viernes, 2 de septiembre de 2016

La aldea Maldita Capítulo 2º

La aldea Maldita
Capítulo 2º
Andrés Cárdenas (3160 palabras)


No recibimos demasiadas visitas, más bien todo lo contrario, señor.― Sonó a mis espaldas.―Usted representa la modernidad de la que tanto se habla, aunque no piense que eso lo convierte en especial. Erraría rotundo. La aldea tiene memoria, es como un viejo experimentado que ve más provechoso sentarse a las puertas de casa observando lo de siempre con el único afán de que no cambie nada. Detesta el cambalache que resume concesión sacrificio que no da más que disgustos.
No es mi intención, señor. Vine por trabajo, cuando culmine mi labor marcharé sin alboroto. Exceptuando el vértigo que me produce el dichoso autobús suicida que arranca chillido de mi boca en cada curva, o recta. Puede que me quede para siempre por no volver a la locura del maldito transporte. Pese a lo que pueda parecer, aun estimo mi vida.
Tiene sentido del humor.―Soltó con mueca divertida sentándose a mi lado.―Me llamo Cárdenas, soy el espíritu errante de la aldea, vamos, el bicho raro. Y me alegra su presencia, es bocanada de oxígeno dejar de ser el centro de atención durante su estancia, ahora ladrarán memeces sobre usted, diseccionando cómo puede ser en cháchara insustancial y poco creativa. Pero no se alarme, peor lo tengo al aguantar fantochadas soeces durante todo el año, un despropósito que ejerce entretenimiento adquiriendo el papel de su televisión o radio. Sólo quería saludarle, escuchar timbre de voz foránea para cerciorarme de que existe vida más allá de las montañas. En pocas palabras, su presencia refuerza mi fe. Aunque ésta represente banalidad idéntica a las charlotadas de mis vecinos. A la postre, todos terminamos siendo lo mismo aun con diferentes formas, idéntico líquido con desigual envase. Cosas de la humanidad perdida, la misma que acaba encontrándose más que sea en el campo santo, lugar de descanso donde se cumple la regla biblioteca, “por favor, silencio”. A pies puntilla.
Piel blanca con varias cicatrices en su tez delgada, narigudo con punta aguileña y barbilla pronunciada. Destilaba el mismo don que demostró el anciano párroco, de hecho se parecía, sobre todo en la mirada zarca con destellos inquietantes que vislumbraban silencios de quien sabe mucho más de lo que habla, aunque no le di más importancia, no era momento ni despertó demasiado mi interés. Simplemente me comporté conforme al librillo del saber estar, cordial con cierta distancia sin abarcar espinosos temas. En resumen, insípido.
Siempre puede subirse a la ruleta rusa, zigzaguear montaña abajo esquivando acantilados y albear en el progreso. Aunque puede que se arrepienta cuando compruebe que no dista demasiado de su particular microcosmo, es lo mismo aún magnificado…
¿Intenta aleccionarme? Porque habla como si los demás jamás hubiésemos viajado en la panza hierro del autobús, siendo su primera vez con toda seguridad. Conozco bien la urbe y su falsa efervescencia, señor. Caminé por las sendas que no conducen a ningún sitio descubriendo bajezas disfrazadas y medias mentiras. Puesto que las medias verdades siempre brotan a raíz de pura condescendencia que nunca pretende mal, aun causándolo. Yo de usted bebería de la realidad que adultera desde su imaginar del cómo es, aunque comprendo que crea en su ensoñación por culpa de la estampa retrógrada que presentan estas tierras, siempre anclado en lo peor pues no son residuo del ayer al vivir el ahora. Le contaré un secreto; los lugareños comen, mean, cagan, se enfadan, joden y follan. Las mismas bajezas y los idénticos sumun gloria, sin duda. Con la particularidad intachable de cierta discreción por la proximidad, aquí nos conocemos todos, y no me malinterprete cuando hago referencia a la discreción. Los chascarrillos se cuentan con la habilidad de usar terminología alejada de ofensa desde egolatría subsistencia o por el roce inevitable en el cotidiano aburrido. Lo dejo bajo su criterio, de su consciencia que dista a causa del desconocimiento. Para entender a esta gente solo puede usar empatía e imaginación. Mientras el resto, y me refiero a mis convecinos, obramos plenos desde la experiencia. Espero no haber sobrepasado el linde cordial, señor, no quisiera ofenderle.
Decir que no pretendía aleccionarle sería soltar media mentira, sin duda. Aunque lo hice inconsciente, sin alardes o pretensiones clasistas. Señor, Cárdenas, espero tenga la bondad de disculpar mi atrevimiento involuntario.
Imperó ese lapsus incomodo que dirime brusquedad de normalización, un momento que bien saboree en diferentes etapas de mi vida con heterogéneo resultado. Chocando miradas en un primer segundo enfrentado por aspereza revenida del mal entendimiento que suaviza paulatino, hasta quedar a merced de las palabras que rompen silencios declinando la balanza, al menos según mi experiencia. Pudo levantarse vilipendiándome a grito pelado, pudo golpearme exaltado por ira que no fui capaz de detectar en el primer contacto provocado; o pudo amansar rugidos utilizando cordura en justo equilibrio que equilibrara lo que parecía a todas luces latente desencuentro. Aquel flaco vestido de luto, con cabello gris y zarca mirada penetrante, decidió sensatez, solicitando cenar conmigo bajo el pretexto de intercambiar impresiones. Algo a lo que accedí gustoso tras comprobar que lo rudo no siempre casa con lo violento. Al menos en aquella ocasión.
Solo disponemos de un plato.―Confesó Adela reconvertida en camarera.―Espero que guste del asado, cerdo. Sin guarnición y regado con cerveza autóctona.
Suena muy experimental.―Intentando converger.
Suena a lo de siempre.―Sentenció el flaco Cárdenas.
¿No deberías estar con tu mujer e hijos, Cárdenas?
La más hermosa del lugar, la princesa que levanta pasiones simplemente con parir cualquier vocerío amable o no. Niña, mi prole no se extinguirá por cenar sin su patriarca. Además, conoces bien mis debilidades, que dicho así suena a puro vicio, ¿verdad? Prefiero conversar con el forastero compartiendo asado y esa cerveza imbebible que destila don Patricio. Eso sí, solo un vaso. No quisiera caer en la cogorza inspira tontuna, soltando gilipolleces que pretenden idénticos estando sereno, cuando mi mirada albea en tu mágico porte. Eres vida, se mire por donde se mire.
¿Pagarás esta vez?
Llevo pagando desde que nací en el cortijo, igual igualito que el niño Jesús aun sin reyes a lomos de camellos, querubines tocando las trompetas esas o la proyección que tuvo el pequeño sentenciado a cuenta del resto, por cierto; menuda proyección la del madero. Por lo otro, lo más materialista, acabo de cobrar la venta del ganado. Pagaré religiosamente la cena y aquello que se tercie, Adela. Lo sabes desde siempre.
Deberías medir tus palabras. ¿Qué pensará nuestro invitado?
Si tuviera que medir mi existencia en base a pensamientos de terceros, andaría de vacaciones en el campo santo. Enterrado en apartado recodo para no sentirme presionado por los pensamientos de los que ya no pueden pensar. El urbanita es adulto, sabe encajar, callar o razonar. Su pensamiento es lícito siempre y cuando no se convierta en comentario, pues llegado a esa altura deja de ser pensamiento para convertirse en otra cosa.―Clavó atención en mí.― ¿Verdad?
No le contesté, estatuado e impresionado por el extraño raciocinio del pálido que argumentaba realidades compartidas desde ideario distanciado, casi enfrentado aun con el mismo fin. Es cierto que el cruce de palabras provocó mi interno idealizando en base a lo escuchado. Interpreté desde mi propia apetencia que destilaba afán por intimar con la hermosa Adela, evidenciando disimilitud frente a Cárdenas que no se mordía la lengua; mientras este falso humilde escondía cabeza avizorando oportunismo sin enseñar carta.
Me atrevería aseverar que fui víctima de excéntrico juego donde participaba involuntario, sin conocer las reglas o el objetivo. Las cosas se ven nítidas cuando se convierten en experiencia, nunca cuando ostentan el grado del inmediato.
Está bien, no preguntaré más. Que sean dos raciones de asado y una jarra de cerveza.― Colocando su mano en mi hombro, me dedicó mueca cómplice que no quise tergiversar.―Si quiere cenar solo…
No se preocupe, señorita. La conversación armonizará alejando tristes soledades.
Copioso manjar aterrizó en el centro mesa, guarnecido por jarra de barro repleta de cerveza que atentó en mi estómago tras el primer trago debido a su alta graduación e intenso amargo capaz de resecar el paladar del más experimentado.
Pega, ¿verdad? Es uno de esos exóticos elixires autóctonos que prohibirían las autoridades de descubrirlo. Traficando luego en el mercado negro con tan barata y poderosa droga. Es más, la cerveza de don Patricio sirve para que beba el automóvil y su conductor.―Riendo descarado.―No dejo de mirar su vieja carpeta, señor. ¿Es parte de su trabajo? Perdone mi atrevimiento, pero estaba convencido que los urbanitas no utilizaban objetos tan arcaicos al disponer de la lumínica tecnología. Ya sabe, ordenadores y teléfonos pensantes, con vida propia.
En realidad me la dio el párroco, y sí, forma parte de mi trabajo. Aclarando que suelo trabajar con la última tecnología, ganando tiempo…
¿Qué tiempo?
Bueno, envío vía Email mis artículos que llegan de inmediato, es una gran ventaja.
¿Y qué contiene la carpeta? ¿Información?
Sí, aunque todavía no le eché vistazo, supongo que urgía un buen baño y cenar, por supuesto. Aunque debería moderarme ante tanta grasa saturada, es la primera vez que veo comilona exenta de vegetal.
La conversa transitó la mayoría del tiempo en banalidad, mera charla consume tiempo, amenizando lo copioso hasta que llegara el café. Lo avanzado de la noche desertizó el local quedando nuestra mesa y la sufrida anfitriona con gesto cansado, deseosa que terminara aquella comedia para refugiarse en reparador sueño, cosa que compartí cuando imperaron más silencios que cháchara con mi contertulio. Aterrizando en el punto finiquito para abandonar el salón y enfilar escalera hasta alcanzar mi suite. La fija idea que rondaba mi mente.
Fue entonces cuando Cárdenas dejó un par de billetes sobre la mesa insistiendo en pagar, gesto que agradecí sin ofrecer la más mínima reticencia. Supongo que esperaba esa memez de gallo de corral sacando pecho, jugando a incoherente juego de machos a juzgar por su mirada gélida, acusatoria. Por momentos sentí cierto agobio que llamaba a grito pelado a la vergüenza, la misma que se durmió haciendo caso omiso.
En estos lares las debilidades condenan, señor López. Aceptar invitación puede desencadenar infiernos inimaginables, poéticos o sedientos por infringir cuantas más taras, mejor. Uno debe labrar y pelear su camino negando traviesas, esas sendas asfaltadas de oro que sólo conduce al eterno desastre.
¿A qué se refiere?
Apoyó ambos codos sobre la tabla inclinando leve su cabeza, sin desviar atención. No sé de donde, pero sustrajo pitillo humeante para ejecutar ralentizada calada y liberar el humo veneno con pasmosa tranquilidad, aportando intriga a lo nada intrigante, poseído por los efectos del extraño brebaje al que llamaban cerveza, al menos es lo que percibí.
Aunque su quehacer me hizo pensar que no cenó conmigo por mantener insulsa charla, escondía motivo, argumento o mero chisme pueblerino que parecía dispuesto a soltar. Su extraño comportamiento alentó los temores que creí desterrados, esos mismos que venían y marchaban indecisos.
Durante generaciones esta aldea ha permanecido al margen del resto del mundo. Si desea no ser encontrado, no necesita embarcarse en uno de esos pájaros de hierro amaneciendo en el otro extremo del globo. Simplemente, conseguir aceptación aceptando, aquí, entre las montañas, en el paraíso, en el pueblo. En la puerta que concede aun cobrando precio, como ocurre en todo por muy mundano e insignificante que parezca. Y entre lo correcto y el averno como extremo, la creencia de cada cual mella destino desequilibrando la balanza…
Creo que la cerveza habla por usted.
Es la única posibilidad que tiene, urbanita, la creencia. Formular la pregunta del millón cuando la sinceridad rige alma, sin medias tintas ofuscando para caer abatido por uno mismo en la incertidumbre. Ya sabe, recorrer tiempo en aras del auto engaño despertado viejo ruina al son de la más vieja cuestión que no contestó debidamente. ¿Es usted creyente?
No advertí la presencia de Adela por el desconcertante argumento del pálido, escupía pedazos sin clarificar mensaje en torpe juego que espantaba mi atención por su divagación insustancial, verborrea inconexa. Y lo digo a toro pasado, es evidente. En aquel momento simplemente sonreí para quedar seriado cuando la mano de la joven volvió a posar en mi hombro.
Es tarde, Cárdenas. Deberías volver a casa.―Ordenara ella, amable.
Sus deseos son órdenes, dulce presencia. Pues eso eres, ¿no? Presencia con esencia que cada carne interpreta. Un ángel inmaculado caído del cielo, desterrado, rechazado incluso por el guardián de las llamas eternas. Aunque para mí siempre serás el ser más hermoso de la existencia. Esa evidente y su gemela inventada, ¿verdad?
Un momento, ¿A qué diantres se refiere?
No me haga caso, como bien dijo la cerveza habla por mí. Espero volver a verle pronto, señor López. He disfrutado de su compañía, amena charla.―Desviando atención a la hermosa.―Mañana será otro día, ¿verdad, Adela? ¿O prefieres el silencio de la noche? Las horas que derrotan vejez y retoñan juventud según la vieja leyenda. Dime: ¿noche o día? Puede que tu preferencia vague en la centésima donde impera la más vigorosa de las luces, a la que le sigue estruendo mortuorio.
En tu estado te lanzarías de cabeza al lago de la perdición, Cárdenas. Disculparé tu cháchara con la supuesta amabilidad que rige anfitrión.―Se acercó como deslizándose hasta casi pegar su rostro con el del pálido.―Pero todo tiene un límite, hasta en el peor de los infiernos existe cruento averno que lo convierte en paraíso (…) ¿De verdad quieres seguir esa senda?
Mi querida niña, el infierno se convierte en cotidiano cuando se vive prolongadamente en él, deberías saberlo; hace que un diablo crea pertenecer al ejército alado del todopoderoso. En cuando a tu amable petición, no debes preocuparte. Marcho a mi nido sin más alarde que el deseo de acariciar más que sea en sueños tu alma. Buenas noches, señor López, espero sinceramente que encuentre aquello que busca en el culo del mundo.―Encarando enérgico la salida.
No sabría interpretar las palabras y gestos que ambos cruzaron de pie, a poca distancia de quien observaba sin entender que diantres ocurría, a que se referían. Aunque las sospechas señalaron sombras todavía incongruas, cuando la hermosa caminó hasta el respaldo de mi silla colocando ambas manos en mis hombros, impidiendo que me levantara. Mientras el opulento se perdía tras la cortina dejándonos solos, en indescriptible océano contrapuesto que albeaba esperanza aplastándola al segundo siguiente.
Debe comprender la psicología de los lugareños, señor. Es un baturrillo de viejas leyendas rescatadas que emplean en su complicado presente desalentador, meras formas diferentes, autóctonas. Fatídico coctel pesimista capaz de ofuscar la mente más brillante.―Sin dejar de masajear y casi pegada su mejilla a la mía.―Cárdenas es un ciclón reprimido que desea lo inalcanzable sin renunciar a su realidad, actúa así desde que terminé hace poco más de un año mis estudios universitarios. Supongo que pensó que experimenté glorias inconfesables que aquí son pecados capitales, ensoñando carnes sudorosas en esplendor orgasmo. Cosa que llegó incluso a preguntar insinuándose, y no le culpo. Me negué igual que con tantos otros vecinos. Buenos samaritanos con biblia en mano y verdad ardiendo adentro, en el baúl cohibido; las reglas de Dios se escribieron hace más de dos mil años, ha pasado de todo desde entonces, esa cosa que los de ciudad llaman progreso. Aunque yo prefiero llamarlo aceptación… La sociedad es mar compuesta de incontables gotas, todas ellas bajo necesidades básicas y tan distintas como iguales.
¿Por qué me cuenta esto?
¿Siempre es tan retórico? ¿Cree que no advierto sus instintos? Me mira igual que me miran los negados aun con la salvedad del titánico esfuerzo por no importunar, ahogando deseos en pro de buena convivencia. Sólo deseo que siga siendo así mientras se hospede en casa de padre. No soy libertina enganchada a la promiscuidad al no necesitarlo, señor.
Encuentro su comentario muy atrevido, Adela...
Dejó su ronroneo sentándose en la misma silla que ocupara Cárdenas, para servirse un vaso de la explosiva cerveza que sorbió delicada, dedicándome pícara mirada que rehuí en tormenta indecisión, negando la afirmación rotunda que deseaba desde la cobardía envalentonada. Ensalada mental producida por la efervescencia de la sangre.
Soy pecado, así me ven los vecinos; competencia desleal para sus mujeres que no osan conversar conmigo. Y mi padre, bueno, él desea que regrese a la ciudad y emprenda nuevo destino convencido que me resultará más fácil.
Puede que sea la cerveza o el cansancio, pero no consigo vislumbrar adónde pretende llegar.
Derramó adrede el imbebible líquido por su recatado escote con mirada lasciva, desabrochándose ergo varios botones que liberaron perfectos bustos refugiados tras sujetador encaje, prenda que nunca sospeché a juzgar por su decorosa vestimenta.
Sólo por esta vez, después como si nada de lo que suceda, sucedió…
Lo apaciguado tornó virulento, cambiando día soleado por tormenta perfecta aun sin despejar incertidumbre, era la baza que anhelaba al convertirme en inocente excitado que choca en interna contradicción. Tanto es así, que mi estampa petrificó negando agarrar las riendas, quedando cual pelele a su merced, explosión pasional que asemejaba extraña conducta animal distorsionando la imagen que albergara de ella. Viendo física fantasía tórrida en el plano inmediato, frente a mis narices, delante de mis más ocultos temores.
Se levantó en sensual baile al son que se desvestía enseñando deseo inconfesable, mostrando sensualidad enfurecida que ejercía poderosa atracción en mis carnes entregadas desde la parálisis desconcierto y la satisfacción de perecer en su tersa piel. Quise, lo quise embargado por bajezas y sin atender coherencia, esa estropéalo todo.
Despejó la mesa enrabietada, tirando los cubiertos al suelo para tumbarse bocarriba, abriendo sus interminables piernas para colgarlas sobre mis hombros en su descarado dominio. Susurró repetida…
El perdón es inocuo sin pecado, el perdón es inocuo sin pecado…
Privé su prenda más íntima para maravillarme con el paraíso, dejándome llevar por locura embriagadora, beso pantorrilla, caricia ingle, descenso arrumaco a los cielos nirvana para descubrir su sabor, embrujado por la pureza que me rejuvenecía a cada sorbo vida de su copa encanto… Puede que fuera una alucinación, puede que fuera un sueño… Nada me importó más que aquello que me consumía consumiéndola.
El perdón es inocuo sin pecado.―Redundó hasta la saciedad colocando su mano en mi vértice, marcando el camino.― ¡Remilgado López!
No sabría explicar la rareza, tenía los ojos cerrados en mi avance anhelo abriéndolos repentino cuando gritó mi nombre, para contemplar en lo que debiera ser perfecta y joven vagina, dantesca boca perversa (…) de la nada se formó diabólica cara en su piel (…) ojos sangre en tez diablo con fétido aliento maligno que gritó a centímetros de mi aterrorizado rostro (...) Era como contemplar ese otro yo que creí inexistente (…) Intenté apartarme imposibilitado por las piernas de Adela que me empujaban hacia el rostro malicioso que sonreía enfermo, esperaba paciente su bocado cena.
Tú y yo somos la misma persona.―Me dijo aquel imposible.―El perdón es inocuo sin pecado…―Abriendo exagerado su funesta boca tiburón mientras las piernas perfectas me precipitaron hacia la muerte.
¡No!

Capítulo 1º, Capítulo 3º

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