REY MALDITO por Dadelhos Pérez.
Capítulo 9º, “La batalla del llano 1.”
Quinientos hombres con vestiduras penumbra bajo el estandarte de la
columna Miedo, cruzaron el enorme secano hasta la ribera del
monumental río, allá en el Ducado del llano donde permanecía
el bastión gobernado por el sibarita refinado el duque Duplóh,
que resguardaba el único puente que cruzaba “la bestia”,
como llamaban al río de caudales enervados, muriendo a las puertas
de la alta, el camino más corto hasta la capital del reino,
por lo tanto, un punto estratégico.
Acamparon en la colina, a poco más de quinientas yardas de las
murallas, con la intención de mandar emisario para asegurarse de la
adicción del refinado a la corona. No obstante, el viejo lobo de
guerra, duque del Serrado, confiaba en que la guarnición del
llano sucumbiera ante la fama bélica recitada por todos y
cada uno de los juglares del reino. Por ese motivo, ordenó mantener
todos los estandartes erguidos noche y día mientras discernía quién
de sus mandos entablaría contacto con Duplóh.
—Excelencia, dejad que negocie en vuestro nombre. Aunque mis formas
rayen en cierto mal gusto, mi padre me enseñó el don de la oratoria
cuando era zagal.—Se propuso a sí mismo el gigante galo.—Doy mi
palabra que no llamaré Sarasa al invertido que gobierna el bastión.
Siendo interrumpidos por el Capitán Assín y su superior, la
dulce Adelha, entrando en la tienda mando ante la mirada
cautiva de Rigodón al ver a la hermosa joven de lisos
cabellos noche.
—¡Santo sepulcro! Estoy viendo visiones porque todavía no comencé
con el hidromiel.—Acercándose a la bella para arrodillarse
ofreciéndole su amada “embelesada”.—Veinte años más
joven, reina Valquiria, pero os reconozco... Majestad.
—Mi señor, ¿de dónde saca nuestros nuevos reclutas? ¿Del pozo
loco?—Ironizó Assin ante el incomprensible reaccionar del
gigante.
—Puede, pequeño renacuajo; puede que me reclutaran de la locura,
me es grata cuando frente a la “embelesada” presentan
hierros furiosos que acaban inertes y bañados en la sangre de
quienes los presentaron. Aunque a vos, a vos lo reclutaron de la teta
de vuestra madre hace apenas dos suspiros.—Levantando del suelo
para encarar al joven capitán que no dejó de sonreír.
—No me impresiona vuestra alzada, gigante. Me vence la pestilencia
de vuestras fauces camufladas tras tan descuidada barba, apesta.
—Os ruego disciplina. Vos, Assin, siempre jugueteando con
cualquiera confiado en esa destreza hechizo cuando esgrimís hierro.
Un día de estos tropezaréis con idéntico si no mejor, hijo.
¿Cuántas veces os lo tengo que decir?—Detuvo la tontuna de los
tontos jugando al gallo del corral.—Y vos, Rigodón, puede
que no os conozca lo suficiente, siendo evidente vuestra pasión por
sesgar vida en duelo y siempre tras chufla...
—O trago, excelencia.—Confesó apartándose del joven varios
pasos.
Calmó las aguas revueltas en las entrañas de la tienda mando,
declinando su decisión de nombrar representante negociador de la
columna miedo al Capitán Assin y a Rigodón, no sin
antes expresar su predilección por Adelha, aun no
escogiéndola por mera precaución...
—... Todos somos prescindibles menos ella. Mañana al alba
partiréis al bastión del llano. Retiraos.
El estandarte real hondeaba en el alto torre tras las fortificaciones
del Llano de donde podían distinguir numerosos efectivos apostados
en sus murallas. El lobo de guerra sospechaba que los de adentro
jugaban con las mismas bazas que ellos, indecisos ante el
desconcierto de no saber a ciencia cierta si los numerosos de las
colinas eran afines o insurrectos. Y plantado bajo el estrellado en
su típica pose de cruzar brazos y acariciar su poblada barba
encanecida por completo, observaba el bastión, eje vital para la
protección del Alta, consciente de que si los insurrectos dominaban
la plaza poco podía hacer con sus quinientos efectivos y sin
catapultas ni arietes, los cuales, le costaría construir más de una
semana al no disponer de arboleda cercana. A sus espaldas el vasto
inhóspito de matorrales moribundos, piedras y yermas tierras;
enfrente, las murallas del Llano que sobre guardaban la ciudad
yacente a la orilla de la “bestia”. Buscaba en su coleto
como conquistar la plaza adoptando la peor de las posibilidades,
cayendo una y otra vez en la misma cuenta, con las fuerzas
disponibles era un imposible, suicidio frente al punto vital del
reino en el norte del país.
—Mi señor, debería mandar emisarios al bastión noroeste en el
ducado de Dorth. Necesitamos más efectivos.—Aconsejó
Adelha desde las espaldas del anciano general.—La
incertidumbre de no conocer al enemigo nos puede conducir a encerrona
si avanzamos en la toma del bastión.
—Lo sé, mi carismática guerrera. Vuestra madre ordenó el avance
hacia la capital del reino... Aunque pienso que es un tremendo error.
—¿A qué os referís?
—Una columna de quinientos hombres sin bastión, Adelha.
Dejamos la guarnición del Serrado bajo mínimos en la
frontera.—Diese la vuelta mirando a los ojos con gesto
inquieto.—Los ejércitos del norte podrían tomar fácilmente el
Serrado, un valioso punto estratégico para la conquista del reino,
inmejorable oportunidad para el señor de la guerra, Gorín.
Si Dorth avanza con todos sus efectivos hacia aquí; decidme,
¿quién protege la frontera norte?
—Es fuerza mayor, señor. Si no sofocamos la insurrección, no
habrá fronteras que proteger.
Alba despuntó con agradables primeras luces anunciantes de día
despejado, raso celeste en mancha mínimas de parcas nubes
extraviadas que lo surcaban veloces en su viaje eternizado. Mientras
el valeroso capitán recibía las últimas indicaciones de su
superior Adelha, en tono más que preocupado a pies de la
senda que conducía a las puertas de la ciudadela. Assin,
montó en su corcel pinto esperando al gigante galo para partir.
—¿Por qué lleva un barril a lomos del caballo?—Preguntó tras
ver al enorme y opulento corcel de Rigodón que se acercaba
ralentizado.
—No hagáis caso del excéntrico, capitán. Pese a sus conocidas
adicciones, es la mejor baza para vuestra misión.—Dijo Lobo de
guerra alcanzando la montura del joven.—Recordad, si caéis en
encerrona dejad que el galo haga de las suyas y regresad a ser
posible. El bravo gigante cubrirá vuestra retirada.
—Sí, renacuajo; cabalgad rápido para movilizar a la columna
Miedo. Si os entretenéis, posiblemente acabe con toda la
guarnición, sentándome en cualquier rincón reinado por apacible
sombra y liquide mi barril de hidromiel convertido en el héroe que
salvó al reino.
Assin, acercó cabeza desde lo alto de su bestia hacia el
general que mostraba sonrisa tras la vanagloria del enorme, para
decirle entre susurros:
—¿Confía en él? Fijaos bien, señor. Es un bocazas presuntuoso y
esclavo del hidromiel.
—Partid.—Dándole un pergamino lacrado sin abandonar gesto
diversión.
La bandera blanca que portaba el joven alertó a la guardia que no
tardó en avisar al señor de aquellas tierras, el cual, tras
adecentarse en sus pomposos aposentos, ordenó que dejaran entrar a
la extraña pareja de guerreros obviando, por creer fuere
exageración, las advertencias del custodio que insistía en que se
acercaba un caballero y un gigante.
—Que esperen en la sala principal, soldado.—Maquillando su cara
con extraños polvos blanquecinos cual dama aun sin serlo,
mofó.—¡Gigantes!
Dentro del acuartelamiento pudieron comprobar que las fuerzas del
Llano triplicaban a las suyas. Siete catapultas montadas al lado de
pilas irregulares de roca, junto a los cerca de un millar de
efectivos con inmejorables pertrecho defendían la muralla principal,
sin advertir las otras más alejadas. Por ese motivo Rigodón
soltó entre dientes:
—Espero que sean fieles a la corona.
Cruzaron interminable pasillo engalanado con las mejores telas,
lienzos, estatuas de bronce y diferentes armas, hasta alcanzar la
sala principal de la plaza que albergaba idéntico glamour, aun
desprovista de mueble alguno, exceptuando el trono presidencial de
esqueleto oro y telas escarlatas. Un vasto habitáculo rectangular
con varias troneras en lo más alto, inaccesible a no ser que
subieran las escalinatas que subieron los ballesteros apostados en lo
alto.
Plantados a pocos metros del presidencial trono custodiados por
varios alabarderos, sonó campana entrando por un lateral varios
jóvenes con atuendos afeminados que se tumbaron cerca del sillón
soltero. Segundos después y a paso más que amanerado, entró el
señor del Llano exagerando movimientos de cadera y con un
diminuto pañuelo de sedas anudado en su meñique, que lo hacía
danzar a cada tranco invertido hasta acomodarse en el trono.
Anunciaron:
—El duque Duplóh de la casa celeste, guerrero insignia del
reino esmeralda. Defensor de la corona y héroe de guerra
condecorado. Propietario de la verdad justa y siervo de nuestro padre
celestial.
—¿Es una dama?—Preguntó el galo en voz baja al capitán.
—No, no es una dama. No abráis el pico y dejad la negociación en
mis manos.
—¿De verdad que no es una dama?—Insistió siendo interrumpidos
por el noble.
—Esperaba recibir a mi fiel amigo, el duque del Serrado. Ya
que mi estatus lo exige y la necesidad de conocer su intención
respecto a la insurrección...
—Señor, soy el capitán Assin, emisario de mi general;
siente no poder venir por culpa de cierta fiebre aun leve, y me envía
para hacedle saber su adicción incondicional a su buen amigo, el
duque de los Llanos, señor.
—O señora.—Chismorreó casi inaudible Rigodón.—Nunca
jamás vi tan esperpento, se mueve cual dama, se viste cual dama, se
pinta cual dama sin serlo. Éste si merece que le llame Sarasa...
—¿Cómo dice, gigante?
—Nada, señoría.
—¿Por qué porta un barril? ¿Acaso es algún presente que me
traéis?
—No, señoría. Es mi hidromiel, los sanadores me diagnosticaron
tontuna suplicando encarecidos que bebiese tanto hidromiel como me
fuera posible. Y siempre la llevo encima, por necesidad imperiosa y
neta en tratamiento sanador.
—¡Vamos! Un adicto al brebaje. ¿Tenéis más adicciones? Puede
que compartamos alguna, sería una coincidencia que alegraría mi
aburrido diario.—Desviando mirada a uno de los extraños jóvenes
tumbado a su alrededor.—Nunca experimenté con gigantes.
—Si no es mucho pedir, me gustaría acomodar mis posaderas en
silla, señor. A ser posible de gruesa madera inexpugnable.—Con más
tiño de mofa.—Mis sumideros solo expulsan, señoría, no tragan.
—No os preocupéis, tendremos tiempo para hablar de sus sumideros
cuando esclarezcamos la odiosa traición. Antes de nada, me gustaría
ver sus credenciales y saber el postulado del duque.
La conversa no dio para más tras mostrar su adicción incondicional
al rey Godofredo, entrando en la ciudadela la temible columna
Miedo y reuniéndose los señores de ambos ejércitos para
planificar la toma de “la alta”. Aunque nuevos vientos maléficos
soplaron sobre el inexpugnable bastión cuando entró sin aliento el
suboficial de guardia, anunciando la llegada de ingente ejército
bajo el estandarte del duque Dorth...
—A golpe de vista, mi señor, diría que son más de cinco mil
efectivos.
Todos salieron al palco divisando las exageradas fuerzas de Dorth
en sepulcro silencio...
—¿Cómo ha podido reunir tan monumental milicia?—Retórico y a
media voz dejó escapar el lobo de guerra.
—Señores, ahí nuestro verdadero enemigo. Dorth no disponía
más que de quinientos hombres. Sin duda alguien aportó el resto, el
cabecilla de la insurrección, quizás.—Sentenció Adelha
agarrando la empuñadura de su espada con brío.
Llega por fin la batalla que dirimirá el futuro del reino; Dorth
y su imposible ejército acampa en las inmediaciones del amurallado
enviando emisario jinete, el cual, todo hace sospechar, trae la hora
fuego solicitando la rendición de la plaza incondicionalmente.
¿Dónde está la princesa de cabello cobrizo? ¿Serán capaces de
resistir y vencer al impasible Dorth? ¿Rendirán acero frente
a la imposible victoria?
Dentro de muy poco, el último capítulo de esta primera parte, el
10º, aquí mismo...
Y otra importante como inquietante incógnita: ¿el duque Duplóh
indagará en los sumideros del galo Rigodón?
Gracias por leer mi humilde literatura que solo pretende entretener;
y recuerda, sé feliz siempre, no te pongas escusas. Un cordial
saludo, familia.
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