martes, 20 de septiembre de 2016

Carne


Son pasos que otorgan esperanza por la espera que siempre culmina en pensamiento, con mirada perdida en las cuadrículas de la acera, diseñando el presente que aguarda a la vuelta de la esquina. Supongo que su alma forma parte del ejército de ensoñados o ese otro de infantes, los auténticos reyes de la imaginación.
Pero verle dar tranco inseguro con las manos en los bolsillos, la testa baja, el espíritu herido y el silencio cual mayor de sus aliados. Llamó mi atención siempre ávida por novedad en lo ancestral, puesto que la vida floreció al mismo son que los tiempos, los mismos que la gangrenan una y otra vez hasta conseguir secarla en redundo eterno. Batalla que siempre gana el hermano mayor, abusón de abusones atentando en aras de sus celos desmedidos.
Dejé al resto de criaturas atraído por su cándida estampa de perdedor clonado de otro que fuera padre. Sí, seguro que forma parte de inagotable saga de perdedores entregados a su perdición. Coleteando albas cuando rige la luna y sus adversas de frente al astro rey. Un bocado apetecible para alguien incomprendido que no comprende el vagar finito de la mortalidad. Puede que fuera simple divertimento al principio o que también camine dentro del dramático tiempo y sea esclavo del destino, como los de carne y hueso.
A la postre, avancé sigiloso tras el escuálido alicaído esperando encontrar miseria al final del pasillo, allá en su trabajo mal pagado, en su soledad imperecedera que le sobrevivirá en boca de semejantes al son desgracia con la coletilla de “pobre diablo”, mientras liquidan refrigerio apeados en cualquier barra, consumiendo esos minutos sobrantes que nunca sobran.
Giró la esquina tomando la calle Encarnación, pasando de largo la panadería de la anciana empeñada en morir capitaneando su negocio. Para entrar en la más tétrica de las porterías, aquel edificio cansado, agotado por el interminable servicio en horas bajas. Fachada ruinosa con ventanas de madera pintadas en horrendo gris sin gracia, color que no rechina ni tampoco alaga, neutro igual que la vida sacrificada de sus moradores. Finitos, almas famélicas que se agarran obligadas al ardiendo con o sin clavo, desposeídas de toda esperanza al andar acostumbradas a las llamaradas de sus infiernos desde la monotonía de experimentarlos a partir del mismo instante que llegaron a la vida.
La gravedad no me afecta, ventajas que siempre sirven de segundo plato inconvenientes. Por eso fue sencillo alcanzar la quinta planta para colarme por la entornada simulando soplido arrogante de viento que todo lo alcanza. Y las entrañas del cuchitril afirmaban tormento sospechado. Paredes empapeladas décadas atrás, mesa repleta de inservibles con soltera silla espanto, un viejo sofá de escay enfrentado a biblioteca poblada, su cosmos ilusorio, su billete para conocer mundo, su única evasión de la realidad calamitosa empeñada en no dejarle siquiera durante parco segundo. Fue entonces cuando lo habitual se olvidó de acudir a su cita interviniendo la sorpresa, dulce señora que me suele esquivar ignorándome.
―No puedo con las novelas de género, no son lo mío.―Musitó sentado en el de escay a la par que cerraba las tapas del libro.―Supongo que al conocer los tejes manejes del mundillo me resulta demasiado obvio que inventa, sólo inventa. Me refiero al autor.
Estaba solo, su estado natural, pero parecía conversar con alguien. Deduje locura, extraño mal que acucia a los mortales que navegan prolongadamente por las aguas de la madre soledad, la falsa calma. Aunque no pude evitar plantarme delante convencido que era incapaz de percibir mi presencia, esperaba un milagro que concediera esa pizca emocionante servida en copa diferente que cambia el segundo que antecede al resto, sin remisión, sin marcha atrás. Pero sólo logré descubrir su rostro anciano plagado de arrugas y carente de cabello. Nariz aguileña, orejas enormes, barbilla puntiaguda, ojos tierra. Una cara como otra cualquiera, nada especial.
―Suelen basarse en filmes u otras novelas, enorme equivocación si se pretende fotografiar el salvaje mundo de las sombras. Y no me refiero a las de terror, que también están en la ensalada del hampa, sin duda.
Mis impresiones cambiaron cuando tuve la convulsión de que sus ojos parecían observar mi porte invisible, dedicando gesto familiar, cercano; incluso conmovido, con la tristeza de quien alienta a desgraciado que camina temeroso hacia el patíbulo. Pidiendo piedad sin usar su boca, esa reseca por la resaca excesiva de ver su final sometido a escarnio, morir acompañado aun falto de calidez familiar, amena, humana. En el regazo de justicia injusta que imparte pagando con la peor de las monedas, la comisión religiosa al barquero hambriento que espera nueva alma para llevarla al averno.
―Sin embargo son mucho peores las de amor, no tiene punto de comparación. Por eso suelo informarme de la vida privada del autor antes de adentrarme en párrafos. Si es propietario de varios fracasos, puede que su trabajo llegue a concretar realidades huyendo de la monstruosa miel que demasiados untan en sus composiciones. Una historia de amor siempre acaba mal por la simple ecuación que la existencia aplica a todo, pues todo es finito. Sin excepción.
― ¿Puedes verme?
― ¿Puedes verme tú?
Lo imposible es desconocimiento, no tiene más explicación. Es plausible que nunca hayas visto estrella irradiando zarco intenso, pero eso no quiere decir que no exista, pues existe, vive, está…
―Es la primera vez que un mortal se percata de mi presencia, llevo entre vosotros más minutos de los que pueda contar cualquier reloj. Pululando sueños para después albear realidades de demasiados entregados que intentan jugada vida, inconscientes al ser meros mortales, centésima que nace y muere arropada por la eternidad del olvido. El resultado final de vuestra lucha. Pero siempre están los otros, diferentes que nadan a contra corriente sin más pretensión que vagar sin rumbo fijo, alejados de metas pueriles tanto como vanas. Tú pareces uno de esos.
―Cuando se desconoce la mortalidad las argumentaciones caen inexorablemente en simple interpretación. Es complicado ponerse los zapatos de otro sin ser al menos su igual. Como gato haciéndose pasar por ratón o perro disfrazado de persona. Pero no te alteres, no quisiera mermar tu curiosidad después de tanto tiempo esperándote. Lo mejor será que tomes asiento, ya sabes, actuando como un mortal más. Sería bueno que no asustaras a este viejo desdentado que cosecha mente a base de lectura sin más objetivo que seguir leyendo. Afición. Confieso que empezaba a dudar que tomaras de una vez por todas la iniciativa, de los tuyos eres el más veterano; muchos han cruzado el linde pero tú sigues pertinaz en quedarte en ese limbo que nada otorga ni arrebata.―Depositando el libro en un lateral del sillón.― Te invitaría a café, es lo único que bebo sin contar el agua, pero es evidente que no puedes degustarlo al ser lo que eres, ¿verdad?
Fuera grande la sorpresa de ser visible pero aun lo fue mucho más escuchar al anciano huesos, capaz de dulcificar con justa sazón, rompiendo lo que su enclenque cuerpo chillaba ruinoso por el verbo bien bordado, delicado, detallista e inteligente. Mi quehacer siguió el hilo demanda acomodándome en la única silla superviviente del salón arrasado, frente a él, novedoso extraño que me habló sin tapujos ni temores. Mi curiosidad se disparó sin buscar más allá que compartir plática que nunca practiqué al ser un incorpóreo flotando inerte en el etéreo.
― ¿Conoces a mis iguales?
―Alguno de ellos, conocerlos a todos me convertiría en divinidad al ser imposible para simple orgánico, finito, como te gusta denominarnos.―Cazó las ahorcadas gafas de pasta de su pecho, colocándoselas.―Es extraño que sea capaz de leer varias páginas sin usar las dichosas lentes, aunque la memoria juega un papel importante. El ser humano suele atravesar los mismos desiertos sin importar que sea originario de la edad media o la perdida. El auténtico viaje del mortal no está afuera, subyace en sus adentros. Pero supongo que sabrás todo lo que hay que saber de los carnosos al llevar observándonos desde los albores. Así que mejor pregunta lo que desees o propón tus preocupaciones o curiosidades. Responderé sin medias tintas ni condiciones, mereces saber aquello que seguro desconoces merecer.
― ¿Está jugando conmigo?
―No, no osaría. Pero al igual que tú sabes de nosotros, yo sé de ti. El humano es un viajero condenado al viaje le guste o no. Vosotros no estáis excluidos de esa norma. La existencia no solo se alimenta de vida, es un ciclo complicado en constante metamorfosis con objetivos diferentes a los que pudiera tener cualquier tipo de efervescencia. Sé que suena extravagante, casi imaginativo. Pero debes tener en cuenta que la imaginación es la madre de las herramientas en este posible.―Tosió repentino cayendo las ridículas lentes que volvieron a la asfixia.―Seguro que albergas cuestiones, pasar una eternidad sin comunicarte provoca ansiedad, despertando la curiosidad que fabrica infinidad de dudas. Desde la más insignificante, evidente, hasta la indescifrable incluso para lo divino.
―No tengo preguntas que hacerte, anciano. Puedo ver tus pensamientos, escuchar tu coleto falto de nada y ávido de todo. Eres neta contradicción, no cabe la más mínima duda. Neta contradicción capaz de verme y escucharme. Cosa que traspasa la normativa de mi cotidiano.
Se levantó dificultoso, torpe, con movimientos erro y tembleque evidente en sus palillos piernas; para caminar arrastrando pies hasta la ingente biblioteca superpoblada por diferentes libros, de todos  los géneros, colores. Alargando su brazo al estante más alto para cazar un tomo deteriorado que abrazó cual padre a hijo, regresando sobre sus pasos al incómodo sillón, el cual, soltó agudo quejido cuando el viejo conquistó plaza.
―No saber creyendo, es la contradicción que condena al que no sospecha estar condenado. Hay mil historias que hacen referencia, unas cargadas de sentimentalismo, pura lírica, sin adentrarse en el gélido cuarto de las verdades, simplemente deja entornada su puerta para que el lector las descubra, claro está, si se ve preparado para digerirlas. Pero también existen otros relatos que precipitan en la primera frase esa misma certeza, son narraciones que perduran en el tiempo sin pasar de moda por el hecho de tratar parte indivisible que conforma la esencia de la vida.―Abrió las tapas recolocándose las lentes para leer en tono relajado.―Fuera primavera o verano, puede que otoño mermando al invierno debilitado, entre estaciones. Cuando viera la verdad sin reflejo engaño que yacía entre los conocimientos que aprendiera en tiempos olvidados. Soy la brisa cálida del invierno y la gélida escarcha del verano, al vagar lejos de casa durante las distancias que nunca recorrí aun convencido de haberlas superado. No puedo suponer la evidencia al estar física y enfrente, calmada en su espera por conseguir ser reconocida para desarraigar la orfandad reinante en aquel que la debiera, y la rechaza desde porfía erro. No soy lo que creo pues nunca me creí lo que soy, aun consciente que regresando a mi casa encontraré lo que busco, eso que siempre anidó en mi foro interno.
―Bello, paja sobre paja aun bien engarzada, anciano.
―No encontrar camino es no dar paso, ente. El ciclo prosigue mientras esperas abrazando el olvido que te consume (…) Ya nadie te recuerda.
―Soy entelequia poderosa e inmortal, no necesito los apegos tan vitales para los finitos.
―Es posible, probable y ridículo.
Desde siempre cabalgué en la indiferencia, a salvo de esos sentires que condenan a los finitos esclavizándolos. Enfados que rompen glorias, amoríos imaginados, deseos frustrados y larga ristra que los desvía del llano para adentrarlos en frondoso zarzal infestado de espinas. En aquel instante, tras escuchar el atrevimiento del jubilado, me invadió cierta ira que no pude reprimir, ofendido, ultrajado por las palabras del finito diferente. No hice más que contestar a la nula cuestión del cercano a la tremenda, la meta final, el pago tributo por el padecimiento soportado al son respiro o latido desmesurado de la carne músculo, haciendo circular simplezas complicadas que terminarán abandonadas dentro de la caja de pino, ladrillada en nicho cual lienzo de mármol sentenciado al olvido.
― ¿Cómo te atreves? Eres mortal descarado que no valora siquiera su existencia. Podría fulminarte con un abrir y cerrar de ojos, viejo.
―Para ser un poderoso ente alejado de la vida carne, actúas copiando a cualquier mortal. ¿Juegas ahora tú conmigo o estás interpretando papel?―Cerrando las encanecidas tapas de la obra.―Los sentimientos ejercen cual combustible en la metamorfosis eterna que lo compendia todo. El mismo viento está sometido pues muestra rabia propinando huracanes muerte, tornados, o brisa calma en las orillas del encuentro, piso arena, puede que nostalgia, pura y neta empatía. Tú no eres tan diferente, incluso es posible que yo sea plena constitución de lo que soy mientras vagas a medias en tu insulso deambular inerte. Es probable que simplemente seas el rescoldo amargado del pleno que fuiste en algún momento, al igual que tus iguales.
― ¿Qué intentas decir?
―Aquello que insistes en no escuchar. Aunque no pretendo influenciar, mi trabajo anda distante de ese cometido. Como puedes ver no visto sotana, no proceso credo multitudinario ni ambiciono cualquier benevolencia que alimente ego. Estoy aquí para guiarte.
― ¿Guiarme? ¿Sabes cómo suena?
―Dime: ¿Cómo te llamas?
Silencié súbito buscando respuesta no encontrada. Sabía todo lo que hay que saber de mi mundo, del suyo, siendo incapaz de acordarme siquiera de mi nombre.
―No lo sabes, es normal. Caminas observando escaparates sin apreciar tu propio reflejo convencido por tu invisibilidad. Pero como acabas de comprobar yo puedo verte, escucharte; por tanto cabe la posibilidad de que no seas incorpóreo, que sólo lo creas. No debes atormentarte por las pinceladas que definen la realidad, esa gélida que te constituye alejándote del poderoso ente que pretendes para acercarte al hilo existencial. ¿Tienes ahora alguna pregunta?
―Solo aclaración, viejo: he visto caídas de imperios, sentencias injustas, vuestras guerras y llantos, el anhelo que os precipita dentro de la existencia sin valorar la meta final, la muerte. No puedes guiar aquél porque no está perdido. No tengo nombre pues no habito en vuestro universo.
―Dime entonces: ¿Cómo es tu mundo? ¿También hay ciudades en él, anhelos, guerras, fortuna y su contraria?
La realidad siempre vira dependiendo de los ojos que la ven, esos mismos que cuentan detallados a la mente, esa misma que interpreta el mensaje filtrándolo a través del universo coleto para construir un mundo, un mundo aparte. Pregunté finalmente.
― ¿Cómo me llamo?
―Rafael, ese es tu nombre. Un nombre que encierra historia tildada de claros y nubarrones, exactamente igual que la del resto.
― ¿Cómo sabes eso? ¿Inventas?
―Somos una insignificante gota de agua que brota libre desde manantial, bajando las pendientes del riachuelo que rinde frente al poderoso caudal del río, siguiendo avance natura para alcanzar la meta final, el vasto océano. Pero nuestro periplo no termina ahí, nos evaporamos ascendiendo a los cielos para volver precipitados desde nubarrón en cualquier lado del mundo. Tocando la carne que nos constituye, la tierra, para comenzar de nuevo nuestro viaje, el de la vida. Ahora mismo tú estás frente a la tierra, intentando alcanzarla para retoñar pleno en quién verdaderamente eres, pues forma parte vital del todo.
― ¿Insinúas que estoy muerto? ¿Qué soy alma en pena?
―Lo fuiste hace tiempo, cuando asustado intentaste aferrarte a la pérdida, visitando a tus seres queridos hasta que comenzaste a olvidar. Ya no posees más que el ansia de regenerarte regresando al plano existencial, recuperando tu mortalidad para experimentar los sentires que llenarán tu espacio, esos años regalo sentenciados a la muerte en el redundo del todo.
― ¿Y tú?
―Para volver a la carne necesitas tocar carne, yo soy la puerta que otorga la mortalidad. Sólo tienes que estrechar mi mano y ya estarás preparado para el regreso.―Mostrando su palma arrugada, temblorosa aun firme.―Es tu momento, hijo. La vida sigue esperándote.
Cierto que detesto la poca profundidad de los respiradores, meros mortales perdidos en las galaxias de sus necesidades sustento. Hasta que lo vi paseando avenida abajo. Manos en los bolsillos, tranco inseguro, torpe, enfermo…
No sé por qué, pero mi atención quedó clavada en el tormento del decrépito anciano que se coló en el edificio ruina…

®Dadelhos Pérez (la ranura de la puerta) 2016







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