Lola y la novela
(relato/drama)
―Un café, por favor.
Doy fe y borro toda esperanza, es
consigna que mina consciencia cuando vaga entre las nebulosas de quienes
pretendemos ser a los claros de lo que somos. Bendita contradicción que suele
visitarnos en el momento menos oportuno tras girar universos que quedan cual
mota de polvo frente a la vasta realidad. Más o menos así lo resumió silenciado
antes de abandonar el paupérrimo apartamento compartido donde malvivía cerca de
una década.
―Solo.
―Si puede ser con taza, te lo
agradecería.
Allá quedaron los sueños, embalados en
la maleta que lo acompañó en busca de ilusiones que quedaron en eso,
expectativas interpretadas entre ronquidos, soplos e insomnio. Lucha diaria en
parálisis constante que únicamente sirvió trabajos de tercera sin alicientes,
sin aventura, sin esa pizca que satisface provocando ansia bien avenida cual
afluente fuerza ayudando en la merma del ensoñado para transformarlo en
realidad. Allá quedaron las cenizas imaginadas de las metas jamás logradas, y
acá, en instante que muere frente a gemelo que nace, sigue restando desasosiego
por vagar varado en la incertidumbre convertida en monotonía… Uno se acostumbra
a las llamas del infierno echándolas de menos por pasar eternidades en sus
entrañas.
― ¿Cómo está Lola?
―Como el café, amarga, enervada y
sobria. Aunque su sobriedad camina por linde obtuso para quien la soporta. Esa
puta guerra del deseo frente a la supervivencia. Supongo que es mejor así.
Abandonar para seguir abandonando. Insiste en cambiar nuestro rumbo sin mover
un solo dedo, como si fuera el comandante en jefe y yo un sirviente tontaina
que no distingue la derecha de la izquierda. Pero supongo que te bastaba con un
está bien, ¿verdad?
―Es lo que esperaba, pero no te
preocupes. Mi profesión concede infiernos variopintos copiando confesionario de
iglesia. Aunque aquí no es necesario seguir el ritual al pie de la letra.
―Basta con una consumición mínima.
―Depende de la historia, si es larga
lo lógico es consumir más de una.
―Dime: Si fuera capaz de cambiar tu
vida chasqueando mis dedos, ya sabes, cumplir cualquier deseo. ¿Qué pedirías?
―De todo menos dinero, lo tengo muy
claro. Los verdes deberían ser de color negro pues atraen todo tipo de plagas
(…) desde el gobierno y su desdén del más y más, hasta conocidos que dicen
serlo y no tienes ni idea de quienes carajo son.
Quedó en las soledades acompañadas por
tantos y tantas cercando barra, para agarrar el periódico de las malas noticias
pues siempre encabezaba con algún tipo de desastre, jamás con hora buena.
Mientras el camarero regresó a su quehacer casi psicológico sirviendo alcohol a
diestro y siniestro, siendo este último el que mejor aguanta el trago.
―Hay que joderse.―Murmuró comprobando
los números premiados de la primitiva.―Pero hay que joderse bien.
Todos coincidían, todos casaban, todos
entonaban la gloria de pasar de la escasez a la abundancia en parco segundo
desesperanzado que pereció fusilado por las buenas reconvertidas en
espléndidas.
Dejó las monedas de rigor
despidiéndose del camarero para volver al tormento del apartamento compartido,
entrar en su angosto cuarto, bajar de los altos del ropero la vieja maleta aún
por abrir desde que llegó a la gran urbe, descansarla sobre la cama de cuerpo y
medio…
―Somos un par de viejos que
amanecieron críos en la ciudad, Lola.
Es cierto que quizás tuve que haberte hecho caso, empujar con más brío en pro
de nuestro incumplido sueño.―La abrió delicado, emocionado por poder hacerlo
aún no de la manera que ideó.―Ha llegado el momento de cumplir nuestro viejo
anhelo. Por fin despertarás ante el mundo aunque éste no sepa o quiera
apreciarte.
La depositó en la mesilla de noche
tras rescatar el viejo cenicero de la repisa de la ventana, pues estaba
prohibido fumar entre las cuatro paredes del ancestral piso. Encendió un
pitillo y comenzó acariciar a su amada a velocidad terminal, la vieja música
que tantas veces escuchó siendo un ensoñado mozalbete. Lola, la máquina de escribir que le regaló mamá en su comunión, le
ayudó a compactar lo que sería su primera novela editada y puesta a la venta
gracias al cuantioso premio encontrado. El azar le sonrió tras esquivarlo
durante demasiado. Y ahora, pese a poder vivir a cuerpo de rey, hizo aquello
que desde siempre quiso culminar entre trabajo de tercera y trabajo de limosna.
Acabar su novela.
P.D. El ser humano casi nunca refleja
en sus actos aquello que se le presupone en ciertas circunstancias. El que es
rico sigue respirando, amando, odiando o entristeciéndose como cualquier hijo
de vecino, a pesar de encontrarse de la noche a la mañana con ingente fortuna.
Claro está que también existen los dados al despilfarro para mostrar su
enclenque poderío. Pero por regla general, el bolsillo no alcanza a eclipsar el
alma, al menos no lo hace para siempre.
®Dadelhos Pérez (La ranura de la
puerta) 2016