jueves, 19 de mayo de 2016

ARRUGA

ARRUGA por Dadelhos Pérez


Rigen destinos en aquellos que obran frente encrucijada escribiendo la ventura de sus pasos, que a la postre, se transforma en comentarios más o menos aburridos cuando las arrugas terminan de conquistar la tersa, y me refiero a la piel, por supuesto. Puedes mirar hacia atrás tantas veces como gustes siendo zagal casi recién destetado, porque cuando los cuándo se amontonen revenidos en cuantos frente al espejo de cada mañana, esas ojeadas niñas te parecerán mendaces frente a las distancias ingentes que recorre tu cabeza rebuscando en el baúl de los recuerdos, esos que danzan reinantes cual estilo único de vida. Lo que dicen acerca de vivir en el pasado, pasado (…) en eso me he convertido.
No será para tanto, abuelo.
Para tantos pocos que siguen respirando, hijo. A veces es mejor terminar al unísono abandonando la butaca de la vida para no contemplar las soledades que van anegando lo que fue mi universo, somos parte indisociable de un todo singular, por desgracia. Pero así es el juego que nos permite descubrir las luces de la feria capricho, o al menos, esa mínima parte que nos deslumbró más. No se vive lo suficiente para saberlo todo, saborearlo, amarlo o detestarlo. Menuda magia primera, cuando el vigor ignora la torpe razón dominando los segundos siempre euforia (incluso cuando cierne noche cerrada en día despejado e iluminado por el abrazo del astro dios del mediodía)
No sé qué coño quieres decir con eso.
No quiero decir nada en concreto, hijo, te mereces descubrirlo por tu cuenta, degustar las mieles que traen las hieles para albear nuevas dulces entremezcladas con saladas… El baturrillo de la existencia…
Bueno, sólo quería saber de ti. Mamá no puede venir por culpa del trabajo y papá (…) ya le conoces. Su mundo ocupa el espacio sideral, y a su vez, el espacio del espacio sideral. Siento en el alma tener que decirte lo mismo cada fin de semana. Me encantaría que las cosas fueran de otra manera, viejo.
No te preocupes, hijo. Tengo la bendición de tenerte cada domingo y doy gracias por ello. Sabes, me encantan esas historietas tuyas, tus aventuras en la tétrica madrugada donde todos los gatos son pardos. Me inspiran cercanía a mí mismo, es como revivir mis pérdidas de memoria tras las tremendas farras, mucho antes de conocer a tu abuela. Fui un peligroso inerte, así me llamaban, sobre todo después de aquella pelea en las fiestas del barrio. Cierto que sólo recuerdo la música y las caderas de aquella portentosa andaluza. El resto, bueno, todo, me lo contaron a la mañana siguiente. Aunque para ser sincero, lo hicieron pasada la hora del almuerzo. ¿Te lo conté?
No, abuelo. Desconocía esa faceta tuya.
Yo fui joven, aunque no te lo parezca por culpa de esta fachada sin remedio. Y antes, niño, igual que tú, con cierta y notable ventaja que salta a la vista…






Demencia en soledad se instaura cual locura incurable, navegando por los infiernos del adentro sin más afán que perderse y no regresar jamás al solitario diurno, al asfixiante nocturno, a las horas muertas en minutos agonizantes sin pronunciar palabra (…) El viejo le contaba cada domingo la misma historia copiando idénticos gestos y silenciando rotundo, estatuado, cuando la asquerosa varilla del reloj de pared marcaba el final del comienzo, o el comienzo abocado a su tétrico y solitario final allá, mucho más allá del habitáculo hueso con crucifijo espanto presidiendo pared, en sus mundos recuerdos que quedan cual reinterpretación de lo que fue para ser lo que hubiese querido que fuera y acabó abrazando convencido de que así ocurrió, así lo vivió (o para ser más preciso) así lo sigue viviendo a cada clic varillero que persigue a su gemelo clac en compañía perpetua de su amiga postiza, la soledad…
Una microhistoria decadente que alza noblezas y advierte, tanto a buenos como a decentes, que no hacer caso no evitará el amargor solitario en nuestra vejez sentencia. Por lo tanto, amar y aprender de nuestros mayores no es sólo un privilegio, es un auténtico regalo.
Sin más tiempo para seguir ensoñando tamboreando teclas como si fuera un concierto de piano, les deseo cumplidos deseos y sonrisas sinceras en rostro (al menos una al día) esperando retomar la monotonía para poder leerles más. Dejo pie de página que me gusta (sin desmerecer a sus otros hermanos) Hasta entonces… Hasta ahora.



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