La
aldea Maldita
Capítulo 2º
Andrés
Cárdenas (3160
palabras)
―No
recibimos demasiadas visitas, más bien todo lo contrario, señor.―
Sonó a mis espaldas.―Usted representa la modernidad de la que
tanto se habla, aunque no piense que eso lo convierte en especial.
Erraría rotundo. La aldea tiene memoria, es como un viejo
experimentado que ve más provechoso sentarse a las puertas de casa
observando lo de siempre con el único afán de que no cambie nada.
Detesta el cambalache que resume concesión sacrificio que no da más
que disgustos.
―No
es mi intención, señor. Vine por trabajo, cuando culmine mi labor
marcharé sin alboroto. Exceptuando el vértigo que me produce el
dichoso autobús suicida que arranca chillido de mi boca en cada
curva, o recta. Puede que me quede para siempre por no volver a la
locura del maldito transporte. Pese a lo que pueda parecer, aun
estimo mi vida.
―Tiene
sentido del humor.―Soltó con mueca divertida sentándose a mi
lado.―Me llamo Cárdenas,
soy el espíritu errante de la aldea, vamos, el bicho raro. Y me
alegra su presencia, es bocanada de oxígeno dejar de ser el centro
de atención durante su estancia, ahora ladrarán memeces sobre
usted, diseccionando cómo puede ser en cháchara insustancial y poco
creativa. Pero no se alarme, peor lo tengo al aguantar fantochadas
soeces durante todo el año, un despropósito que ejerce
entretenimiento adquiriendo el papel de su televisión o radio. Sólo
quería saludarle, escuchar timbre de voz foránea para cerciorarme
de que existe vida más allá de las montañas. En pocas palabras, su
presencia refuerza mi fe. Aunque ésta represente banalidad idéntica
a las charlotadas de mis vecinos. A la postre, todos terminamos
siendo lo mismo aun con diferentes formas, idéntico líquido con
desigual envase. Cosas de la humanidad perdida, la misma que acaba
encontrándose más que sea en el campo santo, lugar de descanso
donde se cumple la regla biblioteca, “por
favor, silencio”.
A pies puntilla.
Piel
blanca con varias cicatrices en su tez delgada, narigudo con punta
aguileña y barbilla pronunciada. Destilaba el mismo don que demostró
el anciano párroco, de hecho se parecía, sobre todo en la mirada
zarca con destellos inquietantes que vislumbraban silencios de quien
sabe mucho más de lo que habla, aunque no le di más importancia, no
era momento ni despertó demasiado mi interés. Simplemente me
comporté conforme al librillo del saber estar, cordial con cierta
distancia sin abarcar espinosos temas. En resumen, insípido.
―Siempre
puede subirse a la ruleta rusa, zigzaguear montaña abajo esquivando
acantilados y albear en el progreso. Aunque puede que se arrepienta
cuando compruebe que no dista demasiado de su particular microcosmo,
es lo mismo aún magnificado…
― ¿Intenta
aleccionarme? Porque habla como si los demás jamás hubiésemos
viajado en la panza hierro del autobús, siendo su primera vez con
toda seguridad. Conozco bien la urbe y su falsa efervescencia, señor.
Caminé por las sendas que no conducen a ningún sitio descubriendo
bajezas disfrazadas y medias mentiras. Puesto que las medias verdades
siempre brotan a raíz de pura condescendencia que nunca pretende
mal, aun causándolo. Yo de usted bebería de la realidad que
adultera desde su imaginar del cómo es, aunque comprendo que crea en
su ensoñación por culpa de la estampa retrógrada que presentan
estas tierras, siempre anclado en lo peor pues no son residuo del
ayer al vivir el ahora. Le contaré un secreto; los lugareños comen,
mean, cagan, se enfadan, joden y follan. Las mismas bajezas y los
idénticos sumun gloria, sin duda. Con la particularidad intachable
de cierta discreción por la proximidad, aquí nos conocemos todos, y
no me malinterprete cuando hago referencia a la discreción. Los
chascarrillos se cuentan con la habilidad de usar terminología
alejada de ofensa desde egolatría subsistencia o por el roce
inevitable en el cotidiano aburrido. Lo dejo bajo su criterio, de su
consciencia que dista a causa del desconocimiento. Para entender a
esta gente solo puede usar empatía e imaginación. Mientras el
resto, y me refiero a mis convecinos, obramos plenos desde la
experiencia. Espero no haber sobrepasado el linde cordial, señor, no
quisiera ofenderle.
―Decir
que no pretendía aleccionarle sería soltar media mentira, sin duda.
Aunque lo hice inconsciente, sin alardes o pretensiones clasistas.
Señor, Cárdenas, espero tenga la bondad de disculpar mi
atrevimiento involuntario.
Imperó
ese lapsus incomodo que dirime brusquedad de normalización, un
momento que bien saboree en diferentes etapas de mi vida con
heterogéneo resultado. Chocando miradas en un primer segundo
enfrentado por aspereza revenida del mal entendimiento que suaviza
paulatino, hasta quedar a merced de las palabras que rompen silencios
declinando la balanza, al menos según mi experiencia. Pudo
levantarse vilipendiándome a grito pelado, pudo golpearme exaltado
por ira que no fui capaz de detectar en el primer contacto provocado;
o pudo amansar rugidos utilizando cordura en justo equilibrio que
equilibrara lo que parecía a todas luces latente desencuentro. Aquel
flaco vestido de luto, con cabello gris y zarca mirada penetrante,
decidió sensatez, solicitando cenar conmigo bajo el pretexto de
intercambiar impresiones. Algo a lo que accedí gustoso tras
comprobar que lo rudo no siempre casa con lo violento. Al menos en
aquella ocasión.
―Solo
disponemos de un plato.―Confesó
Adela
reconvertida en camarera.―Espero que guste del asado, cerdo. Sin
guarnición y regado con cerveza autóctona.
―Suena
muy experimental.―Intentando converger.
―Suena
a lo de siempre.―Sentenció el flaco Cárdenas.
― ¿No
deberías estar con tu mujer e hijos, Cárdenas?
―La
más hermosa del lugar, la princesa que levanta pasiones simplemente
con parir cualquier vocerío amable o no. Niña, mi prole no se
extinguirá por cenar sin su patriarca. Además, conoces bien mis
debilidades, que dicho así suena a puro vicio, ¿verdad? Prefiero
conversar con el forastero compartiendo asado y esa cerveza imbebible
que destila don Patricio.
Eso sí, solo un vaso. No quisiera caer en la cogorza inspira
tontuna, soltando gilipolleces que pretenden idénticos estando
sereno, cuando mi mirada albea en tu mágico porte. Eres vida, se
mire por donde se mire.
― ¿Pagarás
esta vez?
―Llevo
pagando desde que nací en el cortijo, igual igualito que el niño
Jesús
aun sin reyes a lomos de camellos, querubines tocando las trompetas
esas o la proyección que tuvo el pequeño sentenciado a cuenta del
resto, por cierto; menuda proyección la del madero. Por lo otro, lo
más materialista, acabo de cobrar la venta del ganado. Pagaré
religiosamente la cena y aquello que se tercie, Adela.
Lo sabes desde siempre.
―Deberías
medir tus palabras. ¿Qué pensará nuestro invitado?
―Si
tuviera que medir mi existencia en base a pensamientos de terceros,
andaría de vacaciones en el campo santo. Enterrado en apartado
recodo para no sentirme presionado por los pensamientos de los que ya
no pueden pensar. El urbanita es adulto, sabe encajar, callar o
razonar. Su pensamiento es lícito siempre y cuando no se convierta
en comentario, pues llegado a esa altura deja de ser pensamiento para
convertirse en otra cosa.―Clavó atención en mí.― ¿Verdad?
No
le contesté, estatuado e impresionado por el extraño raciocinio del
pálido que argumentaba realidades compartidas desde ideario
distanciado, casi enfrentado aun con el mismo fin. Es cierto que el
cruce de palabras provocó mi interno idealizando en base a lo
escuchado. Interpreté desde mi propia apetencia que destilaba afán
por intimar con la hermosa Adela,
evidenciando disimilitud frente a Cárdenas
que no se mordía la lengua; mientras este falso humilde escondía
cabeza avizorando oportunismo sin enseñar carta.
Me
atrevería aseverar que fui víctima de excéntrico juego donde
participaba involuntario, sin conocer las reglas o el objetivo. Las
cosas se ven nítidas cuando se convierten en experiencia, nunca
cuando ostentan el grado del inmediato.
―Está
bien, no preguntaré más. Que sean dos raciones de asado y una jarra
de cerveza.― Colocando su mano en mi hombro, me dedicó mueca
cómplice que no quise tergiversar.―Si quiere cenar solo…
―No
se preocupe, señorita. La conversación armonizará alejando tristes
soledades.
Copioso
manjar aterrizó en el centro mesa, guarnecido por jarra de barro
repleta de cerveza que atentó en mi estómago tras el primer trago
debido a su alta graduación e intenso amargo capaz de resecar el
paladar del más experimentado.
―Pega,
¿verdad? Es uno de esos exóticos elixires autóctonos que
prohibirían las autoridades de descubrirlo. Traficando luego en el
mercado negro con tan barata y poderosa droga. Es más, la cerveza de
don Patricio
sirve para que beba el automóvil y su conductor.―Riendo
descarado.―No dejo de mirar su vieja carpeta, señor. ¿Es parte de
su trabajo? Perdone mi atrevimiento, pero estaba convencido que los
urbanitas no utilizaban objetos tan arcaicos al disponer de la
lumínica tecnología. Ya sabe, ordenadores y teléfonos pensantes,
con vida propia.
―En
realidad me la dio el párroco, y sí, forma parte de mi trabajo.
Aclarando que suelo trabajar con la última tecnología, ganando
tiempo…
― ¿Qué
tiempo?
― Bueno,
envío vía Email
mis artículos que llegan de inmediato, es una gran ventaja.
― ¿Y
qué contiene la carpeta? ¿Información?
― Sí,
aunque todavía no le eché vistazo, supongo que urgía un buen baño
y cenar, por supuesto. Aunque debería moderarme ante tanta grasa
saturada, es la primera vez que veo comilona exenta de vegetal.
La
conversa transitó la mayoría del tiempo en banalidad, mera charla
consume tiempo, amenizando lo copioso hasta que llegara el café. Lo
avanzado de la noche desertizó el local quedando nuestra mesa y la
sufrida anfitriona con gesto cansado, deseosa que terminara aquella
comedia para refugiarse en reparador sueño, cosa que compartí
cuando imperaron más silencios que cháchara con mi contertulio.
Aterrizando en el punto finiquito para abandonar el salón y enfilar
escalera hasta alcanzar mi suite. La fija idea que rondaba mi mente.
Fue
entonces cuando Cárdenas
dejó un par de billetes sobre la mesa insistiendo en pagar, gesto
que agradecí sin ofrecer la más mínima reticencia. Supongo que
esperaba esa memez de gallo de corral sacando pecho, jugando a
incoherente juego de machos a juzgar por su mirada gélida,
acusatoria. Por momentos sentí cierto agobio que llamaba a grito
pelado a la vergüenza, la misma que se durmió haciendo caso omiso.
―En
estos lares las debilidades condenan, señor López.
Aceptar invitación puede desencadenar infiernos inimaginables,
poéticos o sedientos por infringir cuantas más taras, mejor. Uno
debe labrar y pelear su camino negando traviesas, esas sendas
asfaltadas de oro que sólo conduce al eterno desastre.
― ¿A
qué se refiere?
Apoyó
ambos codos sobre la tabla inclinando leve su cabeza, sin desviar
atención. No sé de donde, pero sustrajo pitillo humeante para
ejecutar ralentizada calada y liberar el humo veneno con pasmosa
tranquilidad, aportando intriga a lo nada intrigante, poseído por
los efectos del extraño brebaje al que llamaban cerveza, al menos es
lo que percibí.
Aunque
su quehacer me hizo pensar que no cenó conmigo por mantener insulsa
charla, escondía motivo, argumento o mero chisme pueblerino que
parecía dispuesto a soltar. Su extraño comportamiento alentó los
temores que creí desterrados, esos mismos que venían y marchaban
indecisos.
―Durante
generaciones esta aldea ha permanecido al margen del resto del mundo.
Si desea no ser encontrado, no necesita embarcarse en uno de esos
pájaros de hierro amaneciendo en el otro extremo del globo.
Simplemente, conseguir aceptación aceptando, aquí, entre las
montañas, en el paraíso, en el pueblo. En la puerta que concede aun
cobrando precio, como ocurre en todo por muy mundano e insignificante
que parezca. Y entre lo correcto y el averno como extremo, la
creencia de cada cual mella destino desequilibrando la balanza…
― Creo
que la cerveza habla por usted.
―Es
la única posibilidad que tiene, urbanita, la creencia. Formular la
pregunta del millón cuando la sinceridad rige alma, sin medias
tintas ofuscando para caer abatido por uno mismo en la incertidumbre.
Ya sabe, recorrer tiempo en aras del auto engaño despertado viejo
ruina al son de la más vieja cuestión que no contestó debidamente.
¿Es usted creyente?
No
advertí la presencia de Adela
por el desconcertante argumento del pálido, escupía pedazos sin
clarificar mensaje en torpe juego que espantaba mi atención por su
divagación insustancial, verborrea inconexa. Y lo digo a toro
pasado, es evidente. En aquel momento simplemente sonreí para quedar
seriado cuando la mano de la joven volvió a posar en mi hombro.
―Es
tarde, Cárdenas.
Deberías volver a casa.―Ordenara ella, amable.
―Sus
deseos son órdenes, dulce presencia. Pues eso eres, ¿no? Presencia
con esencia que cada carne interpreta. Un ángel inmaculado caído
del cielo, desterrado, rechazado incluso por el guardián de las
llamas eternas. Aunque para mí siempre serás el ser más hermoso de
la existencia. Esa evidente y su gemela inventada, ¿verdad?
―Un
momento, ¿A qué diantres se refiere?
―No
me haga caso, como bien dijo la cerveza habla por mí. Espero volver
a verle pronto, señor López.
He disfrutado de su compañía, amena charla.―Desviando atención a
la hermosa.―Mañana será otro día, ¿verdad, Adela?
¿O prefieres el silencio de la noche? Las horas que derrotan vejez y
retoñan juventud según la vieja leyenda. Dime: ¿noche o día?
Puede que tu preferencia vague en la centésima donde impera la más
vigorosa de las luces, a la que le sigue estruendo mortuorio.
―En
tu estado te lanzarías de cabeza al lago de la perdición, Cárdenas.
Disculparé tu cháchara con la supuesta amabilidad que rige
anfitrión.―Se acercó como deslizándose hasta casi pegar su
rostro con el del pálido.―Pero todo tiene un límite, hasta en el
peor de los infiernos existe cruento averno que lo convierte en
paraíso (…) ¿De verdad quieres seguir esa senda?
―Mi
querida niña, el infierno se convierte en cotidiano cuando se vive
prolongadamente en él, deberías saberlo; hace que un diablo crea
pertenecer al ejército alado del todopoderoso. En cuando a tu amable
petición, no debes preocuparte. Marcho a mi nido sin más alarde que
el deseo de acariciar más que sea en sueños tu alma. Buenas noches,
señor López,
espero sinceramente que encuentre aquello que busca en el culo del
mundo.―Encarando enérgico la salida.
No
sabría interpretar las palabras y gestos que ambos cruzaron de pie,
a poca distancia de quien observaba sin entender que diantres
ocurría, a que se referían. Aunque las sospechas señalaron sombras
todavía incongruas, cuando la hermosa caminó hasta el respaldo de
mi silla colocando ambas manos en mis hombros, impidiendo que me
levantara. Mientras el opulento se perdía tras la cortina dejándonos
solos, en indescriptible océano contrapuesto que albeaba esperanza
aplastándola al segundo siguiente.
―Debe
comprender la psicología de los lugareños, señor. Es un baturrillo
de viejas leyendas rescatadas que emplean en su complicado presente
desalentador, meras formas diferentes, autóctonas. Fatídico coctel
pesimista capaz de ofuscar la mente más brillante.―Sin dejar de
masajear y casi pegada su mejilla a la mía.―Cárdenas
es un ciclón reprimido que desea lo inalcanzable sin renunciar a su
realidad, actúa así desde que terminé hace poco más de un año
mis estudios universitarios. Supongo que pensó que experimenté
glorias inconfesables que aquí son pecados capitales, ensoñando
carnes sudorosas en esplendor orgasmo. Cosa que llegó incluso a
preguntar insinuándose, y no le culpo. Me negué igual que con
tantos otros vecinos. Buenos samaritanos con biblia en mano y verdad
ardiendo adentro, en el baúl cohibido; las reglas de Dios se
escribieron hace más de dos mil años, ha pasado de todo desde
entonces, esa cosa que los de ciudad llaman progreso. Aunque yo
prefiero llamarlo aceptación… La sociedad es mar compuesta de
incontables gotas, todas ellas bajo necesidades básicas y tan
distintas como iguales.
― ¿Por
qué me cuenta esto?
― ¿Siempre
es tan retórico? ¿Cree que no advierto sus instintos? Me mira igual
que me miran los negados aun con la salvedad del titánico esfuerzo
por no importunar, ahogando deseos en pro de buena convivencia. Sólo
deseo que siga siendo así mientras se hospede en casa de padre. No
soy libertina enganchada a la promiscuidad al no necesitarlo, señor.
―Encuentro
su comentario muy atrevido, Adela...
Dejó
su ronroneo sentándose en la misma silla que ocupara Cárdenas,
para servirse un vaso de la explosiva cerveza que sorbió delicada,
dedicándome pícara mirada que rehuí en tormenta indecisión,
negando la afirmación rotunda que deseaba desde la cobardía
envalentonada. Ensalada mental producida por la efervescencia de la
sangre.
―Soy
pecado, así me ven los vecinos; competencia desleal para sus mujeres
que no osan conversar conmigo. Y mi padre, bueno, él desea que
regrese a la ciudad y emprenda nuevo destino convencido que me
resultará más fácil.
―Puede
que sea la cerveza o el cansancio, pero no consigo vislumbrar adónde
pretende llegar.
Derramó
adrede el imbebible líquido por su recatado escote con mirada
lasciva, desabrochándose ergo varios botones que liberaron perfectos
bustos refugiados tras sujetador encaje, prenda que nunca sospeché a
juzgar por su decorosa vestimenta.
―Sólo
por esta vez, después como si nada de lo que suceda, sucedió…
Lo
apaciguado tornó virulento, cambiando día soleado por tormenta
perfecta aun sin despejar incertidumbre, era la baza que anhelaba al
convertirme en inocente excitado que choca en interna contradicción.
Tanto es así, que mi estampa petrificó negando agarrar las riendas,
quedando cual pelele a su merced, explosión pasional que asemejaba
extraña conducta animal distorsionando la imagen que albergara de
ella. Viendo física fantasía tórrida en el plano inmediato, frente
a mis narices, delante de mis más ocultos temores.
Se
levantó en sensual baile al son que se desvestía enseñando deseo
inconfesable, mostrando sensualidad enfurecida que ejercía poderosa
atracción en mis carnes entregadas desde la parálisis desconcierto
y la satisfacción de perecer en su tersa piel. Quise, lo quise
embargado por bajezas y sin atender coherencia, esa estropéalo todo.
Despejó
la mesa enrabietada, tirando los cubiertos al suelo para tumbarse
bocarriba, abriendo sus interminables piernas para colgarlas sobre
mis hombros en su descarado dominio. Susurró repetida…
―El
perdón es inocuo sin pecado, el perdón es inocuo sin pecado…
Privé
su prenda más íntima para maravillarme con el paraíso, dejándome
llevar por locura embriagadora, beso pantorrilla, caricia ingle,
descenso arrumaco a los cielos nirvana para descubrir su sabor,
embrujado por la pureza que me rejuvenecía a cada sorbo vida de su
copa encanto… Puede que fuera una alucinación, puede que fuera un
sueño… Nada me importó más que aquello que me consumía
consumiéndola.
―El
perdón es inocuo sin pecado.―Redundó hasta la saciedad colocando
su mano en mi vértice, marcando el camino.― ¡Remilgado
López!
No
sabría explicar la rareza, tenía los ojos cerrados en mi avance
anhelo abriéndolos repentino cuando gritó mi nombre, para
contemplar en lo que debiera ser perfecta y joven vagina, dantesca
boca perversa (…) de la nada se formó diabólica cara en su piel
(…) ojos sangre en tez diablo con fétido aliento maligno que gritó
a centímetros de mi aterrorizado rostro (...) Era como contemplar
ese otro yo que creí inexistente (…) Intenté apartarme
imposibilitado por las piernas de Adela
que me empujaban hacia el rostro malicioso que sonreía enfermo,
esperaba paciente su bocado cena.
― Tú
y yo somos la misma persona.―Me dijo aquel imposible.―El perdón
es inocuo sin pecado…―Abriendo exagerado su funesta boca tiburón
mientras las piernas perfectas me precipitaron hacia la muerte.
― ¡No!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.