La
rata Isidora
Cuentos,
hijo; cuentos hay tantos como personas en la faz terrestre sumadas a
esas otras que no pisan suelo, sino, descansan bajo él. Muchos
escuché siendo zagal, más o menos de tu edad, cuando recorría las
calles de la aldea con vara cual espada hasta la plazoleta, donde
sigue impasible la vieja piedra grisácea de la seca fuente.
Tienes
suerte, ya que tu abuelo aprendió los malos y los buenos sin cambiar
coma, eran tiempos afables para mí, como lo son ahora para ti.
― ¿Qué
historia me vas a contar hoy?
Te
contaré un secreto antes de emprender nuestro momento, todas los
cuentos terminan en moraleja casi pareja, muchacho; así que se puede
decir que todas las fábulas se resumen en una.
― Eso
no es verdad. Están los cuentos de piratas tuertos con parche en el
ojo, loro parlanchín al hombro y pata palo. Ah, y una espada enorme
que corta mucho antes de llegar a tocar la piel. Me lo contaste ayer,
¿te acuerdas?
Cómo
olvidarlo, te pasaste toda la tarde con el pañuelo de tu abuela
atado a la cabeza, saltando de un lado a otro esgrimiendo cual espada
mi viejo bastón. Casi nos dan las uvas intentando convencerte que
tocaba dormir.
― Es
que me gustó cuando el pirata barba
afeitada se convertía en
bueno. Hasta ayer, todos los cuentos que escuché tenían buenos
desde principio a fin, y malos malvados, abuelo. Pero nunca oí uno
como el tuyo. Malo que secuestra y mata convertido en bueno por
hacerse amigo del niño.
Es
cierto, en la escuela os enseñan el blanco y negro olvidando esas
otras tonalidades que imperan en la vida…
― ¿Qué?
Nada,
hijo. Nada. ¿Te cuento la historia de hoy?
― ¡Claro!
Empieza como empezaste la de ayer. Pero no hagas trampas, cuéntame
uno nuevo.
Te
contaré el más nuevo de todos los nuevos que sé, teniendo en
cuenta que soy un viejo cascarrabias que podría competir con
Matusalén…
― ¿Con
quién?
No
importa. Anda, siéntate en la silla y deja el bastón tranquilo. Te
contaré la increíble aventura de la rata Isidora,
más conocida como “la
cotorra” al no poder
parar de hablar…
― Abuelo,
las ratas no hablan.
Ni
los barcos piratas vuelan, hijo. ¿Verdad?
― Vale,
atiendo. Pero espero que tenga miedo aunque sin sustos, vale. Porque
los sustos me asustan dándome miedo.
No
te preocupes que entendí a la perfección tu curiosa demanda, tomo
nota, aire y aliento (siguiendo extraño razonar redundo) más...
Érase
una de tantas sendas en iguales aldeas de cualquier lugar del mundo
conocido y del otro; ese invisible para el hombre y sólo accesible
al reino animal que en convivencia perfecta gracias a su escondite
mágico, se mantenía con todo su esplendor, incorrupto. Aunque donde
vida hubiere, reza el viejo refrán, muerte poblara. Y con esto no
quiero más que señalar lo oscuro anidado en lo puro del paraíso.
¡¡¡Grandes
garras de oso encolerizado, fauces voraces y rugido averno!!!
― Abuelo,
me da miedo.
De
acuerdo… Un travieso oso de trapo viejo y desdentado, con ojos
botones pardos, saltones, aun sin escapar de la cara y cosidos por la
anciana de la cabaña del cerro… Aquella vieja que paseaba al alba
recogiendo yerbas para mezclarlas en hervor y embotellarlas en
arcaicos tarros de vino rancio, el mismo que nunca bebió al ser
abstemia desechando el licor por el sumidero…
Trapo
(que así se llamaba) vivía agazapado en la ladera donde nacía el
bosque encantado para los humanos que no podían ver el paraíso
ensoñado, donde un diminuto castillo construido con palillos e hilo
vulgar, erigía en lo alto del árbol más veterano, justo en la rama
enorme que alcanzaba sus gemelas coníferas. Dicho de forma sencilla,
las copas arboleda, tupidas, que apenas dejaban pasar los rayos del
sol.
Reina
reinaba, pelo grisáceo, ojos negros, cola pelada y larga como día
sin pan; más los ratoneros dientes tan blancos que daba la impresión
que emanaba luz frente a tanto fulgor dentífrico, aunque no recuerdo
la marca.
El
Trapo,
que ya te dejo claro que es el malo, llevaba semanas robando las
sabrosas bayas del huerto real, así como galletas, mazapán, uvas
pasas, chocolate suizo, algún litro de cola, varios kilos de
caramelos, chuches a granel, turrón duro y blando, tres botes de
leche condensada y cincuenta barras de pan. Todo un despropósito que
mermó las arcas imperiales conduciendo al sacro pueblo ratón casi a
la extinción por hambre… Y a este desmán hay que añadir los
helados de pistacho, el arroz al horno que sobró en el último
jolgorio, la horchata de chufa y las chufas a remojo de la fábrica
ratonera instalada en el enorme tronco, bajo el castillo palillo que
ya te mencioné.
Tratos
tuvieron lugar con el reino vecino de las abejas miel, que al no ser
molestadas por Trapo,
declinaron trazar treta que detuviera la sangría alimenticia que
engordaba y engordaba la enorme tripa del haraposo. Obligando a la
monarca a lo que le obligó.
Nadie
se atrevió a dar paso al frente, cuando la regente solicitó
voluntarios para cazar al ladrón. Colas quietas, casi inertes, y
miradas hundidas en el palo trenzado con hilo de coser que constituía
el todo del edificio. Cuando salto diera el más joven de los
roedores, gritando animoso que idea le llegó con solución viable,
al recordar las hazañas que le contaran sobre la valiente rata
Isidora.
―Venció
al terrible gato de la cabaña del cerro, majestad. No se sabe cómo,
pero al tercer día el felino recogió su ovillo de juegos
desapareciendo de la comarca.
―Necesitamos
un guerrero hábil con el manejo de la espada alfiler y astuto;
recordad que nos enfrentamos a Trapo
y su voraz apetito… Cuentan que las piedras que faltan en nuestra
senda bosque se las zampó, eso sí, después de atiborrarse de higos
chungos en el desarbolado del este. Enviar rata podría confundir al
oso que en vez de divisar peligro atisbara bocadillo corredor.
― ¿Si
al gato pudo vencer teniendo en cuenta a la astuta dueña de la casa,
complicada amenaza?; ¿qué puede temer de un oso de peluche?
Sonaron
campanas celebración mientras la elegida trepaba el tronco hasta el
balcón presidencia de la emperatriz ratón, siendo aclamada por
multitud de roedores tan esperanzados por la increíble solución
como delgados por culpa de la inanición provocada por el glotón
obeso.
―Prometo
promesa ante la ciudad ratonera, aquí en el alto balcón junto a su
majestad la reina señora con corona pues fue coronada…―Comenzara
discurso que no acababa.
― ¿De
qué habla? ¿A qué se refiere?― Murmuró su alteza impaciente.
―… Me
gusta gustar tras gustarme frente al reflejo sin eco y a luz
templada, siempre antes del alba si la estación es otoñal y anda
triste el día. Porque acaba soltando lluvia fina que moja mi moño
perfecto que costó cuatro bocados de parmesano en la peluquería de
Cantimplora,
esa astuta rata que no agrada y se disfraza de mapache, perdiéndose
en los arbustos noche de los adoradores de bayas…
―¡¡¡Basta!!!―
Impuso orden ganada por dolor de cabeza ante el inri
insustancial.―Marchad en busca del ladrón y desterradlo del reino,
rata Isidora.
Si lo hiciereis posible os concederé una bola entera de queso
holandés de importación. Nada de sucedáneo fabricado en la estepa
africana y envasado en la España pandereta con etiqueta “made
in Holanda”.
Pasillo
formaron los más de trescientos famélicos por donde paseó
orgullosa la rata cotorra hasta alcanzar el camino, bordeando charca
y saltando pequeña rama, dejó la muchedumbre galopando cual caballo
aun siendo roedor, hasta salir del bosque encantado y entrar en la
desencantada ladera.
Lo
primero que advirtió fueron cortezas de plátano, envoltorios de
caramelos, migas de pan blanco, latas vacías de refresco, palos
plástico de piruleta, granos de arroz, envases cartón de turrón
duro, blando, tres yemas, yema tostada, chocolate, chocolate
crujiente, coco, Jijona… Un momento, espera, también restos de
bombón y fruta variada, al menos es lo que leyó en la caja vacía
que resistía al viento frenada entre piedra y simple matorral.
― ¿Quién
anda ahí?― Grave, gravísima voz que brotó de los adentros cueva,
donde figuraba un buzón con la leyenda “Casa del señor Trapo,
alias el oso o botones
para los amigos.”
―Soy
la rata Isidora,
vengo de parte de la reina que impera en su reinado bosque, todo
recto a la derecha, y luego, tres saltos: uno grande para esquivar
piedra, uno largo para el charco, y el último… Bueno, ese lo di
porque me gusta saltar aunque tú también lo puedes dar. Pero no es
obligado...
― ¿Cómo?
―Haz
lo que quieras, al fin y al cabo estás en tu casa. Pero esa enorme
tripa que calzas tiene mala pinta. Comer a deshoras trae grasas,
engorda. Mejor aguanta hasta la cena y no meriendes… El régimen de
no comer aun bebiendo siempre que azúcar no tenga, te iría bien.
―No,
no. No. Me refiero a quién diantres eres.
―Cómo
dijiste comer.
―Dije;
¿cómo?
―Y
yo te contesté; mejor espera a la cena y no meriendes… ¿Recuerdas
o estas sordo? Porque si padeces sordera tengo un remedio que remedia
remediando la nula audición, si fuere el caso, o aumenta la calidad
de la misma si es a medias la sordera... Teniendo en cuenta el grado
de atención que pongas, a veces no atender se confunde con sordera y
nada de eso, el despiste es despiste y lo del oído lo otro, lo otro
que estamos hablando mientras hablamos ahora, ahora mismito. No
quiero confundir, amigo oso. Tengo respuestas, es cierto, pero
también tengo cuestiones (puede que debiera esperar hasta lograr o
terminar la misión que me fue encomendada) No haría mal a nadie
conversando contigo un ratito grande adonde…
― ¡Estás
cómo un cencerro! Márchate de aquí.
― Me
gustaría aunque vengo por venir tras el acuerdo acordado con su
alteza, no es alteza por alta, ¿sabes? En realidad es más enana que
yo y tiene celulitis. Ella cree que no me doy cuenta, se pone esos
anchos que tapan mucho pero cuando camina, se abren las aperturas y
¡¡¡chachá!!! La celulitis. Y va teñida, se aprecia en las raíces
de los pelos de las narices. Para ser una reina no acude a buena
peluquería, seguro que va a la de Cantimplora,
esa travestida de mapache
y enganchada a las bayas… Zumos de bayas, bayas con yogur, yogur de
bayas, macedonia de bayas, bayas con mantequilla sobre tostada;
mermelada de bayas, licor de bayas, bayas al vapor, bocadillo de
sirope de bayas, arroz con pimientos y bayas; paella de bayas;
chuletón salteado con setas terreras y bayas de temporada alta,
rociado con polvo estrella de jengibre al toque de sal gorda… Y no
me preguntes que sólo recuerdo dos gotas manchando el plato donde
descansaba un delgaducho chuletón que era chuletilla, todo hueso, y
una baya cual guinda. ¡Qué mal gusto tenían en aquel restaurante!
Sin mencionar el servicio que andaba colocando trampas en los
rincones para cazarme, cuando yo siempre accedía en plena noche por
el centro sala, cosa clara fue lo estridente del color de sus paredes
de naranja fosforito y techo verde, menuda locura. Ni que fuera obra
del cura borracho, el del templo solitario a tres días de aquí, eso
sí, si la marcha es al trote y no explorando; que si veo mariposa me
entretengo, mira como vuelan las abejas, ¿estarán los peces dentro
del río o ahora que no miro andan fuera? Tomando el sol, por
ejemplo, mejor lo compruebo…
Así
estuvo, cotorreando durante tres días con sus noches, impidiendo
dormir al enfurecido oso de peluche que terminó agarrando su macuto
para regresar a la casa del cerro junto a su dueña.
Volvió
victoriosa al castillo palillo entre clamores de sus habitantes,
tanto fue la alegría que prepararon la celebración más
impresionante que nunca jamás se preparara en el reino ratón.
Mira
que les costó partir la sandía traída desde las fértiles tierras
labranza, trayecto que empleó semanas sino meses. Y cuando la
abrieron sus tripas andaban blancas imperando desánimo entre el
populacho hambriento. Fue entonces cuando Isidora
compartió su bola de queso recompensa que descansaba sobre la base
piedra que ejercía de tabla, y agradecidos, insistió la muchedumbre
en que hablara la heroína al son que negaba con la cabeza la reina,
eso sí, sin pronunciar palabra.
―Fue
en tarde moribunda casi besando al intermedio crepúsculo en el
tercer día.―Comenzó la latosa pesada.―Le explicaba como pintar
un mural sin lienzo ni pinturas al terco oso, el cual, negaba con la
cabeza tapando sus orejas y cerrando ojos… No podía creer que no
supiera trazar pincelada invisible en el tamiz viento… De momento,
pregunté si tenía sed de beber, por supuesto, fui sensata y
especifiqué dejando claro y tendido en el hilo evidencia, que no me
refería a la sed de alma o consciencia sino a la física del beber.
Cuando terminé mi escueta pregunta aliñada con argumento expresado
con sumo tacto, voz delicadeza y gesto siempre cordial… Miré y
miré… Debajo de las latas consumidas y entre las migas del pan;
dentro de los envases cartón, entre las cáscaras de melón, en la
cueva, en el buzón… Y nada, no estaba, se esfumó sin humo o ruido
que me advirtiera de su quehacer extraño, no lo critico pues me
suele pasar aunque no logro encontrar el motivo…
Cuando
la rata alzó mirada descubriera lo que siempre descubrió…
―
¿El qué, abuelo?
―La
soledad, hijo, la soledad… Todos los ratones, hormigas, pájaros,
viento, rutinas, agua, pan, frutas, quesos…. Todos se marcharon
corriendo dejando sola a la rata cotorra que siguió hablando y
hablando hasta que le entró el sueño. Para dormirse y soñar que
hablaba y hablaba y no paraba de hablar…
―No
entiendo el final, es raro.
―Tan
raro como oso de peluche zampándose lo que se zampó sin tener boca,
dientes y estómago… Lo cierto, que esta es la leyenda del por qué
las ratas de todo el planeta que se encuentran en todos lados, donde
incluyo los barcos y aviones, hablan con ese agudo y molesto tono…
Sin embargo, deja que te diga que no quedó sola, al principio
cabizbaja le explicaba a la nada con molesto tono mientras caminaba,
alcanzando el alto cerro, y por lo tanto la vieja casa donde se
instaló en el granero.
―Suena
a comienzo, no a final.
―Cierto,
chiquillo; de hecho eso mismo es pues comenzaron andanzas imposibles
a lomos de bestias desconocidas. Cruzando desiertos plagados de
lagartos fosforito, serpientes con patas, es decir, ciempiés
gigantes. Algunas aventuras a bordo de veleros y otras, las más
escandalosas, conduciendo bicicletas por el mar… Pero son otras
leyendas de la rata Isidora
y su sordo amigo el oso harapo, que mañana mismo te contaré en
nuestro agradable rato de la tarde, como hoy o ayer.
―Gracias,
abuelo; me encantan tus historietas. ¿Me dejas el bastón para
jugar?
―Tuyo
es.
© La Ranura de la Puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.