Cansado. Harto. Hasta los colgantes capitaneados por la salchicha menguante.
¡Vil, hija de puta!
La miro dificultoso y hallo alianza en la pared de la escalera. Me apoyo, avizoro. Urgo en el bolsillo y rescato. No, no dudo. No tiemblo o pienso. Tengo el hierro y mando, gobierno, a pesar de las copas que mellan, el sueño que aflora o la lentitud de mis movimientos.
-¡Joder, Rogelio! Todas las mañanas la misma historia. Tienes que dejar la bebida.
Jodido vecino, métete en tus mariconadas, pensé. Es posible que lo chillara, no estoy seguro dentro del obtuso cosechado por la parranda, el trago, la risa y el mal recibimiento de la asquerosa cerda petrificada frente a mi locura.
Me robó el hierro, miró a la hija de puta, le insertó puñalada a la primera, sin contemplaciones. Y la abrió en canal ignorando el fragor de nuestro particular duelo para decirme.
-Métete en la cama y deja de beber, amigo. Te dejo las llaves en la mesa.
Y como la abrió, cerró la puta puerta.
©La Ranura de la puerta
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.