REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 4º, “Despertares.”
Despertó acariciado por los rayos del astro que atravesaban la
delgada cortina, al son cántico de los pájaros animados que
animaban la animada mañana casi madura, presentando el inicio de la
obra magna teatral interpretada por los actores vivos en el escenario
vida, cual rutina pedante para la mayoría y eterna ensoñación para
los tocados por el nada caprichoso dedo de la providencia.
El Marqués, orondo saco de grasas, pertenecía a esa minoría que
respira aires elevados aun pisando suelo como cualquier mortal.
Plantado en el balcón vislumbró el ajetreo de la ciudad; carros
cargados con mercancías varias, atravesaban el adoquinado hacia el
mercado de todos los días; también mendigos arrastrando pies con
sus escuálidos cuerpos acartonados y enfundados en harapos
malolientes, requerían el sustento enseñando palma manchada al
igual que sus barbudas caras, al son oda trágica finiquitada con un
“por el amor de Dios.”
En la ciudadela todo seguía como siguió tras los lances que
mermaron la cúpula poder en sus años de juventud. Los mundanos,
esos hombres y mujeres expuestos a la intemperie voraz del cotidiano,
padecían consecuencias sin culpas, ganando el pan que casi siempre
aterrizaba duro e incomestible. De ahí la desgana del pueblo, esas
ovejas que cree dominar el pastor desde el alto cerro junto a sus
perros de fauces dentellada sanguinolenta, y en realidad, viven su
tormento distanciados e ignorando al inútil fantasioso que dibuja
castillos en el aire con parca tiza; ese que juega con las llamaradas
de los oprimidos; aquello que intentó erradicar el ahora monarca y
el propio Marqués tras su primer encuentro décadas atrás.
—Espero descansarais, Marqués. —Resonó a su espalda sin haber
advertido el crujido metálico del pomo puerta. —Necesito saber si
estáis conmigo, el tiempo apremia y los señores andan urdiendo
tretas; me refiero al eterno enemigo de estas tierras como
imaginaréis. Dorth, el duque que quiso asaltar por la fuerza
la corona y sus aliados; gentes del norte y sus sarracenos, esos
malditos diablos mercenarios sesga gaznates a cambio de un par de
ducados.
—Antes necesito saber más, Conde. —Regresando al interior del
habitáculo. —La historia que me contó anoche su merced quedó
cual pan duro tragado sin masticar; todo eso de malditos y brujerías
donde participó el rey en sus años de máxima plenitud, me
desconcierta. Creo que merezco saber la verdad, esa mujer de la que
hablasteis de cabellos cobrizos, no sé; más que extraño suena
imposible. Como sabréis, mi amistad con el monarca se remonta...
—Dais vueltas como peonza lanzada con maestría, la cual, ni
avanza, ni retrocede; pierde toda su energía dando vueltas sobre sí
misma. —Interrumpió a la vez que se sentaba junto a la mesa
invitando al Marqués. —Cuando se pare guerra primero se engendra
semilla. Los arquitectos norteños fueron la avanzadilla que
inspeccionó nuestras defensas, los puntos débiles. Cierto que la
sangre no llegó al río exceptuando la del padre del rey, por
supuesto. No les hizo falta acometida en contienda enseñando sus
bazas descarados al bastarles la alianza del príncipe, nuestro
actual y moribundo Rey. En cuanto a la bruja, esa meretriz adoradora
del maligno, estuvo pululando en la corte disfrazada de cortesana del
rey lejos del conocimiento de la mayoría. Su astucia desborda la del
mejor de nuestros generales; aunque pude mantenerla al margen del
núcleo poder tras ceder la mano de mi propia hija al monarca, que la
aceptó cual esposa. Lamentablemente mi pequeña murió tras parir a
mi único nieto, lástima. De haber sobrevivido a la extraña
enfermedad no andaríamos pisando fangos. Esa enfermedad que tanto se
asemeja a la que mató al padre del Rey en extraña carambola, puesto
que hasta la fecha nadie más la padeció. ¿No os resulta extraño?
—Deduzco ambición y revancha...
—Deduce mal vuestra merced, yo lo llamaría venganza de llamarlo de
alguna manera. Mi nieto anda destinado en la frontera, allá en el
castillo de Dorth, Marqués; y el heredero a la corona
es un mequetrefe de siete años bajo el cuidado de la reina, esa
arpía del clan Blanco; los eternos aspirantes al poder que en su día
convencieron al duque para alzarse en armas, seguro que sois capaz de
recordarlo ya que cabalgasteis junto a un servidor en aquella
contienda que jamás se produjo gracias a las negociaciones. El
monarca fue un débil que se dejó arrastrar por sus bajezas,
bebiendo hidromiel como si no existiera un mañana, nombrando a
nuevos señores tras arrebatar marquesados a los linajes que
constituyeron este reino. Y encima, escondiendo a esa diablesa que
secuestró su razón abstrayendo al monarca de la realidad. Nos
alzaremos en acero con golpe maestría dando muerte al emperador;
decapitando a los señores que jamás debieron serlo y quemando, sí,
regalando al fuego plaza a la pelirroja que urdió tantas décadas
horrendas para los de nuestra clase. Restituyendo el régimen natural
y acrecentando el futuro imperio.
—Me sorprende vuestro argumento; decidme, ¿quién será el nuevo
emperador, vos? ¿El conde de sangre plebeya?... Nuestro deber es
proteger al monarca de argucias malévolas como la que me estáis
proponiendo.
—Mi hijo será coronado en breve con o sin vuestra aprobación.
Sois un viejo anclado en el pasado muerto que balbucea las viejas
ensoñaciones que el Rey propugnó el mismo día que asaltó la
corona. Pocos conocen vuestro secreto. —Acercando su cara a la
ajena, bajó dos octavas su tono susurrando. — No os costó
demasiado envenenarle, ¿verdad?
—El padre del Rey murió por culpa de la peste y lo sabéis.
—Vos, eminencia de espíritu libre y argumento imposible en
vuestros años perdidos de juventud, un mero peón en partida de
ajedrez contra ciego y manco a la que accedisteis cual hipócrita,
puesto que muerto el gran monarca no vendría más que otro idéntico,
no, peor. No os culpo ni os señalo porque sería injusto por mi
parte, ya que no era consciente del verdadero peligro que se cernía
sobre estas tierras. Pero ahora tenéis la oportunidad de resarcir
vuestros equívocos uniéndoos a la conjura que pondrá a cada cual
en su sitio. —Se reclinó exagerado en la silla mostrando mueca
avizoro con destellos sedientos, cual muestra certera de su verdadero
espíritu. —Vuestros pecados los juzgará el divino cuando os
llegue la hora; le doy mi palabra que mantendrá su estatus, sus
tierras y títulos. ¿Qué contestáis?
— ¿Quién comandará el ejército? ¿Vos? El pueblo lleva en paz
desde que el monarca alcanzó el trono con o sin traición. Recordad
las guerras que su padre capitaneó en nombre del Dios celestial y la
maltrecha santa iglesia; arrebatando hijos a sus madres, maridos a
sus esposas y sembrando de sangre tierras lejanas en nombre del de la
cruz, cual quimera monstruosa que consumía vidas con más voracidad
que el fuego de llar en pleno invierno. Era un vil egocéntrico
dispuesto a entablar imposible contienda con nuestros vecinos más
numerosos, mejor armados, con vasto ejército experimentado.
Ambicionaba el imposible conduciéndonos al exterminio total,
Apocalipsis, como lo llaman crédulos fieles a cambio del corrupto
poder que extirpamos el Rey actual, y quién os habla.
—Comprenderé la decisión que toméis, no puedo forzaros a una
segunda insurrección. Pero necesito saber si cuento con vuestros
efectivos. Si está conmigo o contra mí...
Con la sutileza que los años proporcionaron, el Marqués agarró la
empuñadura de su daga predilecta sin mostrar cualquier gesto que
levantase sospecha, entretanto le miraba avizorado el raquítico
contertulio que si esgrimió emotividad rancia con sonrisa malvada
que casaba perfecta con su auténtico ego.
—Desde siempre supe que llegaría este momento, Conde. Nuestros
caminos están condenados y chocan rabiosos devorándose. Hoy es
generoso el astro dios bendiciendo la mañana con sus cálidos, un
bonito día para reunirse con la parca; ¿no creéis?
—Entiendo. Vuestra decisión no sólo os condena a vos. Os daré
unos segundos para que recapacitéis Marqués, no me gustaría
extinguir toda su sangre...
Supo que la invitación que le llegó semanas antes por parte del
traidor era una encerrona, y comprobó el capricho de la parca tras
leer los sedientos destellos de su anfitrión. No existía salida
posible reguardando la preciada vida, aquel teatro terminaba con
muerte bajando el telón y abriendo las puertas a la guerra, la
traición... Aunque le quedaba dar pie a la última escena cual
tragedia teñida de malva.
—Gracias por su humanidad, Conde.
Desenvainó abalanzándose contra el escuálido noble recibiendo el
impacto de varias saetas en su espalda, el pie del Conde golpeó el
pecho del moribundo empujándolo hacia atrás, frente al balcón,
para que diez proyectiles punzantes acabaran el trabajo.
—Id al serrado, buscad al Capitán y ejecutadlo. El hijo del
Marqués es el último escollo antes de visitar al monarca y su
fulana de cabello cobrizo. —Ordenó a su guardia tras abandonar los
aposentos muerte. —Y sacad el cadáver del obeso, que nadie
descubra su cuerpo. Hacedlo desaparecer.
—Como ordene, señor.
Se entremezcla el pasado con el presente comenzando la insurrección
contra el moribundo Rey. El Marqués occiso deja vía libre al Conde
y sus enigmáticos aliados para hacerse con el poder.
Sigue la saga, muy pronto el capítulo 5º, no te lo pierdas; y
recuerda que puedes leer los anteriores en el blog.
Bueno, me vendría bien que pulsases en la publicidad de abajo,
siempre que te venga bien a ti. De todas formas, hagas lo que hagas,
gracias por leer, los +1 y los comentarios. Hasta dentro de nada,
ahora mismito. Un sincero abrazo y sé feliz siempre.
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