ARRUGA
por
Dadelhos Pérez
Rigen destinos en aquellos que obran frente encrucijada
escribiendo la ventura de sus pasos, que a la postre, se transforma
en comentarios más o menos aburridos cuando las arrugas terminan de
conquistar la tersa, y me refiero a la piel, por supuesto. Puedes
mirar hacia atrás tantas veces como gustes siendo zagal casi recién
destetado, porque cuando los cuándo se amontonen revenidos en
cuantos frente al espejo de cada mañana, esas ojeadas niñas te
parecerán mendaces frente a las distancias ingentes que recorre tu
cabeza rebuscando en el baúl de los recuerdos, esos que danzan
reinantes cual estilo único de vida. Lo que dicen acerca de vivir en
el pasado, pasado (…) en eso me he convertido.
— No será para
tanto, abuelo.
Para tantos pocos que siguen respirando, hijo. A veces
es mejor terminar al unísono abandonando la butaca de la vida para
no contemplar las soledades que van anegando lo que fue mi universo,
somos parte indisociable de un todo singular, por desgracia. Pero así
es el juego que nos permite descubrir las luces de la feria capricho,
o al menos, esa mínima parte que nos deslumbró más. No se vive lo
suficiente para saberlo todo, saborearlo, amarlo o detestarlo. Menuda
magia primera, cuando el vigor ignora la torpe razón dominando los
segundos siempre euforia (incluso cuando cierne noche cerrada en día
despejado e iluminado por el abrazo del astro dios del mediodía)
— No sé qué
coño quieres decir con eso.
No quiero decir nada en concreto, hijo, te mereces
descubrirlo por tu cuenta, degustar las mieles que traen las hieles
para albear nuevas dulces entremezcladas con saladas… El baturrillo
de la existencia…
— Bueno, sólo
quería saber de ti. Mamá no puede venir por culpa del trabajo y
papá (…) ya le conoces. Su mundo ocupa el espacio sideral, y a su
vez, el espacio del espacio sideral. Siento en el alma tener que
decirte lo mismo cada fin de semana. Me encantaría que las cosas
fueran de otra manera, viejo.
No te preocupes, hijo. Tengo la bendición de tenerte
cada domingo y doy gracias por ello. Sabes, me encantan esas
historietas tuyas, tus aventuras en la tétrica madrugada donde todos
los gatos son pardos. Me inspiran cercanía a mí mismo, es como
revivir mis pérdidas de memoria tras las tremendas farras, mucho
antes de conocer a tu abuela. Fui un peligroso inerte, así me
llamaban, sobre todo después de aquella pelea en las fiestas del
barrio. Cierto que sólo recuerdo la música y las caderas de aquella
portentosa andaluza. El resto, bueno, todo, me lo contaron a la
mañana siguiente. Aunque para ser sincero, lo hicieron pasada la
hora del almuerzo. ¿Te lo conté?
— No, abuelo.
Desconocía esa faceta tuya.
Yo fui joven, aunque no te lo parezca por culpa de esta
fachada sin remedio. Y antes, niño, igual que tú, con cierta y
notable ventaja que salta a la vista…
Demencia
en soledad se instaura cual locura incurable, navegando por los
infiernos del adentro sin más afán que perderse y no regresar jamás
al solitario diurno, al asfixiante nocturno, a las horas muertas en
minutos agonizantes sin pronunciar palabra (…) El viejo le contaba
cada domingo la misma historia copiando idénticos gestos y
silenciando rotundo, estatuado, cuando la asquerosa varilla del reloj
de pared marcaba el final del comienzo, o el comienzo abocado a su
tétrico y solitario final allá, mucho más allá del habitáculo
hueso con crucifijo espanto presidiendo pared, en sus mundos
recuerdos que quedan cual reinterpretación de lo que fue para ser lo
que hubiese querido que fuera y acabó abrazando convencido de que
así ocurrió, así lo vivió (o para ser más preciso) así lo sigue
viviendo a cada clic varillero que persigue a su gemelo clac en
compañía perpetua de su amiga postiza, la soledad…
Una
microhistoria decadente que alza noblezas y advierte, tanto a buenos
como a decentes, que no hacer caso no evitará el amargor solitario
en nuestra vejez sentencia. Por lo tanto, amar y aprender de nuestros
mayores no es sólo un privilegio, es un auténtico regalo.
Sin
más tiempo para seguir ensoñando tamboreando teclas como si fuera
un concierto de piano, les deseo cumplidos deseos y sonrisas sinceras
en rostro (al menos una al día) esperando retomar la monotonía para
poder leerles más. Dejo pie de página que me gusta (sin desmerecer
a sus otros hermanos) Hasta entonces… Hasta ahora.
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