lunes, 1 de octubre de 2018

Vuelta y vuelta

Solía prepararlos con la paciencia de un anciano, lo aprendí de mamá. Ella visitaba la pequeña huerta que malcriaba con ímproba devoción en la parte trasera de la casa, donde escogía los más maduros. Ganaba la partida al amanecer para disponer de mayor tiempo y disfrutar de lo realmente importante en la vida, como preparar el famoso plato familiar, toda una tradición.
Sin embargo, últimamente prefiero la inmediatez víctima de los años. Aunque puede que tenga mucho que ver mi excéntrica dieta con o sin los jugosos pimientos, el máximo exponente de la receta de mamá.
Primero, escaldaba los tomates en agua hirviendo durante un segundo pelándolos después. Nunca supe por qué lo hacía, ni siquiera llegué a preguntárselo. La cuestión es la equilibrada preparación y el adobo justo, pura ciencia para con la carne.
Mamá le daba más importancia a las verduras, la temperatura del horno o la calidad de las brasas, dependiendo de la elaboración pues lo hacía de varias maneras con excelentes resultados.
En la bandeja del horno colocaba todas las verduras enteras a excepción de las patatas, las cortaba para que no se quedaran crudas al necesitar más cocción de ponerlas enteras.

-Suélteme, por favor. No diré nada, se lo prometo. Pero déjeme marchar, mi hijo me espera en casa. Por favor.

Vaya, deduzco que no te interesa demasiado el gran secreto culinario de la familia. Bueno, en realidad de mamá, ella es toda la familia que tengo al no conocer a mi padre o a mis abuelos, y encima, soy hijo único. La vida es así, nunca da el completo. Quita de aquí y pone allá tras quitar de allá y depositarlo acá. Tiene un sentido del humor enfermizo, ¿no crees?

-Yo no le he hecho nada, señor. Tenga piedad y déjeme marchar, se lo suplico.

Verás, es exactamente lo que diría una vaca o un cerdo a las puertas del matadero.

-¿Qué quiere decir?

Soy un sibarita más dado a la experiencia que al sabor, mi pequeña amiga. Con la edad deseché las verduras, las hierbas aromáticas o la sal. La experiencia va más allá del mero hecho de alimentarse al comulgar con la esencia del todo.
Hasta los cuarenta solo cazaba, descuartizaba, almacenaba e iba cocinando con todos los aditivos existentes que puedas imaginar. Ergo, pasé a comer directamente, cazar y devorar como hacen los grandes depredadores del planeta.

-Suélteme. ¡Suélteme, ahora!

Hoy, en la ladera de la vejez, he aprendido a compartir la experiencia tras comprender el sentimiento del plato, su alma. A fin de cuentas, no soy un monstruo inmune al dolor ajeno. Empatizar es el mayor potenciador de sabor que existe, pero no se lo cuentes a nadie, es un secreto.

-¿Qué pretende?

Cenar, pequeña. Sólo cenar.
Tú decidirás la técnica de cocción, es lo justo. Puedo comerte a la parrilla o puede que prefieras el horno. Aunque siempre puedes optar por lo crudo, olvidar la caricia del fuego o el angosto claustrofóbico del habitáculo asfixiante del electrodoméstico. Eso sí, si decides no cocinarte usaré el cuchillo porque ya no tengo tanto diente. La edad no perdona.
¿Cómo será?
Tic-tac, tic-tac, tic-tac.

-¡No quiero morir, no quiero morir quemada! ¡Solo quiero volver a mi (...)!

Oído cocina.

©La Ranura de la Puerta.

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