REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 8º, “La empalizada.”
—Para eso deberéis vencerme, ¿estáis preparado? Conde.—Dijo
sin mostrar temor alguno tras abrir las cortinas de la tronera,
enseñando su lamentable estado bañado por los rayos de la mañana
soleada.—Como podéis observar, las yagas se multiplicaron en mi
piel, ya no soy aquel diestro espadachín invencible. Sospecho que
vuestro levantamiento se aletargó esperando justo este momento, mis
horas bajas aun siendo mis horas vida. Quien tuvo, retuvo.
Cara poblada de densa barba con rodales infectados de extrañas yagas
que deformaban al monarca, incluso en los dedos de sus manos habitaba
el mal que lo apartó de los ojos del populacho durante más de tres
años. Agarró con fuerza el espadón arremetiendo contra enemigo que
le esperaba esgrimiendo acero.
Tras las puertas aguardaban los súbditos del insurrecto tentados en
abrir las de caoba ante el ansia de la espera, mientras al otro lado
retumbaba el acero en el fragor del duelo que duró varios minutos,
hasta que el sepulcro dominó las entrañas con silencio gélido que
presenta la llegada de la parca.
—¡Señor! ¿Estáis bien?—Gritó el oficial de mayor rango,
abriéndose las puertas y escapando la cabeza decapitada del monarca
lanzada por Tizno, que aterrizó en el centro pasillo junto a la
estatua que representaba al arcángel Miguel expulsando al maléfico
de los reinos de Dios.
—¡Dios salve al rey Tizón!—Entre júbilo exacerbado cuando el
conde salió del habitáculo portando la corona real en su cabeza.
—Mi nieto y el duque Dorth vienen hacia la ciudadela con
nuestro ejército; eliminad toda amenaza y reforzad las murallas. Se
avecina la batalla decisiva, señores. Buscad a la fulana cobriza y
traédmela cuanto antes, no quisiera faltar a mi juramento para con
el emperador Godín.—Desviando su atención a los soldados
nórdicos.—Mi igual.
Los alabarderos hicieron lo imposible por abatir a Rigodón y
su sable la “embelesada” allá en el ducado del Serrado,
pero el contrincante en desventaja demostró porque era temido en los
campos de batalla; puede que su adicción al hidromiel y su bocaza le
hicieran insoportable para la mayoría, al mismo tiempo que todos
quisieran tener un soldado con tan depurada destreza en el campo de
batalla.
—No me tache de pesado, excelencia.—Voceó tras abatir al último
soldado.—Pero debería enviar jinetes tras el culo dilatado, señor.
Si alcanza la empalizada del norte...
—No os preocupéis, noble Rigodón, el capitán se encamina
a su propia tumba. De hecho, vuestra emboscada sobraba, allá está
Assin y la bella Adelha, un escollo insalvable para el
diestro guerrero traidor. Subid a la sala de armas, capitán, tengo
que asignarle soldados y misión.
—¡Me encanta trinchar cruzados, señor! Será un placer.—Limpiando
la sangre de la “embelesada” en su guerrera recién
estrenada.
Cabalgó entre las sendas cual venas por miles que se adentraban en
el denso bosque, alcanzando la ladera donde una solitaria cabaña
presidía descampado angosto, apreciando la humareda que escupía la
chimenea piedra desde el cobijo de la arboleda. Descabalgó sabedor
de necesitar que alguien le guiase por los laberintos del Serrado;
agarrando su espadón envainado en la silla de montar y la pequeña
ballesta que envolvió con tela, ahuyentando seguidamente al corcel
que se perdió al trote en las entrañas vegetación, regresando por
donde había venido.
Khor, acostumbrado a misiones suicidas en la más estricta soledad
sabía cómo proceder. Se quitó la guerrera que lo identificaba cual
militar para enfundarse harapo común, típico de los leñadores de
la zona. Manchando su rostro tras embadurnarse las manos de tierra
para caminar hacia la solitaria humeante, tras cerciorarse que nadie
pululaba por las cercanías de la choza.
Una pila de leña bien amontonada donde un gallo orondo de plumaje
lustroso permanecía en lo alto impávido, parecía la única
vigilancia del lugar. Más adelante, cerca de la puerta, distinguió
cortezas de cacahuetes alrededor de enorme tocón que evidenciaban lo
evidente ya chivado por el humo chimenea, y sin demora aporreó la
puerta.
—¿En qué puedo servirle, extranjero?—Le sorprendió desde su
retaguardia girándose enérgico.
—Buenos días, buen hombre. Busco la guarnición del norte. ¿Podría
indicarme el camino?
Aquel joven con barba de apenas tres días y rostro vitalista, vestía
los colores inconfundibles de la columna Miedo, espada, enana daga
también en cinto y un guante en su derecha de cuero, grueso, que
cubría hasta el codo. Cabello largo, castaño, con coleta y bien
cuidado; denotaba aspecto noble pese a encontrarse en claro perdido
en el frondoso bosque, reino de leñadores y bestias.
—Está a las entradas del acuartelamiento, señor. Esta es la
cabaña de los campesinos que trabajan en los mantenimientos de la
empalizada.—Alargando su brazo derecho donde aterrizó ave rapaz de
plumaje blanquecino que parecía un extraño halcón, aún más
grande.—¿A quién buscáis?
—Traigo un mensaje para el capitán Assin, señor.
—Puede entregármelo a mí, gustoso se lo haré llegar.
—Me temo que mis órdenes me impiden esa acción, debo darlo en
mano al valeroso capitán.
Capturó el mensaje sujeto a la pata del ave rapaz braceando para que
retornase a los cielos, desenrollando el diminuto pergamino que leyó
rápido, ergo, con gesto sonriente, guardó el papel aterrizando su
diestra en la empuñadura de su espada sin agarrarla, dedicando toda
su atención al extranjero.
—Insisto, señor; conozco bien al capitán Assin y sé que
no le recibirá al estar en las entrañas bosque cazando. Es un
experto cazador, muy hábil con el arco largo... Se rumorea que puede
hacer blanco en largas distancias; de hecho, aprendió de un viejo
“tamaritano” que sirvió en la columna hace algunos años.
—Debo cumplir mis órdenes.
—No me cabe duda, señor. Los soldados cumplen órdenes, ¿verdad?
No dejó lugar a vacilación, Khor liberó la diminuta
ballesta disparando contra el joven con endiablada velocidad, siendo
interceptada la asesina saeta untada en veneno por una flecha venida
desde la densa vegetación.
—¡Qué diantres!
El joven se deshizo del guante desenvainando acero ralentizado, sin
prisas, esperando que su adversario hiciera lo propio con la
intención de cruzar duelo sin ventajas. Mientras una joven
encapuchada escapó de la vegetación con arco largo entre las manos
acomodándose en la gran roca, donde rescató de sus bolsillos un
puñado de cacahuetes, soltando:
—Apuesto tres ducados y una ronda de hidromiel a que volvéis
advertir movimiento estocada, siempre pecáis de esa absurda
levantada de hombro, Assin, es vuestro punto débil.
—Mi bella señora; si vais advirtiendo al enemigo, restáis
posibilidades de éxito.
—¿Vos? ¿Un niñato es el Capitán que tanto preocupa a mi
señor?, será como un abrir y cerrar de ojos, pequeño.—Descubriendo
el hierro y dejando caer su letal punta contra la tierra.—¿Estáis
preparado para morir?
—¿Por qué todos los que cruzan espadas conmigo lo dan por
hecho?—Rotando la muñeca de su armada diestra mientras mostraba la
otra palma al enemigo.—Me subestiman, ¿por qué?
La encapuchada descubrió su cabeza enseñando hermoso cabello
penumbra tanto como rostro divino, globosos labios que recibían el
cacahuete para que su blanca dentadura quebrase las cáscaras del
asado, mofó.
—Parecéis un niño de teta, Capitán; es un punto a vuestro favor,
si se confían bajan la guardia y arremeten sin
precauciones.—Devorando jocosa el fruto seco.—Es más, espero que
este dure lo suficiente, en el último duelo me quede con ganas, lo
ensartasteis demasiado rápido. Y como os dije, espero que en las
dulces batallas de alcoba no seáis tan rápido, Assin.
Su cara lo dijo todo, bajó la espada mirando de reojo a su atractiva
compañera, “devora cacahuetes”, en claro gesto disconforme,
obviando el peligro que se cernía sobre él.
—Sois injusta, Adelha, me acerco con canto ronroneo a
vuestras carnes y me rechazáis; entablo duelo con cualquiera y me
provocáis. No sé por dónde cogerla, señora...—Siendo
interrumpido por la carga desproporcionada de Khor.
—¡Hasta nunca!—Gritó asestando de arriba abajo con el acero,
aunque lo esquivó fácilmente el jovenzuelo.
—Y hasta aquí el duelo de hoy.—Susurró atravesando con su
espada el costado del experimentado asesino.
Ya es un hecho, las tropas del conde avanzan hacia la capital del
reino mientras la columna Miedo se prepara para la batalla.
La enigmática princesa del norte anda desaparecida, ¿cuál es el
objetivo real de la insurrección? Coronado Tizón.
Nada es lo que parece hundido el reino entre brumas, el choque de
ambos ejércitos se acerca irremediable; no te pierdas el penúltimo
capítulo 9º de la primera parte de la saga. Gracias por leer mi
humilde literatura, y no dejes de ser feliz, ¿de acuerdo? Un sincero
abrazo.
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