Son
pasos que otorgan esperanza por la espera que siempre culmina en pensamiento,
con mirada perdida en las cuadrículas de la acera, diseñando el presente que
aguarda a la vuelta de la esquina. Supongo que su alma forma parte del ejército
de ensoñados o ese otro de infantes, los auténticos reyes de la imaginación.
Pero
verle dar tranco inseguro con las manos en los bolsillos, la testa baja, el
espíritu herido y el silencio cual mayor de sus aliados. Llamó mi atención
siempre ávida por novedad en lo ancestral, puesto que la vida floreció al mismo
son que los tiempos, los mismos que la gangrenan una y otra vez hasta conseguir
secarla en redundo eterno. Batalla que siempre gana el hermano mayor, abusón de
abusones atentando en aras de sus celos desmedidos.
Dejé al
resto de criaturas atraído por su cándida estampa de perdedor clonado de otro
que fuera padre. Sí, seguro que forma parte de inagotable saga de perdedores
entregados a su perdición. Coleteando albas cuando rige la luna y sus adversas
de frente al astro rey. Un bocado apetecible para alguien incomprendido que no
comprende el vagar finito de la mortalidad. Puede que fuera simple divertimento
al principio o que también camine dentro del dramático tiempo y sea esclavo del
destino, como los de carne y hueso.
A la
postre, avancé sigiloso tras el escuálido alicaído esperando encontrar miseria
al final del pasillo, allá en su trabajo mal pagado, en su soledad imperecedera
que le sobrevivirá en boca de semejantes al son desgracia con la coletilla de “pobre diablo”, mientras liquidan
refrigerio apeados en cualquier barra, consumiendo esos minutos sobrantes que
nunca sobran.
Giró la
esquina tomando la calle Encarnación,
pasando de largo la panadería de la anciana empeñada en morir capitaneando su
negocio. Para entrar en la más tétrica de las porterías, aquel edificio
cansado, agotado por el interminable servicio en horas bajas. Fachada ruinosa
con ventanas de madera pintadas en horrendo gris sin gracia, color que no
rechina ni tampoco alaga, neutro igual que la vida sacrificada de sus
moradores. Finitos, almas famélicas que se agarran obligadas al ardiendo con o
sin clavo, desposeídas de toda esperanza al andar acostumbradas a las
llamaradas de sus infiernos desde la monotonía de experimentarlos a partir del
mismo instante que llegaron a la vida.
La
gravedad no me afecta, ventajas que siempre sirven de segundo plato
inconvenientes. Por eso fue sencillo alcanzar la quinta planta para colarme por
la entornada simulando soplido arrogante de viento que todo lo alcanza. Y las
entrañas del cuchitril afirmaban tormento sospechado. Paredes empapeladas
décadas atrás, mesa repleta de inservibles con soltera silla espanto, un viejo
sofá de escay enfrentado a biblioteca poblada, su cosmos ilusorio, su billete
para conocer mundo, su única evasión de la realidad calamitosa empeñada en no dejarle
siquiera durante parco segundo. Fue entonces cuando lo habitual se olvidó de
acudir a su cita interviniendo la sorpresa, dulce señora que me suele esquivar
ignorándome.
―No
puedo con las novelas de género, no son lo mío.―Musitó sentado en el de escay a
la par que cerraba las tapas del libro.―Supongo que al conocer los tejes
manejes del mundillo me resulta demasiado obvio que inventa, sólo inventa. Me
refiero al autor.
Estaba
solo, su estado natural, pero parecía conversar con alguien. Deduje locura,
extraño mal que acucia a los mortales que navegan prolongadamente por las aguas
de la madre soledad, la falsa calma. Aunque no pude evitar plantarme delante
convencido que era incapaz de percibir mi presencia, esperaba un milagro que
concediera esa pizca emocionante servida en copa diferente que cambia el
segundo que antecede al resto, sin remisión, sin marcha atrás. Pero sólo logré
descubrir su rostro anciano plagado de arrugas y carente de cabello. Nariz
aguileña, orejas enormes, barbilla puntiaguda, ojos tierra. Una cara como otra
cualquiera, nada especial.
―Suelen
basarse en filmes u otras novelas, enorme equivocación si se pretende
fotografiar el salvaje mundo de las sombras. Y no me refiero a las de terror,
que también están en la ensalada del hampa, sin duda.
Mis impresiones
cambiaron cuando tuve la convulsión de que sus ojos parecían observar mi porte
invisible, dedicando gesto familiar, cercano; incluso conmovido, con la
tristeza de quien alienta a desgraciado que camina temeroso hacia el patíbulo.
Pidiendo piedad sin usar su boca, esa reseca por la resaca excesiva de ver su
final sometido a escarnio, morir acompañado aun falto de calidez familiar, amena,
humana. En el regazo de justicia injusta que imparte pagando con la peor de las
monedas, la comisión religiosa al barquero hambriento que espera nueva alma
para llevarla al averno.
―Sin
embargo son mucho peores las de amor, no tiene punto de comparación. Por eso
suelo informarme de la vida privada del autor antes de adentrarme en párrafos. Si
es propietario de varios fracasos, puede que su trabajo llegue a concretar
realidades huyendo de la monstruosa miel que demasiados untan en sus
composiciones. Una historia de amor siempre acaba mal por la simple ecuación
que la existencia aplica a todo, pues todo es finito. Sin excepción.
―
¿Puedes verme?
―
¿Puedes verme tú?
Lo
imposible es desconocimiento, no tiene más explicación. Es plausible que nunca
hayas visto estrella irradiando zarco intenso, pero eso no quiere decir que no
exista, pues existe, vive, está…
―Es la
primera vez que un mortal se percata de mi presencia, llevo entre vosotros más
minutos de los que pueda contar cualquier reloj. Pululando sueños para después
albear realidades de demasiados entregados que intentan jugada vida,
inconscientes al ser meros mortales, centésima que nace y muere arropada por la
eternidad del olvido. El resultado final de vuestra lucha. Pero siempre están
los otros, diferentes que nadan a contra corriente sin más pretensión que vagar
sin rumbo fijo, alejados de metas pueriles tanto como vanas. Tú pareces uno de
esos.
―Cuando
se desconoce la mortalidad las argumentaciones caen inexorablemente en simple
interpretación. Es complicado ponerse los zapatos de otro sin ser al menos su
igual. Como gato haciéndose pasar por ratón o perro disfrazado de persona. Pero
no te alteres, no quisiera mermar tu curiosidad después de tanto tiempo
esperándote. Lo mejor será que tomes asiento, ya sabes, actuando como un mortal
más. Sería bueno que no asustaras a este viejo desdentado que cosecha mente a
base de lectura sin más objetivo que seguir leyendo. Afición. Confieso que
empezaba a dudar que tomaras de una vez por todas la iniciativa, de los tuyos
eres el más veterano; muchos han cruzado el linde pero tú sigues pertinaz en
quedarte en ese limbo que nada otorga ni arrebata.―Depositando el libro en un
lateral del sillón.― Te invitaría a café, es lo único que bebo sin contar el agua,
pero es evidente que no puedes degustarlo al ser lo que eres, ¿verdad?
Fuera
grande la sorpresa de ser visible pero aun lo fue mucho más escuchar al anciano
huesos, capaz de dulcificar con justa sazón, rompiendo lo que su enclenque
cuerpo chillaba ruinoso por el verbo bien bordado, delicado, detallista e
inteligente. Mi quehacer siguió el hilo demanda acomodándome en la única silla
superviviente del salón arrasado, frente a él, novedoso extraño que me habló
sin tapujos ni temores. Mi curiosidad se disparó sin buscar más allá que
compartir plática que nunca practiqué al ser un incorpóreo flotando inerte en
el etéreo.
―
¿Conoces a mis iguales?
―Alguno
de ellos, conocerlos a todos me convertiría en divinidad al ser imposible para
simple orgánico, finito, como te gusta denominarnos.―Cazó las ahorcadas gafas
de pasta de su pecho, colocándoselas.―Es extraño que sea capaz de leer varias
páginas sin usar las dichosas lentes, aunque la memoria juega un papel
importante. El ser humano suele atravesar los mismos desiertos sin importar que
sea originario de la edad media o la perdida. El auténtico viaje del mortal no
está afuera, subyace en sus adentros. Pero supongo que sabrás todo lo que hay
que saber de los carnosos al llevar observándonos desde los albores. Así que
mejor pregunta lo que desees o propón tus preocupaciones o curiosidades.
Responderé sin medias tintas ni condiciones, mereces saber aquello que seguro
desconoces merecer.
― ¿Está
jugando conmigo?
―No, no
osaría. Pero al igual que tú sabes de nosotros, yo sé de ti. El humano es un
viajero condenado al viaje le guste o no. Vosotros no estáis excluidos de esa
norma. La existencia no solo se alimenta de vida, es un ciclo complicado en
constante metamorfosis con objetivos diferentes a los que pudiera tener
cualquier tipo de efervescencia. Sé que suena extravagante, casi imaginativo.
Pero debes tener en cuenta que la imaginación es la madre de las herramientas en
este posible.―Tosió repentino cayendo las ridículas lentes que volvieron a la asfixia.―Seguro
que albergas cuestiones, pasar una eternidad sin comunicarte provoca ansiedad,
despertando la curiosidad que fabrica infinidad de dudas. Desde la más
insignificante, evidente, hasta la indescifrable incluso para lo divino.
―No
tengo preguntas que hacerte, anciano. Puedo ver tus pensamientos, escuchar tu
coleto falto de nada y ávido de todo. Eres neta contradicción, no cabe la más
mínima duda. Neta contradicción capaz de verme y escucharme. Cosa que traspasa
la normativa de mi cotidiano.
Se
levantó dificultoso, torpe, con movimientos erro y tembleque evidente en sus
palillos piernas; para caminar arrastrando pies hasta la ingente biblioteca
superpoblada por diferentes libros, de todos
los géneros, colores. Alargando su brazo al estante más alto para cazar
un tomo deteriorado que abrazó cual padre a hijo, regresando sobre sus pasos al
incómodo sillón, el cual, soltó agudo quejido cuando el viejo conquistó plaza.
―No saber
creyendo, es la contradicción que condena al que no sospecha estar condenado.
Hay mil historias que hacen referencia, unas cargadas de sentimentalismo, pura
lírica, sin adentrarse en el gélido cuarto de las verdades, simplemente deja
entornada su puerta para que el lector las descubra, claro está, si se ve
preparado para digerirlas. Pero también existen otros relatos que precipitan en
la primera frase esa misma certeza, son narraciones que perduran en el tiempo
sin pasar de moda por el hecho de tratar parte indivisible que conforma la
esencia de la vida.―Abrió las tapas recolocándose las lentes para leer en tono
relajado.―Fuera primavera o verano, puede que otoño mermando al invierno
debilitado, entre estaciones. Cuando viera la verdad sin reflejo engaño que
yacía entre los conocimientos que aprendiera en tiempos olvidados. Soy la brisa
cálida del invierno y la gélida escarcha del verano, al vagar lejos de casa
durante las distancias que nunca recorrí aun convencido de haberlas superado.
No puedo suponer la evidencia al estar física y enfrente, calmada en su espera
por conseguir ser reconocida para desarraigar la orfandad reinante en aquel que
la debiera, y la rechaza desde porfía erro. No soy lo que creo pues nunca me
creí lo que soy, aun consciente que regresando a mi casa encontraré lo que
busco, eso que siempre anidó en mi foro interno.
―Bello,
paja sobre paja aun bien engarzada, anciano.
―No
encontrar camino es no dar paso, ente. El ciclo prosigue mientras esperas
abrazando el olvido que te consume (…) Ya nadie te recuerda.
―Soy entelequia
poderosa e inmortal, no necesito los apegos tan vitales para los finitos.
―Es
posible, probable y ridículo.
Desde
siempre cabalgué en la indiferencia, a salvo de esos sentires que condenan a
los finitos esclavizándolos. Enfados que rompen glorias, amoríos imaginados,
deseos frustrados y larga ristra que los desvía del llano para adentrarlos en
frondoso zarzal infestado de espinas. En aquel instante, tras escuchar el
atrevimiento del jubilado, me invadió cierta ira que no pude reprimir,
ofendido, ultrajado por las palabras del finito diferente. No hice más que
contestar a la nula cuestión del cercano a la tremenda, la meta final, el pago
tributo por el padecimiento soportado al son respiro o latido desmesurado de la
carne músculo, haciendo circular simplezas complicadas que terminarán
abandonadas dentro de la caja de pino, ladrillada en nicho cual lienzo de
mármol sentenciado al olvido.
― ¿Cómo
te atreves? Eres mortal descarado que no valora siquiera su existencia. Podría
fulminarte con un abrir y cerrar de ojos, viejo.
―Para
ser un poderoso ente alejado de la vida carne, actúas copiando a cualquier mortal.
¿Juegas ahora tú conmigo o estás interpretando papel?―Cerrando las encanecidas
tapas de la obra.―Los sentimientos ejercen cual combustible en la metamorfosis
eterna que lo compendia todo. El mismo viento está sometido pues muestra rabia
propinando huracanes muerte, tornados, o brisa calma en las orillas del
encuentro, piso arena, puede que nostalgia, pura y neta empatía. Tú no eres tan
diferente, incluso es posible que yo sea plena constitución de lo que soy
mientras vagas a medias en tu insulso deambular inerte. Es probable que
simplemente seas el rescoldo amargado del pleno que fuiste en algún momento, al
igual que tus iguales.
― ¿Qué
intentas decir?
―Aquello
que insistes en no escuchar. Aunque no pretendo influenciar, mi trabajo anda distante
de ese cometido. Como puedes ver no visto sotana, no proceso credo
multitudinario ni ambiciono cualquier benevolencia que alimente ego. Estoy aquí
para guiarte.
―
¿Guiarme? ¿Sabes cómo suena?
―Dime:
¿Cómo te llamas?
Silencié
súbito buscando respuesta no encontrada. Sabía todo lo que hay que saber de mi
mundo, del suyo, siendo incapaz de acordarme siquiera de mi nombre.
―No lo
sabes, es normal. Caminas observando escaparates sin apreciar tu propio reflejo
convencido por tu invisibilidad. Pero como acabas de comprobar yo puedo verte,
escucharte; por tanto cabe la posibilidad de que no seas incorpóreo, que sólo
lo creas. No debes atormentarte por las pinceladas que definen la realidad, esa
gélida que te constituye alejándote del poderoso ente que pretendes para
acercarte al hilo existencial. ¿Tienes ahora alguna pregunta?
―Solo
aclaración, viejo: he visto caídas de imperios, sentencias injustas, vuestras
guerras y llantos, el anhelo que os precipita dentro de la existencia sin
valorar la meta final, la muerte. No puedes guiar aquél porque no está perdido.
No tengo nombre pues no habito en vuestro universo.
―Dime
entonces: ¿Cómo es tu mundo? ¿También hay ciudades en él, anhelos, guerras,
fortuna y su contraria?
La
realidad siempre vira dependiendo de los ojos que la ven, esos mismos que
cuentan detallados a la mente, esa misma que interpreta el mensaje filtrándolo
a través del universo coleto para construir un mundo, un mundo aparte. Pregunté
finalmente.
― ¿Cómo
me llamo?
―Rafael,
ese es tu nombre. Un nombre que encierra historia tildada de claros y
nubarrones, exactamente igual que la del resto.
― ¿Cómo
sabes eso? ¿Inventas?
―Somos
una insignificante gota de agua que brota libre desde manantial, bajando las
pendientes del riachuelo que rinde frente al poderoso caudal del río, siguiendo
avance natura para alcanzar la meta final, el vasto océano. Pero nuestro
periplo no termina ahí, nos evaporamos ascendiendo a los cielos para volver
precipitados desde nubarrón en cualquier lado del mundo. Tocando la carne que
nos constituye, la tierra, para comenzar de nuevo nuestro viaje, el de la vida.
Ahora mismo tú estás frente a la tierra, intentando alcanzarla para retoñar pleno
en quién verdaderamente eres, pues forma parte vital del todo.
―
¿Insinúas que estoy muerto? ¿Qué soy alma en pena?
―Lo
fuiste hace tiempo, cuando asustado intentaste aferrarte a la pérdida,
visitando a tus seres queridos hasta que comenzaste a olvidar. Ya no posees más
que el ansia de regenerarte regresando al plano existencial, recuperando tu
mortalidad para experimentar los sentires que llenarán tu espacio, esos años
regalo sentenciados a la muerte en el redundo del todo.
― ¿Y
tú?
―Para
volver a la carne necesitas tocar carne, yo soy la puerta que otorga la mortalidad.
Sólo tienes que estrechar mi mano y ya estarás preparado para el
regreso.―Mostrando su palma arrugada, temblorosa aun firme.―Es tu momento,
hijo. La vida sigue esperándote.
Cierto
que detesto la poca profundidad de los respiradores,
meros mortales perdidos en las galaxias de sus necesidades sustento. Hasta que
lo vi paseando avenida abajo. Manos en los bolsillos, tranco inseguro, torpe,
enfermo…
No sé
por qué, pero mi atención quedó clavada en el tormento del decrépito anciano
que se coló en el edificio ruina…
®Dadelhos
Pérez (la ranura de la puerta) 2016
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