme claveles
y atended a la verdad, el reino os necesita para sobre guardar la
corona...
Como ya anticipé,
llegaron los norteños instalándose a las afueras con sus tiendas y
carros. Despejaron de arboleda la cima justo al lado de las piedras
traídas de la cantera del sur, cerca de “Los llanos”, y
comenzaron su labor escrupulosos. Sus mujeres solían bajar al pueblo
para acopiarse de víveres y agua del riachuelo.
Les recuerdo bien, por
entonces regentaba la comandancia de la caballería real tras mis
años en los conventos donde me adoctrinaron en letras. Era un joven
fornido que no veía con buenos ojos aquella construcción aberrante
encomendada a los forasteros, aunque nunca mostré mi opinión por el
gran aprecio que le tengo a mi cabeza, no sabría vivir sin ella,
como puede imaginar su merced.
El príncipe salía del
viejo castillo cuando el crepúsculo dominaba comandado por Luna. Es
extraño, jamás salía cuando esta no aparecía en la bóveda.
Recuerdo bien la comanda que el monarca me ordenó tras aquella
charla que mantuvimos en los viveros reales; andaba preocupado por la
actitud del zagal y desconcertado, al no saber en qué líos andaba
metido y me instó a que lo siguiera sin ser descubierto...
—¿Y lo siguió?
Creo que esa apestosa
fistula afecta a vuestra razón, era una orden directa del rey; tanto
como si me gustara o lo adverso debía obedecer a pies puntillas, o
someterme a la corta testas en el sentido más literal... Seguí al
muchacho y no fue sencillo, andaba con sus dos guardias de confianza
dados a mirar hacia todos los lados, aquellos dos eran los mejores de
cuantos soldados permanecían en la guarnición, y lo sé porque yo
mismo los seleccioné para tal menester. Aguerridos y supervivientes
de ingentes batallas, dominaban cualquier arma con soltura y
destreza, y el oído lo consideraban como tal permaneciendo siempre
alerta.
Cabalgaron hasta la
entrada del poblacho eventual donde el joven de sangre azul se
adentró a pie, mientras los enormes se mantuvieron vigilando los
corceles. Sin duda un momento delicado, escollo difícil de sortear
teniendo enfrente a los que tenía. Pero gracias a las doctrinas
militares impartidas por mi buen padre, pude urdir amago pasando
entre los enormes arbustos por el margen río hasta las rocas, donde
dejé mi fiel pura sangre atado al tronco de olivo. Trepé la piedra
y caminé durante 100 suspiros hasta llegar a las tiendas. Gracias al
omnipresente, la Luna obró cual candil necesario para no tropezar o
caer en la enorme grieta tras las pedregosas superadas.
No os creeréis lo que
observé en aquel improvisado campamento, os adelanto que nada de
cruces santas. Bailaban alrededor de gran fogata desnudos... Un
maldito aquelarre... Adoraban al infernal rey del averno...
—No es posible señor;
puede que fuera una de esas bacanales que tan adictos son los
norteños. Recordad las enseñanzas en el templo de los trinitarios,
lo que narraban de los salvajes.
Tanto vos como yo,
sabemos que esos textos eran meros cuentos sombríos destinados al
dominio de los nuestros, defendiendo nuestra civilización. No, mi
buen y fiel amigo, sé bien lo que estos ojos vislumbraron en el
centro hoguera; todavía regurgita en mis noches solitarias
mortificando mi alma con seducciones que no controlo, por eso rezo
todas las albas sin dejar ninguna sin oración. El maligno juega
conmigo pese a la distancia tiempo al ser consciente que conozco su
secreto, el mal que contagió al príncipe bajo el influjo de la
barragana del diablo.
Fornicaban por doquier
cual bestias desenfrenadas, olvidando razón que constituye al hombre
en hombre, alejado de las sendas vacías del resto animal. Agarré la
empuñadura de mi acero caminando hacia la tienda más alejada de la
francachela diabólica entre las sombras, donde me detuve rajando la
amarillenta tela para colarme en sus entrañas. Allí descansaban
extraños utensilios fabricados con hueso animal, una gruesa alfombra
terciopelo del malva sanguinolento y el lecho; catre de refinada
madera bien trabajada y vestido con mejores tela que la mía.
—Eso no
significa...—Siendo interrumpido por el anfitrión alterado,
ofuscado por su recuerdo.
Gélido viento emanó
desde los rincones bajando abismal la temperatura, mis dientes
titiritaban descontrolados y me cubrí con mi capa soltando el acero,
el cual, quedó suspendido en la nada girando ralentizado hasta
colocar su punta muerte en mi vientre... Habló entonces aquella
voz...
—¿Qué voz? ¿El
príncipe? ¿La fulana?
Ojalá hubiera sido
cualquiera que pudiese ver, avizorar para saber de dónde procedía
la amenaza; pero no. Su tono amartelaba susurrando en primer toque
oído hasta que se colaba en brujería pagana en mi sien... Esos
malditos ecos repetidos y constantes, delirantes, atosigaban
ahogándome en la sopa rareza a la que no supe enfrentarme...
—Suena absurdo, Conde,
no puedo creerle...—El conde acercó su cara a la del invitado con
perdida mirada inquietante.
Nos enfrentamos al
maligno y su corte, el mismo que cazó el alma del príncipe a cambio
de sus necios y bajos deseos. Marqués, la suerte está echada en el
tablero del destino y nada se puede hacer por el alma del rey al no
poseerla. Debemos liquidar al monarca antes de que su carne degenere
convirtiéndole en el anticristo.
Sabía que no creería mi
historia como no la creyó el padre del Rey hasta que fue demasiado
tarde para él, sucumbió bajo la mano traidora de quien,
aparentemente, agoniza en los aposentos reales del castillo del
alta... Traerá la abominación cabalgando junto a los cuatro jinetes
del apocalipsis, y tras ellos, viene el infierno, Marqués... El
infierno...
Nada que envidiar a ninguna trilogía.. nos encaminamos...
ResponderEliminarVamos haciendo camino en cada golpe de tecla, besos castos y sinceros
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