Nunca
Regresaré (relato
de género negro)
Gozar
de la mejor arma de la naturaleza para sentarse tras un día de trabajo frente a
la caja tonta. El ser humano es un animal de costumbres, aunque no todas ellas
se reducen a matar horas, el tiempo, soñando con lo que harían en vez de
hacerlo. La gente como yo vivimos otra realidad bien distinta.
La
calle transitada por los mismos de siempre, yendo a los trabajos de siempre y
contando las tontunas de siempre… El camión de reparto, el cartero y su carro
chillón, el guardia jurado que custodia la entrada. Resulta tan fácil que
cualquier día me cazarán por excesiva confianza. Pero os puedo asegurar que hoy
no sonará la campana, nunca regresaré a la jodida trena…
―Buenos
días, quisiera hablar con el director de la sucursal, a ser posible.
Me
mira confiada, segura, a salvo de esas tremendas que salen en el programa
televisivo de los más buscados, donde un roba gallinas puede acabar coronado cual
enemigo público número uno e incluso inspirar saga completa de terror.
―Por
supuesto, señor. Don Alabanza le
atenderá en breve. ¿Es usted cliente del banco?
Menuda
gilipollez, debería pedir justificante en cada atraco para demostrar que soy un
fiel parroquiano. Acudo puntual cuando la cartera anda famélica.
―Sí,
claro.
Mi
labor no es más arriesgada que la de cualquiera, un albañil, por ejemplo.
Encalado en las alturas aun sujeto por arnés, paletea por miseria nauseabunda
jugándose el pescuezo. Si algo fallara, no quiero imaginar esos segundos
precipitándose contra el suelo, viendo su final con suficiente tiempo como para
arrepentirse de haber aceptado la comanda, de haber aceptado su estilo de vida.
Sin
embargo, una bala jode al atracador, es el premio gordo por descuido que puede
condenarte a silla de ruedas en la trena o puede finiquitar del todo tu
contrato, en el mejor de los casos.
―Pase,
siéntese. ¿En qué puedo ayudarle?
Sus
gestos de ahora enseñan lo que quiere que vean los demás, los que le siguen, su
auténtica naturaleza.
―Quisiera
realizar un extracto.
―
¿De qué cantidad estamos hablando?
Se
encara a la pantalla separando leve su cómodo sillón espacial, no sospecha
nada, no advierte el desenlace. Para este obeso todo sigue como siempre, para
mí también.
―De
todo.
―
¿Quiere cerrar su cuenta, señor? Debería hacerlo en su sucursal.
―Ya
saqué todo el efectivo disponible de mi sucursal.―Ahora viene lo bueno.―También
de las sucursales de los barrios colindantes y de alguna que otra ciudad. ¿Qué
quiere que le diga? Para desempeñar mi profesión hay que estar siempre en
movimiento…
La pipa
aparece cuando los ojos del incrédulo reflejan fe ciega, temblando leve su
barbilla, desviando mirada en busca de nada pues nada puede evitar que me lleve
lo que vine a buscar. Suave la deposito sobre la tabla sin hacer movimientos
bruscos, queda por neutralizar al segurata de salario mínimo y jornada
intensiva de doce horas. Por norma no suelen entrar al trapo, no les sale
rentable.
―La
caja es automática y…
―Mi
pipa también, automática e impaciente.
El
ser humano es un animal de costumbres, siempre se repite, automático como la
caja fuerte o mi fiel pistola. Puede que la mayoría lo haga en aras de
comodidad pues alcanzaron cierto zenit que no consigo ver o comprender. Pero si
soy capaz de advertir la pincelada que cambia el cuadro por completo, esa
pequeñez que dirime lo que pudiera de lo imposible, siempre dentro de las
posibilidades. Y el destello en la mirada del empanado grita que me colé en la
boca del lobo que está a punto de cerrar.
Por
eso apartó el sillón… Por eso la cajera mostraba tanta frialdad… Por eso el
segurata me dedicó extraño avizoro… Mierda, la he cagado…
―Aparte
la mano de la pistola sin hacer movimientos bruscos.―Desde mi espalda.―Se
acabaron tus andanzas.
Imaginad
la escena, cara empanada frente a mí, al otro lado de la tabla. Yo de envés al
madero que me apunta con su pipa, sentado, con mi pistola encañonando al obeso
aun reposada sobre la mesa. Lo lógico es rendirse, dejar que estos perros me
engrilleten y me encierren otros tantos en la mugre carcelaria donde no sobreviviría
siquiera un par de semanas… Caí en la confianza arropado por la monotonía, pero
como bien dije, no volveré jamás a la trena.
―
¡Quieto, coño!
Gozar
de la mejor arma de la naturaleza para acabar acribillado en despacho trampa…
Puta miseria…
―Ha
intentado disparar, el muy cabrón. La leche, era más peligroso de lo que
suponíamos. Llamad a una ambulancia.
…Mejor
a una funeraria, pues nunca regresaré al puto talego…
®
Dadelhos Pérez
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