CANTARES
DEL PALADÍN BASTARDO por Dadelhos Pérez
No somos lo que
fuimos allá en los marcos inconscientes donde lo imprudente marca
sentidos cual adverso del nulo ficticio. Dioses mortales en cielos
llameados por hielos que queman mientras deseos rinden hincando
rodilla, prestando nuca al verdugo, esperando lo malo que fuere por
pensamiento cobarde; pues no pisar la senda del acto nos convierte en
tanto que resta hasta quedar aislados en nuestros paraísos humos.
No penséis que
divago agarrando bellas palabras que cuentan ambiguas el sentir
encontrado que tenaz conquistara mis presentes, nada de eso. Sólo es
parte indivisible de quien soy en estos momentos aun brumas
intervengan impidiendo visión clara; puesto que la claridad la
entiendo cual enfrentamiento contra la incertidumbre tan necesaria en
mis segundos existencia. Dicho esto, confesado y desnudo en alma que
vaga errando por parajes tan bellos como inciertos. Dejad que preste
mi presencia en roce caricia con susurro cántico acercando mis
sedientos labios al manantial de vuestra oreja, recitando los lloros
que fueron hasta este preciso instante. Soy la miel sin abeja que
labra, soy el miedo del valiente, una constante intermitente que
clama besar vuestros labios sin importarle pérdida o castigo que
reviniera por pasión descontrolada, al ser vos reina y yo pagano…
—No sigáis,
señor. Vuestras pretensiones os conducirán…
Donde amanece mi
mirada prendada por el candil guía de vuestros ojos esmeralda, mi
reina. No existe más naturaleza que aquella que empuja adentros en
favor de encuentros con corazón entrega, sin importar perder la vida
al ser insípida de no caminar hacia vuestro atino. Os ruego una
negativa, rechazad mi descaro y marcharé por donde vine sin agregar
lamento, mirada o súplica. De lo contrario, si así fuere, anidad
sin compromiso en roce sincero y volemos hasta las estrellas ajenas a
leyes y credos del hombre. Puesto que amar es la única ley que
debiera regir los vastos imperios de peleles adormecidos por el
subyugo despiadado de quien pretende prevalecer dando espalda a la
belleza presente, a sus adentros celestiales, a su voz dulzura que
inspira locura atando a éste pagano… Besadme, señora.
—No. Marchad,
buscad en cualquier otra…
Si habla vuestro
corazón, marcharé sin mediar más que aquello que expuse entregado.
No temáis pues la pérdida es mía y no vuestra.
— ¡Esperad!
No hago otra cosa
desde que vislumbre el paraíso en usted, señora. Una espera que
desespera aun imponiéndome la paciencia necesaria, que como soga de
condenado; resta aire, ahoga sentidos, argumentos e ingente lista
mundana que conduce una y otra vez hasta este momento, este segundo,
este universo que ruge contacto eternizando beso sin importar lecho,
lugar, sentido, sinsentido… Si amor diera, dierais, diéramos…
Compartirnos, amarnos…
“… Dulce elixir
que contamina negatividad, embarca emotividad vida entre vivos que
mal caminaban por la senda de la privación. Ella recogió el guante
del pagano posando sus delicadas manos sobre su pecho al son
amartelado del destello amor que iluminó primero sus ojos zarcos,
luego a su benefactor para terminar cual estrella poderosa invadiendo
la estancia recogida cual lecho prohibido. En el segundo que detuvo
al mundo entero, incluyendo también las almas que estuvieron y ahora
vagan. Pues de la pasión entre enamorados del sentir coaccionado
bajo las clases pudientes y esas otras; un pagano perdido en el
océano divino que despierta vida acelerando corazón, hirviendo
sangre, erizando bellos, compartiendo beso aceptado tanto como
deseado por la noble hermosa… Que tan linda cosa casara en el mundo
siempre a la deriva; que de ellos nació nueva vida a la que todo el
mundo llamaba bastardo, aunque me place narrar la historia amatoria
de mi padre valiente y mi madre, la reina más hermosa de los reinos
del hombre, los de Dios y los que pudieran existir en la bóveda cual
envoltorio de nuestro mundo…”
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