Ostracismo

En verdad, prefiero pasear por los jardines del ostracismo, sentarme en la gélida piedra de cualquier banco y vivir rememorando. Pues no consigo aceptar la convivencia con mis semejantes que no se parecen en nada, ni siquiera habitan dentro de sus propias realidades.

-Es probable que tu deducción sea impuesta por la soledad y no des una oportunidad a las personas. Que estés asustado, que tengas miedo a formar parte de la sociedad.

¿Miedo?
El temor es mal que padecen los inmersos en lo social, señora. Vagan en busca de la insulsa aceptación cual oxígeno exento de vida al ofrecer todo lo contrario. Y de las ansias, locura enmarcada dentro de la corrección aceptada tan presta a silenciar esas otras verdades.

-Me tienes en ascuas. ¿Qué verdades?

Las genuínas, señora. Aquellas condenadas por su contradicción frente al grupo social y la engañosa dependencia que inocula. Tanto es así, que cuando les sorprende la densa soledad surgen los fantasmas, ese levantamiento de quien eres contra quién siempre creiste ser.
No obstante, abrazar la necesaria comunión contigo mismo lo antes posible, libera.

-Pero de ese modo, ¿qué vida te espera?

Se equivoca, ella nunca espera, pasa sin más. Es tiempo para todo, sí, del todo que mella despiadado en los finitos. Incluso desgasta la más dura de las piedras hasta convertirla en polvo.

-Está bien, seguiremos la semana que viene, ya es tarde.

Aquí la estaré esperando, señora.
Que tenga un buen día.

(Aurora abandonó el parque no sin antes acariciar el rostro de su estatua favorita. Armada con el andador, atravesó las sendas de tierra compacta hasta alcanzar las puertas de forja del jardín mañanero, abocándose al caudal social. Al ostracismo forzoso, al anonimato, al silencio o al olvido que nunca la olvida desde su propio recuerdo.)

© La Ranura de la Puerta.

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