Cabildo
y la hermosa (Micro relato/drama)
―Antes
que yo bailara lo hicieron otros, es lo que tiene la existencia cuando la
encadenas cronológica, quedando como milésima parte de una centésima de su
alargado porte. Somos maravillados que miran inmensos para descubrir vastos que
los multiplican en nuestro adentro. Pero supongo que nada de esta verborrea le
hará cambiar de opinión, verdad.
´
Y
ella siguió inmóvil, con la mirada congelada en los cielos pincelados por
blancas nubes aun parcas en número. Su silencio puede que otorgara o ignorara
la súplica del viejo jubilado de atracciones divertimento, al estar entregado
frente a lo que supuso era su esprín final en la carrera vida, esa misma que
nunca se gana.
―La
cuestión es que siento gran devoción por usted, siempre paralizada, inmune a
los estragos tanto como a las bellezas que nos depara esta constante que todo
da, que todo da y todo quita. Desde que llegué a la gran ciudad y pisé los
jardines, sus calles, visitando plazuelas que evocan épocas recordadas en los
libros de historia (…) Aunque nada se compara a su saber estar, esa mirada
inerte que contiene el momento, su momento (…) Supongo que debió colmarla de
felicidad de tal manera que decidió congelar segundo, burlar el tiempo, para
mantener viva la sensación que la convirtió en la más hermosas de las divas.
Con
las manos buscando horizonte y sonrisa amiga en su tez redonda, hermosa, única,
atrayente. No mostraba reacción alguna a las palabras nada susurradas del
vestido en riguroso olvido, tanto, que ni siquiera era capaz de decir el color
de sus prendas sin detenerse a mirarlas.
―
¡Viejo! Deje ya de hablar con la estatua. Es piedra, sólo piedra, no tiene
vida.
―Lo
mismo piensan las rocas de nosotros, maldito ignorante. ¿Por qué no haces lo
tuyo y me dejas hacer lo mío?
―Es
un triste sin remedio, todas las mañanas la misma monserga. Se planta frente a
la fuente y suelta carcasa de idioteces.―Recogiendo sus bártulos de barrendero
desganado que sólo sabía ofrecer desgana.― ¡Búsquese alguien de verdad! Más que
sea pagando.
La
remota posibilidad de hallar contesta en el imposible de cada domingo por la
mañana, debiera haber parado su arrojo desmesurado aun nunca tildado de enferma
locura. Y quedó absorto contemplando el rostro de la eterna blanquecina
imaginando que bueno sería perder la razón durante un instante e idear tono
cálido, sonando por fin una respuesta.
―No
le hagas caso, es ciego que sólo ve lo que quiere. Sabes que siempre estaré
aquí para escucharte. Ese era el trato.
―Me
encanta oír las delicias que segundos antes imaginaba, es confirmación que no
augura nada bueno para mi salud aun embriaga mi alma.
―Es
posible que ya no tengas que preocuparte más por la salud, viejo amigo. Creo
que a partir de ahora podemos hablar hasta que los tiempos dejen de serlo y se
conviertan en otra cosa.
―
¿Insinúas que ando muerto?
―Te
confirmo que cerca andas.
Las
cosas de la vida dirimen emociones que anidan en todos nosotros, unos amarrados
al vago esfuerzo de abarcar caudales que anulan vivencias; otros esparramados
en la perdición de querer seguir perdidos para poder lamentar tristezas cual
amor incondicional que los componen. Y también esos solitarios que pululan
entre nubes y estrellas, cruzando vastos universos sin moverse del banco
parque. Los que se sientan a solas, respiran sin compañía, susurran a la nada
que convierten en amiga acérrima, conocen la belleza interna de lo inerte y se
abrazan al imposible por permanecer en su ensueño sin más gloria que saborear
penas.
El
viejo se sentó frente a la estatua de Afrodita,
discutió con el frustrado barrendero y se olvidó de seguir respirando en aras
de la respuesta deseada que le otorgara el ganado descanso en el jardín del
olvido.
―
¿Y ahora qué?
―
¿Has hablado alguna vez con los gorriones? Aquí existe cosmos inmenso,
infinidad de razones, anhelos, perdones y besos que forman el alma del recinto.
Todo pasó, amigo mío, todo pasó.
La
muerte es la consecuencia directa de la vida, un mero trámite que hay que solventar
estemos o no preparados. El anciano simplemente siguió su hilo cotidiano sin
prisas ni calma, pese a saber que rondaba cerca la meta final. Y en su último
día todo iba como siempre, el barrendero jorobando, el cielo casi raso, el sol
todopoderoso, la hermosa estatua en el centro fuente… La única eventualidad… Su
propia muerte.
®Dadelhos
Pérez (la ranura de la puerta) 2016